viernes, enero 23, 2015

EL INCREÍBLE MUNDO DEL REINO DE ROBAMIENTE (I)

Érase una vez un país muy muy cercano, donde la mentira, la corrupción y la cobardía, no sólo estaban permitidas, sino que eran indispensables.

El Reino se llamaba Robamiente. Fue bautizado varios años atrás por unos eruditos que redactaron una gran mentira digna de estudio por los monjes escribanos del Reino.

Años atrás, un hidalgo caballero al que sólo se le conocía por fumar puros y ver campeonatos medievales de balompié en un artefacto plasmódico, consiguió llegar a reinarlo con la misma precisión con la que exhalaba el humo del tabaco y aplaudía los tantos de sus deportistas favoritos. Era fácil dirigirlo. E incluso divertido a veces. Él, en realidad no tenía el título de Rey ni otro nobiliario que se le pareciera, pero a todos los efectos, era el Señor de Robamiente.

Como casi todo en la vida, todo consistía básicamente en huir de los problemas y en disfrazar las adversidades en logros. Tenía todas las herramientas para ello: artefactos de plasma para comparecer, bufones adoctrinados, trovadores a sueldo, poca vergüenza y sobre todo, un sentido de la Justicia teledirigido por sus compinches. 
Para llegar a donde llegó, necesitaba del apoyo de muchos duques, condes y capataces del Reino. Muchos de ellos se habían ido enriquecido con oro, maravedíes y ducados de plata que habían ido saqueando de las Arcas a lo largo de generaciones y generaciones. El pueblo era conocedor de ello. Incluso varios Cantares Épicos evocaban dichas gestas: “El Cantar del Mío Bárcenas”, “La Leyenda del Innoble Gürtelín” o “Miserias y Desventuras de la Financiación Ilegal”.
El primer año, este señor necesitaba de muchos fondos para emprender sus aventuras, por lo que tuvo que engañar a los labriegos y a la gente que trabajaba de sus manos allá abajo en los campos de labranza que sustentaba las despensas del Castillo. Además, los diecisiete vizcondes de las tierras en las que se dividía Robamiente, precisaban de millares de maravedíes de oro para mantener sus establos, a sus valedores, a los bufones y llenar las enormes estancias de sus castillos de más y más riquezas.

En el siguiente capítulo veremos cómo el Innoble e Ingenioso Hidalgo Plasmarín, sabedor la importancia de llevarse bien con la Reina del Norte, Lady Herr Merkelin de la Baja Germania, claudica ante ella, al saber del poder de ella, de hacer aparecer y desaparecer dinero.

Y junto al engaño a los labriegos, se suma otro más. Y otro. Y otro...pero eso lo contaré más adelante.

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