jueves, abril 30, 2015

"Los Superhéroes existen"


Desde ese rincón donde se encontraba escondida sólo podía ver unos pies calzados con unas ajadas zapatillas asomándose por la puerta de la cocina. No podía saber si su marido había muerto después del impacto del mazo en la base del cráneo.
El golpe había sido sonoro. Esos dos no se habían andado con chiquitas. ¿Cuánto había pasado desde que oyó el ruido de los cristales al romperse? ¿Cinco minutos? Tal vez menos, se dijo.
Dentro del armario empotrado del recibidor olía a bolas de alcanfor mezclado con un tenue aroma a perfume masculino. A medida que sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad divisó un paraguas plegable entre los zapatos y un viejo atizador que dejó de usarse allá por los años noventa de cuando aún daban uso a la chimenea. Lo asió como un náufrago se sujeta a los bordes de un madero flotante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

Ese olor no la dejaba pensar con claridad. Cada vez era más y más fuerte y amenazaba con taladrarle el cerebro como un martillo pilón, joder. Era el aroma de la Historia: olía a mudanza, a años mejores, a intenso sexo olvidado y a un montón de cosas más de una época en la que no les molestaba dormir en un colchón en el suelo de la habitación.
La persona con la que había compartido todos y cada uno de aquellos años estaba ahora tumbada en el suelo de la cocina. Pero no sentía nada. Era como flotar en un inmenso tanque de vacío.
Eran dos, no lo intuía. Lo sabía. Por el sonido de las pisadas y por la cadencia de las conversaciones era fácil adivinarlo. Hablaban entre susurros a pesar de que en el chalet donde vivían podría haber explotado una puta bomba atómica y en la vivienda más cercana (el chalet de los Miralles, que estaba casi medio kilómetro colina arriba) se habría confundido con el sonido de una pistola de  una película de indios y vaqueros.

Llevaban demasiado tiempo en la cocina. ¿Qué buscaban allí? ¿Quizás se estarían asegurando mirando por la ventana de que nadie les había visto? ¿Qué hacían en la parte de una vivienda donde había menos probabilidades de encontrar algo de valor? Eso no le gustaba nada, estaban durando demasiado.
Justo cuando se estaba aún haciendo preguntas, uno de los dos asaltantes salió por la puerta de la cocina saltando por encima del cuerpo ¿sin vida? de Martín. Subió lentamente los peldaños de las escaleras de madera que daban a las habitaciones. No miraba atrás, por lo que dedujo que  no esperaba a nadie más en la casa. Al menos él, no.
Cuando el hombre llegó al rellano del piso superior, salió de su escondite casi de puntillas. Estaba descalza y notó que el suelo de madera estaba áspero y frío. Esa sensación era la única que le recordaba que no estaba dentro de un sueño. Aún no.
Recordó la nota: “Te la dejaré en el cajón de la entrada”.
Se dirigió a la pequeña mesa de madera de pino que estaba al lado del paragüero y abrió el cajón. Sacó la pistola. Tenía pulcramente enroscada el silenciador en el cañón y con rapidez, descerrajó dos tiros al cuerpo que estaba tendido en la cocina.

Cuando su amante se giró sobre sus talones, la sonrisa se tornó mueca de horror al darse cuenta que le estaba apuntado a la frente. Se podía adivinar su desconcierto en el preciso instante que le disparó. Un disparo limpio entre los ojos…y su cuerpo de más de noventa kilos cayó muerto sobre la mesa causando un gran estruendo. Eso alertaría al otro, pensó.
Y cuando se asomó a la puerta,  sintió súbitamente una punzada de dolor en el costado seguido del sonido de un disparo. Le había dado. Mientras caía al suelo, antes de quedarse inconsciente, le dio tiempo a apuntar a la cabeza del hombre que bajaba las escaleras empuñando un arma y disparar.  Unas cuantas salpicaduras de sangre mancharon la barandilla. Segundos antes de quedarse dormida escuchó algo parecido a un enorme saco cayendo desde una distancia considerable. Luego todo se fue haciendo más y más borroso…

Epílogo:

Meses más tarde, María estaba sentada en una hamaca junto a la piscina de detrás de su casa leyendo la prensa. A pesar de ser aún las once de la mañana de un soleado día de primavera, llevaba demasiados Martinis y las letras del enorme titular bailaban delante de sus dilatadas pupilas. La risa brotó de sus labios y progresivamente se fue convirtiendo en carcajada.

Lo había conseguido, joder. Todo era suyo ahora y los únicos testigos estaban dentro de unas enormes bolsas negras. Pero eso sería por poco tiempo. En dos días sería al fin el entierro. Su condición de viuda y heroína había ayudado a granjearse la simpatía de la prensa, la policía y de la gente en general: no todos los días se conoce a alguien capaz de abatir a tiros a los asaltantes de su marido con su propia arma.
La semana que viene iría a la TV para contar por enésima vez su particular aventura. Su horror. Esa atrocidad. Y por enésima vez, actuaría como se esperaba de ella: llorando, emocionándose y recitando su frase favorita (¿quién sabe? A lo mejor algún día se comercializaría impresa en camisetas). Cuando una está en racha, todo sale a pedir de boca.
Como rezaba el titular del periódico que sostenía entre sus manos temblorosas: “Los superhéroes existen”.

Entrada destacada

“Palo y zanahoria” VS. “Sobreprotección infantil”

Volvamos unos cuantos años atrás viajando por el tiempo. Justo a la época en la que estás jugando con tus compañeros de quinto de Educaci...