jueves, agosto 27, 2015

CAPÍTULO 1 de la Novela: “MUNDO PARALELO”



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"El Libro en el Suelo, el Azar y la Chica"

A esa hora del mediodía, las calles estaban atestadas de vehículos. Era imposible moverse. Avanzar más de tres metros era una tarea imposible. Costaban varios minutos de tediosas y tensas esperas. El termómetro del Audi A8 indicaba una temperatura exterior de 28 grados centígrados, algo bastante anormal para estar a finales de septiembre.

Jorge miró de reojo el maletín que reposaba en el asiento del acompañante del conductor. Un maletín de cuero negro lleno de dossiers, fotografías y algo más.
Le estaban llamando por el manos libres. La luz del salpicadero protestó emitiendo varios destellos y el nombre de Isabella apareció en forma de pálidas luces azules.
Así era Isabella. Pálida, azul e intermitente.

Tuvo que reprimir la risa antes de contestar:
- Hola, Bella. Estoy en medio de un embotellamiento de puta madre. No sé a qué hora llegaré a mi casa a comer...lo de esta noche supongo que sigue en pie - su mente le teletransportó a una lujosa suite en el centro de Madrid. Cercana a la calle San Bernardo.

- Claro que sigue en pie. O en pies. Ya sabes cómo me gustan los tuyos - una risa nerviosa invadió el habitáculo del Audi saliendo de los bafles como agua llenando una piscina olímpica - Te quería preguntar si puedes quedarte a dormir o saldrás de nuevo como un delincuente en mitad de la noch...

- Isabella, ya hemos hablado varias veces de eso. No soy un delincuente. Soy un hombre casado. Lo sabes. No puedo quedarme toda la noche sin que....- buscó las palabras minuciosamente de las misma forma que sus largos dedos pasan hojas - sin que levante sospechas. Y…

Un libro en la calzada al lado de la puerta del conductor llamó su atención. No era un simple libro cutre de esos que venden en rastrillos de mala muerte o librerías en liquidación. Era...impresionantemente...era...

- ¿Estás ahí, Jorge? ¿Te ha pasado algo? - el agua seguía llenando la piscina. Pero su mente estaba lejos, muy lejos de piscinas, coches y romances secretos...qué era eso. Estaba claro que lo habían puesto para que él lo recogiese. Nadie más había reparado en él.
Los conductores del carril de la izquierda pasaban indiferentes a su lado. Incluso un motorista pasó tan cerca que casi hizo que se abriera por la portada...pero no lo vio, "Isabella, ahora te llamo".
El motorista se giró distraídamente. En la parte de atrás de la moto había una pegatina de Texaco con la foto de un águila con casco y una lata de gasolina en el pico.
Sus palabras sonaban lejanas. Ocultas por mantas de lana y pesadas plumas de ave. Colgó. Y abrió la puerta con cuidado después de cerciorarse que nadie le arrollaría al alargar el brazo.

Lo imaginó o lo soñó...o simplemente lo sintió. Oyó algo. Podía jurarlo. No era nada inteligible...pero sonaba a advertencia. Estaba claro que le estaba advirtiendo de algo. Pero no lo entendió...en ese momento. Más tarde sabría que el libro no sólo hablaba. También hacía muchas más cosas.
Miró por el espejo retrovisor para ver si alguien había presenciado la escena pero parecía que todos los conductores estaban ensimismados en sus minimundos de cuatro ruedas y cristal insonorizado. Nadie vio un brazo vestido con traje de Armani recogiendo un extraño libro de pastas duras y hojas amarillas de la calzada.

Minutos más tarde, el tráfico se fue despejando de la Gran Vía madrileña. Dos llamadas de teléfono después le llevaron a la zona donde vivía: Pozuelo de Alarcón. Un lujoso y amplio chalet rodeado de setos, árboles y muros de piedra: su otro minimundo. El mundo de Jorge.
Los vecinos eran desconocidos habitantes de planetas lejanos y cercanos, aislados por ellos mismos a través de cámaras de seguridad, vallas y paredes coronadas de púas.

La chica que corría con unos pantalones demasiado ajustados y una camiseta antitranspirante roja pareció fijarse en el conductor del Audi: un hombre de unos treinta y ocho años con el pelo engominado hacia atrás y perfectamente rasurado por los lados. Barba de varios días pulcramente perfilada y patillas delicadamente finas y recortadas. Unos profundos ojos verdes y una nariz recta completaban el rostro anguloso de Jorge.

Su mirada se cruzó fugazmente con la de la chica y sonrió educadamente. Eso fue antes de saber que sería la última persona en verla con vida.

Dos días más tarde, en las noticias de las siete de la mañana, al levantar la vista del iPad y de la taza de café, vería un rostro conocido en la pantalla del televisor. La reconocería. Y se estremecería al saber que el día que la vio corriendo en un caluroso mediodía de septiembre....desapareció para siempre.
Dos vecinos a los que no había visto en su vida, a pesar de residir enfrente de su chalet, le decían al periodista que habían visto un furgón negro últimamente rondando el barrio.

"Pero nadie dijo nada. Se estaba de miedo en la piscina de atrás tomándose un daiquiri cargado hasta los topes. Se estaba cojonudamente montando fiestas llenas de gente desconocida....se estaba de vicio entregándose al vicio, ¿no?" se dijo a sí mismo. Ahora hablaba una persona que también había visto ese furgón negro de cristales tintados y matrícula antigua de Cádiz, creo.
Ahora que lo pensaba detenidamente, creía también haberlo visto en un par de ocasiones a la vuelta de sus...de sus incursiones nocturnas en el hotel de San Bernardo. Siempre a las 3 de la mañana. En su calle.
Se fijó en él porque, allí, parado al lado de la acera, atusándose los cabellos, oliéndose las manos, la chaqueta e incluso la camisa y la corbata para evitar rastros indeseados de perfume, todo el mundo es sospechoso. Más un furgón a esas horas en su calle.

"Un detective, cariño, ¿me has puesto un jodido detective?" se acuerda que llegó a pensar. ¿Cuánto hacía de esas noches? ¿Dos semanas? Quizás tres. No consiguió ver a nadie dentro del vehículo. O eso creyó.
Unos días después, una noche estaba dándose una ducha después de ver el canal de deportes. Sus dos hijos estaban ya acostados una planta más abajo y su mujer dormida por los somníferos mezclados con ginebra...y se acordó de algo.
Unas zapatillas deportivas. Eran como las que él había encargado a una empresa taiwanesa de lujo. Sólo las fabricaban bajo pedido. Un modelo raro de ver en España. Sólo debían de haber unos pocos pares en el mundo. Unas "YongWon" color marfil y oro. Según su mujer eran “la horterada del año”.

Así era Raquel: directa, incisiva y casi siempre crítica.
Con el agua caliente resbalándole por la cara, espalda y piernas, meditó. La policía. Si fuese un ciudadano ejemplar, antes de que se secase la última gota de su musculado cuerpo, habría cogido el móvil y llamado al 112 o al 091 o a cualquier puto teléfono que se interesase por lo que iba a decirles acerca de unas zapatillas poco comunes.
El problema es que Jorge no era un ciudadano ejemplar. Ni mucho menos. Tenía demasiados secretos. “Demasiada ropa sucia para meter en la lavadora” habría dicho su padre.

Se acordó de lo que pasó hace dos años en la Casa de Campo. Lo quería olvidar pero ese maldito recuerdo le acompañaría por los siglos de los siglos, joder.
- Además está el “Cuarto Encarnado”, ¿quieres enseñárselo a la Policía también, pedazo de gilipollas?

Lo que pasó aquella noche después de la cena de empresa. Las dos prostitutas. El hombre del Smart. Y de cómo el azar (o el destino) le ayudó a no estar ahora en el minimundo alternativo de una cárcel modelo. Encerrado como su perro Gorby en una caseta de barrotes de acero, cemento y malicia innata.
...
Llamar a la policía significaría retroceder dos años hacia atrás. Y él era un hombre que siempre caminaba hacia adelante. Ser Vicepresidente Ejecutivo de Motreco International en España sólo era para las personas que caminaban con firmeza hacia adelante pisando el pasado con violencia y merendándose el presente a golpe de firmas, cifras de siete dígitos y secretos inconfesables. La aventura con Isabella era el menor de ellos en comparación con el "Episodio de las Prostitutas y el Extraño Hombre del Smart”

De todo ello aprendió que el Azar es un compañero de viaje al que le gusta cambiar de coche. Sólo te acompaña cuando quiere. Y pocas veces puedes apostar tu cuello a que volverá cuando se lo pidas. “No es tu amigo, así que no le pidas más favores”. Así que mientras caminaba desnudo por la segunda planta, pensó que no convenía llamar dos veces a la misma puerta. Si investigaban a conciencia la desaparición de la chica podían dar con el camino que llevara a aquella noche. Era una remota posibilidad pero hasta lo más remoto se vuelve posible.
“Suéltame el brazo, hijo de puta”.

Vio su reflejo en el espejo del armario. Necesitaba olvidar rápidamente el episodio si quería mantener su estabilidad emocional intacta. Respiraba con dificultad y le sudaban las manos. Le costó reconocer sus propios ojos en el reflejo del espejo porque no eran los suyos: eran los de un depredador observando restos de carne y relamiéndose. Inconscientemente, retrajo los labios y unos dientes blancos se asomaron.
“Basta ya. No, no lo hagas”.

Encendió el reproductor de música, un novísimo diseño de un artista sueco mezclado con la más alta tecnología digital. Y "Las Cuatro Estaciones de Vivaldi" desfilaron nota a nota por sus oídos.
Se sentía agitado y eso no presagiaba nada bueno. Necesitaba relajarse pronto o todo volvería a ser como antes. Y no era el momento con todos esos policías en su barrio.
Pensó en la caseta de un perro y él atado con una cadena de hierro a una estaca clavada en el césped. Eso le hizo centrarse.
Se sentó en el banco de press de cinco mil euros y empezó a levantar pesas. Discos de titanio embellecido por laca dorada. Levantó pesas durante una hora.
Rutina. Dosis elevadas de rutina. Necesitaba nadar en ella como un nadador de larga distancia. Liberar endorfinas que drogasen su alma confundida.
Después de un maratón de abdominales, la música cambió de pista. Linkin Park estaba entrando en su cuerpo al ritmo de batería, guitarras eléctricas y remezclas de tonos electrónicos. Breaking the Habit. Sí. Era tan adecuada a su situación que empezó a reírse como un loco mientras unas gotas de sudor le empapaban los ojos y se escurrían por el pecho y espalda.

A medida que iban bajando y subiendo las barras de peso, la escena de la Casa de Campo se fue haciendo más y más lejana…hasta difuminarse. Ya no había sangre en sus manos, ya no había nadie en el maletero de su coche, ni la luna no cesaba de decirle lo que tenía que hacer con ellos. No.
Y empezó a reírse a pleno pulmón.

“Lo de la Casa de Campo es un puñetero juego de niños si descubren lo demás, Jorge. Están las fotos y seguro que además hay algún cabo suelto que has dejado. No te engañes, se te va la pinza y lo sabes. La cantidad suele ser incompatible con la calidad, ¿no? A más chicas, más posibilidad de errar. De dejar alguna pista”.

Miró por el tragaluz del salón y se aseguró de que no había luna esa noche. Irracionalmente eso le hizo calmarse. Era Dios. Su puto Dios único y misericordioso.

Si no hubiese estado en la única habitación de la casa completamente insonorizada, Ramón, Pedro y Raquel estarían ahora despiertos en la puerta del salón multiusos. La estancia en la que un padre y marido enloquecido por las endorfinas, la tensión acumulada y la música...estaba gritando como un loco mientras levantaba barras de titanio brillante.

En esos momentos no era Jorge. Era el monstruo que jugaba por las noches a arrancar  vidas y tenía ensoñaciones de día con la muerte.
“A veces no era tan malo tener trastorno de personalidad múltiple, ¿no?”
Dos vidas en una y una vida entera para actuar.





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