lunes, julio 13, 2020

MONÓLOGO: "Policorrectismo para Dummies" (1 Parte)




No sé vosotros, pero yo ya me rindo. Me da miedo hablar y no os digo ya escribir.

Nos han censurado tantas palabras y expresiones que empiezo a envidiar a Juan “el Mudo” y a la amiga de mi abuela Eulogia “la Sinletras” que nunca aprendió a escribir ni la jota. Uno no habla, la otra no escribe...pero tranquilidad tienen la que quieran y más.


Si leéis las noticias os habréis dado cuenta de que últimamente las cosas se han salido bastante de madre: todo empieza con un asno disfrazado de uniforme que asesina a un hombre de color (no diré cuál para que nadie me apedree por hereje o me tachen de eremita). La cosa es que a lo largo de la Historia siempre ha sido una pésima idea disfrazar a los animales con uniformes y mucho menos darles armas de fuego.

Al lío, que me disperso. Todo empezó donde empiezan todas las películas de meteoritos o de invasiones extraterrestres: los Yuesei de América. Que daos cuenta de que el mundo tiene una superficie de 510 millones de kilómetros cuadrados pero todo les pasa a los americanos. Son como Carlos Fabra jugando a la Lotería los jodíos…

Poli mata afroamericano, afroamericanos (antes llamados “negros”, para los que hayáis nacido en el siglo pasado) se les hinchan las pelotas, presidente loco la lía...y ya tenemos un tifostio de puta madre montado: tiran estatuas, pintan calles y peor aún...piden eliminar escenas de películas.


Y aquí es donde voy yo:

Imaginaos por un momento hoy en día contando a vuestros hijos pequeños un cuento infantil. Para empezar nos meteríamos en un lío cojonudo con el de “Blancanieves”, ¿qué título le podríamos poner para no ofender a los politicorrectistas que no entran en razón? ¿Una mujer blanca que sin dar un palo al agua vive del esfuerzo de siete obreros genéticamente de tamaño reducido y de etnia indeterminada? ¿Una bruja vestida de negro? ¿De qué raza era el espejo? ¿La manzana era Golden o Reineta? ¿Se permitían los matrimonios interraciales entre príncipes africanos y señoras que se dormían después de comer una pieza de fruta?

Imaginaos qué lío.


Luego está el tema de las estatuas. Si habéis leído las noticias, os habréis dado cuenta de que Cristóbal Colón no descubrió América sino que redactó la reforma laboral instaurando la esclavitud (algo así como los contratos de los repartidores de Glovo). No llevaba tres carabelas sino que eran cruceros de combate que disparaban misiles contra la población indígena. No era Genovés sino que era un acérrimo seguidor del Apartheid sudafricano. Y lo más importante: los Hermanos Pinzones era unos mari...neros.

En definitiva: dejad ya las estatuas, joder. ¿Qué mal nos han hecho? Si os da ganas de tirar algo, tirad uno de los puentes de Calatrava, cabrones. Que hay muchos y encima se caen solos a poco que les peguéis una patada. Una estatua es un símbolo del pasado. El pasado fue bueno y jodido como nuestro presente lo será en el futuro. Servirá para recordar a los que nos sucedan (en lo que quede de planeta, claro) que: nos gustaba comprar papel higiénico en las pandemias, teníamos poca vergüenza ajena cuando mandábamos videos por TikTok y que tras años de pedir más caracteres en Twitter...nos dimos cuanta de que todo lo podíamos contar con memes o emojis.

Repito, dejad a los monumentos en paz, coño. Compraos un muñeco, discutid con vuestros cuñados o apuntaos a clases de Zumba...pero no borréis nuestra Historia. La falta de memoria nos lleva a lo que ahora nos sobra: un rebaño creciente de gilipollas que amenaza con llenar por completo esos 510 millones de kilómetros cuadrados del planeta.


Y acabo con una de las cosas más graves y vergonzosas: borrar las escenas de películas catalogadas como OBRAS MAESTRAS. Véase, por ejemplo, “Lo que el Viento se Llevó” o “Casablanca”. Seamos serios, por el amor de Dios.

¿Os imagináis a Ingrid Bergman en las escena con Sam?


- Haga el favor, si usted es tan amable y si no le ofende que en plena Segunda Guerra Mundial en África, le pida que toque una canción, señor Sam.

- ¿No será usted una estirada blanca a la que llaman “la estirá” y que es conocida por tener un rollito con el otro blanco al que llaman Rick y que casualmente usted abandonará mañana en Casablanca, verdad?

- Sam, permítame un insulto que no aluda a su etnia ni ofenda a sus costumbres...pero tengo que decirle con todos mis respetos que...ME HAS HECHO UN SPOILER HIJODEPUTAAAAA.


Así que insisto en tres cosas para acabar.

Una: algún día el meteorito caerá aquí en España y tendremos más sitio para aparcar. O los extraterrestres tendrán un avistamiento con alguien de Telecinco y se darán cuenta de lo raros que somos por tener dos patas y media neurona.

Dos: se me ha ocurrido que ya de joder una estatua que sea la de los Premios Goya. Que necesitan un cambio de diseño urgente. Parece un señor con un zurullo en la cabeza, fijaos bien.

Y tres: ¿A que no hay huevos a tocar las películas de Nacho Vidal, Alfredo Landa o las de Porky´s? El último que lo intentó se llama ahora Juan “el Mudo” y le arrancaron la lengua. Y con razón.

El lenguaje y la Historia son herramientas útiles, no juguetes. Si no lo veis así, quizás es el momento de que os planteéis dejárselas a los adultos.



viernes, marzo 06, 2020

"El Homicida en Bucle" (RELATO CORTO)





A la mañana siguiente me sentía mentalmente cansado: había sido una noche larga.

Contradictoria. Llena de contrastes. Intensa. Borrosa. Confusa.

Perfume, sexo, tierra, sangre, azúcar, más azúcar y sales de baño.

De esas típicas noches que empiezas con un beso y terminas en el jardín trasero con una pala enterrando el cadáver de un jodido recuerdo.

Pero la pregunta seguía ahí… ¿quién me había robado esos tres días?

Mientras me duchaba, los recuerdos se diluían en el agua: abofeteándome la cara una y otra vez. Para luego huir por el desagüe. Incolora, insípida e inodora. Pero también indolora.

Me calcé, me puse la camisa y los pantalones.

Miré por enésima vez el portarretratos de la mesita y vi al desconocido que se suponía que era yo. Sonreía a la cámara. ¿De qué se reía? ¿Acaso había algo que celebrar en ese jodido día de piruletas y almendras garrapiñadas? Sí, se suponía que era yo…

Me calcé, me puse la camisa y los pantalones (¿no había hecho eso antes?).

Observé de reojo la cama. No había reparado en algo: manchas oscuras en las sábanas. El cubrecolchón desgarrado. La almohada despedazada. Salpicaduras en la pared que corona el cabecero. Y todos los cajones abiertos.

No me atreví a encender la luz…así que me calcé, me puse la camisa y los pantalones a oscuras (¿por qué tengo esta puta sensación de deja vù cada vez que me pongo la ropa?)

El tipo del espejo no se parece una mierda al del portarretratos. Éste último sonríe, suelta chistes, cede el asiento a las señoras mayores o ayuda con la compra a los vecinos…

…pero el hombre que ahora mismo se refleja en el espejo del baño es capaz de muchas cosas más aparte de levantar el culo del asiento del autobús, empalagar a rabiar o de jugar a ser el-puto-vecino-Flanders-de-los-cojones.

Yo soy yo. Sin etiquetas. Sin espejos. Sin portarretratos.

La tarima flotante está manchada de barro. Huellas de pies desnudos que van desde la puerta del jardín de atrás hasta la cama. Pies y algo arrastrándose. Quizás sea un cuerpo humano.

Quién sabe.

Mis ojos, cegados por el flash de la cámara del portarretratos, no me dejan ver lo que parece ser un cuerpo descuartizado tendido en el suelo. Junto a la puerta. Como tampoco me deja ver en el espejo que me falta media oreja. Porque cuando tratas de pegarte un tiro…a veces las cosas funcionan mal de cojones y entras en un bucle infinito de camas, ropa sin poner, zapatos sin calzar o cosas que no ves.

Me calzo, me pongo la camisa y los pantalones.



jueves, marzo 05, 2020

Novela: "EL MURMULLO DE LA LUZ" (Javier Addali)


¿Qué harías si el Sol se estuviera muriendo? ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir el Ser Humano cuando bajaran las temperaturas y nuestro planeta se saliera de la órbita?

A lo largo de tres relatos veremos tres situaciones de afrontar el mismo “problema”. Tres historias independientes e interrelacionadas con un denominador y una trama en común.A lo largo de estos relatos iremos viendo lo mejor y lo peor del ser humano cuando se le pone en una situación límite. Nuestro futuro como raza depende de que una particular niña y un niño modificado genéticamente lleguen a encontrarse. 

Las circunstancias apocalípticas, un montón de gente poderosa y un vil personaje serán los obstáculos a los que tendrán que enfrentarse nuestros personajes para que el Mundo no llegue a su fin. Acción, suspense, amor, aventura y ficción se irán entrelazando a lo largo de las páginas del libro para llegar a un desenlace inesperado.

Hay una única oportunidad de poder salvarnos...y no es la que sospechas.

A la venta en AMAZON:

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jueves, octubre 24, 2019

"El Lugar Olvidado del Día" (Relato Corto)

7:00 A.M.
Sonó el despertador.
Al abrir los ojos no pude ver nada. Sólo brillaba el destello rojizo de la luz del piloto que estaba junto a la puerta de la habitación. Tenía la garganta seca, rasposa y la cabeza me daba vueltas…y lo peor de todo, no me acordaba de lo que había hecho la noche anterior. Cuando encendí la luz de la mesita todo daba vueltas. La puerta se movía y los muebles bailaban al son de los latidos de mi cabeza. No recordaba nada.
La televisión encendida por la noche, el canal de deportes…y luego nada. La luz se fundía en el interior de mi memoria. 
Me incorporé de la cama y tuve que cerrar los ojos para poder mantenerme en pie. No los abrí hasta que toqué el pomo de la puerta y el tacto frío me transportó a un sitio familiar, un sitio que…y mientras me mojaba la cara con el agua helada del grifo, volví a olvidarlo. Me miré en el espejo y tenía buen aspecto. No había sido una noche etílica, siempre había sido abstemio, así que el ver mi reflejo confirmó mis sospechas de que el dolor de cabeza nada tenía que ver con una juerga nocturna… ¿pero entonces que había pasado?
Subí las persianas y descorrí las cortinas. A través de los cristales empañados pude ver que llovía a cántaros…y entonces vi la almohada. Manchas rojas a los lados. ¿Podía ser sangre lo que estaba observando? Se me secó aún más la boca. Manchas rojas, casi marrones. Las manchas de los extremos de la almohada parecían más oscuras, casi negras…espesas.
Me miré las manos, pero estaban limpias. Me desnudé. Rápidamente me desnudé. Rompí la camiseta y casi me tropiezo al intentar quitarme los calcetines. Mi cuerpo desnudo expuesto delante de la ventana me hizo sentir vulnerable y esa sensación me regaló otra fracción de recuerdos. Desnudo .Esa noche había estado desnudo. Estaba seguro. Pero, ¿por qué? ¿Para qué? Lo más inquietante de todo era la sangre de la almohada. Inspeccioné minuciosamente mi nariz, incluso los oídos y llegué a la conclusión de que esa sangre no era de una hemorragia.
Empecé a dar vueltas alrededor de la cama. Quité las sábanas y la funda de la almohada. ¿Qué coño me estaba pasando? ¿Qué había hecho? ¿A quién podía haber herido? Las respuestas no estaban en la habitación. Poniéndome de nuevo la ropa interior me dirigí al salón y allí estaba mi teléfono móvil encima de la mesa de cristal. Lo desbloqueé y miré la lista de llamadas. Diez llamadas a un mismo número que no figuraba en mi agenda. Había llamado entre las dos y las tres de la madrugada y todas las llamadas habían sido contestadas… 
Inmediatamente pulsé el botón de rellamada…y colgué. No podía llamar. Me sudaban las manos. Sospechaba que la persona a quien llamaba estaba muerta. Algo dentro de mí lo sabía de la misma forma que aún conservaba el recuerdo de mi nombre.
9:00 A.M.
- ¿Estas bien? – la voz de Claudia me pareció casi desconocida. Había trabajado con ella cinco años y casi me sonó a la voz de una persona extraña. Supe que era ella antes de volverme por el perfume que llevaba respirando todos los días de lunes a viernes.
- Sí, he dormido mal, no me pasa nada – la inquietud de mis palabras hicieron que frunciese más el ceño, pero no dijo nada más. Era una de las cosas que más me gustaban de mi secretaria, sabía cuando un interlocutor no tenía ganas de hablar. La sonreí.
El ordenador estaba encendiéndose cuando caí en la cuenta de que se me había olvidado la clave de acceso. Nunca me había pasado. Me sentí como un espía en zona enemiga, una sensación de que no debería de estar allí, de que estaba suplantando la identidad de otra persona…y corrí al baño. Todo el mundo me miraba con sorpresa. Y justo cuando entré al baño, vomité.
Al incorporarme, cogí un trozo de papel higiénico y me sequé las lágrimas. Esperé unos minutos para recomponerme y respiré hondo. Cerré la tapa del inodoro y vislumbré una retahíla de números separados por guiones. Un número de teléfono supuse. Volví a abrirla y entre convulsiones pensé en cómo sería la muerte, en qué se sentiría, en si haría frío, en si…el número de la tapa me parecía ligeramente familiar. Lo había visto antes. Lo vi en algo que guardaba en mi bolsillo. Era el número diez. El número de las diez llamadas respondidas.
Si no me hubiese estado mordiendo la lengua hasta el dolor, habría gritado. Los compañeros del trabajo habrían llamado a los loqueros, estaría atado de pies y manos, sedado hasta los tuétanos y balbuceando. Pero no grité. Hice algo peor: miré el número. Y así me quedé hasta que alguien llamó a la puerta. 
Diez minutos más tarde estaba conduciendo. No sabía adónde, pero me dejé guiar por el mismo instinto irracional que me empujó a pulsar la tecla de llamada del manos libres de mi Audi TT. La señal de llamada retumbó en el habitáculo de una manera esperpéntica. El sonido parecía surgir del salpicadero, de debajo de las alfombrillas, de mi cabeza…y cuando una cara se reflejó en el retrovisor derrapé y el utilitario se quedó estacionado en el arcén izquierdo de la autovía. Grité. Esta vez me encontré gritando de dolor, no de pánico. El dolor del verdugo. Había matado a alguien.
12:01 P.M.
Estoy en el camino de un monte. Un sendero de tierra que no sé adónde conduce. Me he perdido, pero no. No me he perdido. Estoy mirando cada poco por el retrovisor. No he vuelto a ver esa cara. Joder, creo que estaba muerta. Pero me estoy calmando poco a poco. La arboleda que me rodea me ayuda a relajarme. Los abetos parecen mecer al coche y el olor de la resina me parece estimulante, familiar, etéreo. Vaya, que me ayuda a ver las cosas de otra forma. Nunca he matado a nadie. 
(Eso creo, pero no estoy completamente seguro)
Una cosa que me pone las cosas fáciles en la vida es la música. He llegado a una conclusión: nunca son suficiente las melodías de una vida entera. Cada minuto, cada segundo necesitas una. Tu vida necesita una a cada momento, en cada secuencia de tu vivir, necesitas algo. En este instante estoy escuchando música de otros momentos, de otros lugares. De  años remotos en los que no me cuestionaba nada, en lo que la importancia de las cosas se reducían a un efímero fotograma. Bebía como un cosaco y vivía como un bárbaro. Los tiempos en los que la vida era algo perenne. Ahora ese árbol se está muriendo y las hojas caen. Poco a poco, pero noto que se están cayendo. Mierda.
Cuando escucho a Phil Collins, a Eurythmics, a Tom Jones…es cuando veo que muchas hojas están ya en el suelo. Que las discotecas han cerrado y es la hora en que sale el sol y te tienes que ir a casa a sobarla. A tomar por el saco, todo se acabó.
Veo una casa de madera en el amplio recodo de la curva. Es de un color raro, mitad marrón, mitad negra. No es caoba, ni alcornoque, ni nogal…solo está hecha de algo. Miles de algos de millones de sitios, pero es un algo vacío que crepita. Pongo todo mi empeño en frenar y darme la vuelta. No puedo, algo me dice que continúe. Y yo lo hago a pesar de que ya sé qué es lo que veré en esa casa.

El lugar olvidado del día. Eso es lo que voy a ver. Algo que haces por la noche y lo vuelves a ver de día. Las botas que llevo puestas han pisado antes esta tierra. Estaban guardadas en el maletero. No sé de quién las escondía pero supe que estaban ahí, debajo de la rueda de repuesto, dentro de una manta cubierta de sangre caoba, de sangre de nogal.

viernes, octubre 11, 2019

Microrrelato: "PUÑOS, LETRAS Y VODKA"


Ya están apagando las luces.
Sillas boca arriba, mesas boca abajo y mis pensamientos desparramados en una orgía etílica de vodka. Imágenes que fluyen. Sucias culebras de oscuros colores que trepan por la barra, por las sillas y por mis piernas. No soy consciente de que el borracho que se refleja en el espejo soy yo. Ignoro la mirada de impaciencia del camarero.
En la densa neblina de mis ojos ebrios de alcohol y enrojecidos de apaciguada ira, veo el reloj que está junto a las botellas. Las dosynosequé del día nosécuántos del puto año dosmilypico.
No me importa. 
A quién cojones le importa en realidad el tiempo en el que uno vive. Hoy es el presente. Lo que hice hace unos días es el pasado. Del futuro ya se encargará la vida de darte patadas en la entrepierna y caricias en la nuca.
Ese niño. Joder, era un crío. 
“¿Lo prefieres en billetes de 500 euros o en una bolsita de polvo blanco?”. 
Y así es como empieza todo: en una asquerosa mesa llena de mierda hasta los topes, un cenicero lleno de colillas a medio apagar y dos posavasos viejos. El lugar apropiado para cambiar dinero por vidas. La mía incluida, claro.

 Me gano la vida así – por la forma en la que me mira el barman, he hablado en voz alta. Pero mis pensamientos me retienen en aquél sucio tugurio lleno de depredadores sociales. Un momento del tiempo lo suficientemente cercano como para hacerme vomitar todas las mañanas. Lo suficientemente lejano como para no volarme los sesos cada vez que me acuesto. El asco que me tengo sigue ahí latente.

Es una noche lluviosa. 
Los coches se empujan unos a otros mientras los peatones se arremolinan en los escaparates. Millones de paraguas desplegados. Luces que se reflejan en cada una de las gotas que caen.
En ese momento no soy consciente de que estoy empapado. No llevo paraguas. Tropiezo varias veces con la gente, con las aceras, con las señales, pero todo me da igual. Para una persona que ha visto pozos de petróleo que arden, ciudades que arden, gente que arde y almas que queman, la lluvia significa redención. El perdón por las cosas hechas. Así me siento en ese momento.

 Caballero, ya vamos a cerrar – de la lluvia a la neblina de nuevo. La visión borrosa de una persona con un mandil blanco. No le estoy viendo a él. Para mí es Alexander Borokov, el demonio al que vendí mi alma por dinero y polvo blanco como el papel.

- ¿Por qué no me dijiste que había un niño en el coche, hijo de puta? – aúllo. Alexander “el camarero” Borokov me mira sorprendido, casi asustado. Desaparece de mi atrofiada vista. “Huye, Alexander, huye”.
Siento un roce en mi mano. A cámara lenta voy viendo quién es. Henry Harold. Un niño de diez años. Una bomba le mató a la salida del garaje de su casa. A él y a su padre. Me mira. Ve lo que hay dentro de mí enterrado en alcohol y remordimientos. Escruta mi atormentada alma y ve lo que nadie verá jamás: quién soy y quién podría haber sido.
Y esa condescendencia infantil consigue que me levante del taburete de la barra del bar. Juntos de la mano,caminamos sin hablar hacia al coche. La lluvia de aquella noche ha vuelto. En realidad, todo vuelve: las guerras, los niños, los remordimientos y las armas.

En la guantera está mi Glock 18. Mi fiel compañera. Sigue cargada con las mismas balas que una vez sirvieron para matar. Hoy servirán para un oportunista, desesperado y cobarde acto de redención.




viernes, abril 12, 2019

TWITTER: "Somos una Tribu banal".





Me despierto.


La verdad es que anoche no he dormido mucho…pero, en fin, nada que no se pueda solucionar con una buena taza de café y abriendo Twitter.


¿Sabes qué? Ahí dentro tengo mi particular mundo donde las cosas no son lo que parecen. Ni falta que hace. Es demasiado aburrido ser yo todo el tiempo, joder. Piénsalo: 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año. Ahora supón que no la espichas antes de los noventa. Eso hacen 32.850 días sin dejar de ser tú. Una puta mierda, ¿verdad? Pues eso.


Al segundo chute de cafeína ya he hecho una docena de retuits. La mayor parte son de usuarios que siempre me han seguido. Me importa una polla sus frases fabricadas sacadas una planta de procesamiento de carne. Porque a esa carne, ellos le echan mucho azúcar. Y estaréis de acuerdo conmigo en que a la gente le encantan las cosas edulcoradas: fotos de perritos dando los buenos días, ratones dando las buenas noches y memes de frases sacadas de los gurús del bienquedismo. El paradigma de lo hortera y a la apología de lo cutre, deberías de saber que ahora se lleva mucho.


Como digo, si le echas azúcar (o sacarina) a la mierda, pues joder: es menos mierda. Ese regusto en segundo plano a amargura, a tristeza, a rencor o a vacuidad…casa muy bien con el edulcorante natural de la "felicidad" impostada. Le añadimos más azúcar. Más, más y más. Y, joder, de repente me doy cuenta de que le gusto a todo el mundo. Soy la ostia. El puto amo de la Felicidad en forma de avatar. El fotógrafo de la Realización Personal transfigurado en una suerte de fotografías sacadas de Google, Pinterest e Instagram. Así soy, joder.


Contándoos (en este momento) como es un día cualquiera de mi vida, casi se me olvida devolver los doscientos quince "buenos días" que me han mandado. Anoche creo que me dejé a cinco personas sin contestar. Y eso "no es bien". Hay que ser cortés y de bien nacido es ser bien parecido. No volverá a pasar.


Llevo ciento ochenta y nueve saludos de buenos días contestados. Y ya ando inmerso en mi próximo proyecto: descargar un puñado de fotos con frases hipermegachulas para dar las buenas noches a mis amores. No conozco personalmente a casi nadie de los que me siguen, pero mataría por ellos. Nadie me da tan buen rollo, buena onda, buenos días, tardes o noches como mis pequeños. Sobre todo, Teddy83 y Reku767. Son unos soles. Me consuelan cuando nadie del mundo "real" lo hace. Me hacen reír como ningún compañero de mi trabajo lo hace. Y me hacen sentir deseo como nadie de mi entorno lo consigue.


Bueno, ya que os estoy hablando con sinceridad, os diré que tampoco es que haga mucho caso a la gente de fuera de Twitter. Son taaaaaan reales todos ellos. Además, me obligan a hacer algo que no me gusta mucho: ser responsable, asumir las consecuencias cuando interactúo con ellos o, lo que es peor…ser yo mismo. En ese "Outter World", las personas me ven como realmente soy y eso me asusta mucho: no puedo cambiarme de avatar, quitarme años de encima, inventar una vida mejor o borrar personas. Es imposible hacer un block en "Outter World" y los "me gusta" se hacen de otra manera más compleja: amando.


Un segundo.


Ya.


Me acabo de cambiar el nombre de usuario y la foto de perfil. Mi BIO es ahora menos real, pero luce mejor. Le he puesto filtros a todo. He adornado mi muro hasta el extremo con muchas palabras y sentimientos que nunca he experimentado: hacer el amor, sentir, enamorar, sinceridad, honradez o "platónico". No entiendo una mierda de eso, joder, pero no me podréis negar que queda muy chuli. Y lo más importante de todo es que, además, por cada eufemismo publicado, las probabilidades de encontrar a alguien como yo, aumentan exponencialmente.


Todos son como yo. Y yo soy como ellos.


Gente original con lenguaje de Manual. Viviendo en un mundo virtual poblado de gente irreal. Somos una Tribu banal. No tenemos nombre porque nos lo cambiamos según la moda o lo que a ti te guste. Y te amamos. Con toda nuestra indiferencia te idolatramos.


Por cierto: buenas noches, Joe659, Pekky342 y a ti.


A ti, testigo mudo de un día en mis horas ciegas a las que hago oídos sordos. Espero que te unas a nosotros algún día. Porque soooomos tan felices. Ven. Ven al País donde no existen las lágrimas sinceras ni las frases de verdad. Al Mundo en el que a la amargura la echamos azúcar y donde a las personas tristes, las tiramos al cubo de la basura. Al Universo de la Dicha en bucle.


Si vienes, no te arrepentirás.


Porque el precio de la Felicidad nace en el Mercado Secundario de los Buenos Días y termina en la Bolsa de las Buenas Noches.


Ya lo verás , mi querido y potencial "follower".






jueves, abril 11, 2019

Equilibrio



El Equilibrio es esa vieja herramienta del aún más ancestral y siniestro personaje llamado Vida. Nadie sabe cómo funciona. Nadie lo ha tocado. Ni siquiera lo ha visto. Pero todos sabemos que sus misteriosos y eficientes engranajes están perfectamente engrasados.


A veces, la Vida tarda en poner en funcionamiento la Máquina del Equilibrio, y por eso hay injusticias, desigualdades o situaciones irreales, que lejos de mantenerse en el tiempo, lentamente desaparecen. Se esfuman al mismo ritmo que la correa de transmisión del Equilibrio comienza a mover las poleas y a echar humo.


Cuenta la Leyenda que un hombre aún más viejo que la Vida, un día se sentó en el medio de una plaza atestada de gente y se quedó observando el panorama. Allí había mercaderes, clientes, niños, hombres y mujeres. También, los puestos de comida estaban llenos de verduras, carnes y frutas de distintos lugares del planeta. Pero de todo ello, lo que más le había llamado la atención a ese hombre, era un pobre perro muy flaco y lleno de pulgas que estaba apostado a la entrada de un lustroso y boyante colmado. El dueño del colmado, aún más boyante (a juzgar por su descomunal panza) no hacía más que martirizar al pobre cánido alternando las patadas con el olor a comida que le hacía llegar con un antiguo ventilador.


El hombre, conocedor de la Máquina del Equilibrio, no dijo nada. Se quedó dormido un par de días sin que nadie le molestara por ello ni le perturbara el sueño. Cuando se despertó, un intenso olor a humo llegó hasta él. No había nadie más en la otrora concurrida plaza excepto el desventurado perro y su antagónico barrigudo. No le hizo falta tomarse demasiado tiempo para dase cuenta de que las tornas habían cambiado en la escena:


El colmado de ese hombre tan cruel y carente de alma o piedad, estaba ardiendo. El dueño tenía el tobillo atascado entre la puerta y el dintel y no dejaba de gritar a medida que las llamas le iban alcanzando. El escuálido can tiraba de él hincando la dentadura en el fondillo de los pantalones…pero no tenía apenas fuerzas.


El hombre de la plaza, se quedó mirando la escena sujetando una polvorienta balanza de discos de metal. No intervino. Sólo miraba. A medida que el fuego iba prendiendo los ropajes del dueño del local, la balanza iba oscilando de un lado a otro hasta decantarse por el platillo donde menos peso había…hasta que el alarido del hombre cruel, hizo que la balanza se le cayera de sus ásperas manos de viejo.


Horas después, cuando los vecinos del pueblo consiguieron apagar las llamas, el perro entró dentro de la tienda y salió con un jamón asado colgando de su hocico. Meneaba la cola en señal de diversión y excitación…no tardó en olvidarse del humano al que había tratado de salvar horas antes. No valía nada.


Al morir ese anciano, el secreto del funcionamiento de la Máquina del Equilibro murió también con él. Ya sólo quedó la Vida como único experta y ejecutora de los designios físicos de la vieja balanza…donde el peso de los platillos vale menos que un cobarde orondo y pesa más que el torso de un perro escuálido.






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