viernes, diciembre 03, 2010

Relato Corto (Segunda Parte): El lugar Olvidado del Día


Al abrir los ojos, de entre una montaña de envoltorios de chocolatinas,latas de refrescos y botellas de vidrio, ví salir una rata en dirección a los arbustos de detrás del edificio de los baños. El aire era frío. Las intermitentes rachas de viento hacían que la sensación térmica fuese casi de bajo cero.
El muro del edificio, por llamarlo de alguna manera, estaba lleno de pintadas en la parte posterior. Aparte de los kilos de basura en forma de productos de consumo, también había alguna jeringuilla y varios preservativos usados.
Me imaginé los baños como una frontera ficticia entre la inocencia de las caravanas, las meriendas, los niños jugando con balones, con yoyós coloridos...y el país de las bajas pasiones de los drogadictos, aventureros sexuales ocasionales y prostitutas. Sin darme cuenta estaba sonriendo.
En el "país de la inocencia", un Audi TT con los faros encendidos y el motor en marcha esperaba. La caravana ya no estaba y los niños y el curioso hombre rechoncho ya se habían ido. Sólo quedábamos el coche expectante, la basura y yo. Y la decisión que tomé en ese preciso momento lo cambió todo.

12:20 P.M.
La casa de madera estaba semiescondida entre los árboles. Es más, los árboles escondían desafiantemente una construcción oscura. Las ramas arañaban un tejado de pizarra gris oscura y rugosa. Los troncos retorcidos rodeaban a modo de escudo protector la vieja casa. Algo en el interior hacía que los pájaros callasen, el aire se humedeciese y mis nervios se tensasen.
La palabra que aparecía en mi cabeza era: Malo.
No la palabra "malo", sino un sentimiento indescriptible de miedo, asco, sabor a hierro en la boca, de algo viejo, muy viejo...casi infinito.
Las imágenes se sucedían borrosas. La casa, el niño, la sangre, el cuchillo, la chica llamando por teléfono, el camino...en unos segundos lo veía todo claro y en los siguientes lo olvidaba todo. Era como estar viviendo dos vidas simultáneas.
Llegué al final del sendero. Dos grandes robles flanqueaban lo que otrora era un porche. Me paré. Me paré y escuché.
Susurros.
Mis pies me guiaban a la entrada y mi cabeza me hacía retroceder. Pero los pies en este caso mandaban y me sorprendí girando el pomo de una puerta desvencijada, sucia y vieja. Los goznes chirriaron audiblemente y unos pájaros que debían de estar en un matorral cercano volaron. Me asusté, pero instantes después estaba dentro de la casa. Inmerso en una oscuridad lejana y viva.

11:00 AM
Subí al coche. Intenté llamar por teléfono en balde. Me aseguré de que había cobertura, pero no se oía ni la señal de llamada ni ningún otro sonido. Silencio. Ausencia de sonido. Vacío. Nada.
Me acordé de lo que había visto antes por el espejo retrovisor e inmediatamente se me erizó el vello de la nuca. No me atreví a mirar de nuevo.
En lugar de ello, encendí el reproductor MP3 del coche y subí el volúmen hasta que los altavoces de 2.500 euros vibraron al ritmo de la batería de Metallica.
¿Qué me estaba pasando? ¿Qué buscaba? ¿Por qué estaba tan seguro de que estaba en el lugar correcto?
- ...dame lo que me merezco, toma lo que sembraste, recoge lo que cosechaste...dame lo que me merezco, toma lo que sembraste, recoge lo que cosechaste... - a la segunda repetición, me percaté que lo que pensaba que era la voz de un locutor de radio, era yo gritándole al volante. Gritaba y golpeaba con violencia el salpicadero rítmicamente.
...y en los asientos de atrás, oculta por la oscuridad de una lluviosa y cenicienta mañana de invierno, la figura de alguien (o de algo), se movió.

12:35 P.M.
- ¿Hay alguien aquí? - pregunté a la oscuridad. Olía a cuero viejo, podredumbre y especias picantes. Sólo se oía el sonido de mis botas al pisar la madera. Finas rendijas en las paredes me permitían ver detalles fugaces de la habitación donde me encontraba. Lo que parecía ser un baúl en un rincón, un retazo de alfombra, la encimera de una chimenea, una especie de fardo cerca de mis pies...
Más que ver realmente las cosas, las tenía que intuir. De la misma forma que me aventuraba a pensar que lo que pisaba era madera y no el montón de cosas que se me pasaban por la cabeza.  
Carne dura.
- ¿Hola?
Huesos roídos.
Caminé a ciegas durante lo que pareció ser una eternidad. Me tropecé varias veces. A punto estuve de caerme. Me agarré a lo que parecía ser una barra oleosa junto a una de las paredes cercanas a una ventana. Tenía que ver dónde estaba o me volvería loco. Palpé la pared hasta que encontré lo que pareció ser el alfeizar de una ventana, arañé con fuerza la madera hasta dar con una especie de pestillo y, por fin, abrí las contraventanas de par en par.
Durante unos segundos no vi nada.
A medida que mis ojos se acostumbraban a la reciente luminosidad grisácea, las figuras borrosas fueron tomando la forma que siempre tuvieron.
Me encontraba en lo que parecía ser una gran sala de estar. Una alargada mesa de roble macizo presidía la habitación. Dos hileras de sillas de madera blanca la rodeaban en disposición geométricamente perfecta. Al acercarme más pude ver que la mesa estaba
puesta.
-Puedes sentarte – tronó una poderosa voz detrás de mí. Me sobresalté. Dos firmes manos me asieron los hombros y me obligaron a sentarme en una de las sillas más cercanas. Cuando giré la cabeza para mirar quién me hablaba, sentí un fuerte mareo y perdí la consciencia…

EL SUEÑO
Necesitaba huir. No sabía a ciencia cierta de qué pero necesitaba escaparme de todo y de nada a la vez. La vida había ido pasando ante mis ojos.
Los inconexos fotogramas de la película habían dado paso a la confusión que ahora residía en el fondo de mi alma. Un alma que no encontraba un lugar, un sentido ni un porqué.
Ahora, una maleta reposaba encima de mi cama. La ropa arrugada y una ilusión renovada era el equipaje del viajero.
En realidad no tenía nada que perder. El alma vacía...
Vacío en el interior...
Un último vistazo desde la ventana de la cocina: nadie en las calles en la madrugada de un domingo de un apacible verano. Las farolas estaban aún encendidas e iluminaban retazos del escenario de la última fase de mi vida. Montones de recuerdos...
Después de darle un último sorbo al café con leche, cogí la maleta, el billete de tren, la billetera y cerré la puerta del apartamento. No miré atrás.
El tren me llevaba lejos. Cada vez iba más rápido. Había gente durmiendo porque era un tren que llevaba rodando toda la noche. Y me dormí. No soñé. Oía de vez en cuando una tos seca, un murmullo, un sollozo…y cuando abrí los ojos, punzadas de dolor perforaron mis ojos.
Al principio se veían casas dispersas, y según nos acercábamos a la ciudad comenzaron a juntarse unas con otras. No pude evitar pensar en que se abrazaban entre ellas para protegerse de las personas.
Llegué a  la ciudad a las seis y media de la mañana . Los andenes estaban vacíos.
Y yo me sentía tan vacío…no tenía a nadie. Lo único que tenía estaba en la maleta de cuero de mi mano izquierda. Alguien me tocó el hombro y me giré. La cara de esa chica pasó del fervor a la decepción infinita cuando se percató que yo era otra persona.
Pero yo la reconocí. Alta, morena, rostro muy delicado, casi pálido, ojos grandes...
Nunca olvido las caras de la gente a la que asesino.
Y empecé a acariciar el estilete que guardaba en el bolsillo derecho de la chaqueta desde hacía casi cinco años.

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