martes, enero 27, 2015

¿Y por qué miras para otro lado?

A veces las tornas pueden cambiar, ¿sabes?

Vives de puta madre en tu mundo de fantasía donde un escudo invisible y protector no deja que las malas noticias ni siquiera te rocen. 

Titulares manchados debajo de una taza de café  que va dejando cercos entre desahucio y desahucio. Manchas sobre fotos de enfermos que no pueden pagarse una vida. Y sorbes plácidamente el tibio líquido del despertar. “No, eso no me podría pasar a mí”. “Son unos vagos”. “Unos morosos”. “No, jamás”.

A veces las cosas cambian. Y es de repente como pasa.

Un día por la mañana te puedes levantar y ver que las noticias que antes te eran ajenas, te tocan de repente y te muerden el cuello hasta sangrar.

Otro día por la tarde, podría ser que ya no tengas ese empleo del que todas las mañanas despotricas. Ni ese sueldo que te permita pagar tu modo de vida. Ni casa. Ni familia. Ni esperanzas. Ni derecho a vivir.

A veces, la brecha de la desigualdad se abre tanto que te engulle. 

Has estado demasiado ocupado mirando para otro lado. Esquivando mendigos. Saltando cajas de zapatos a modo de hucha. Has estado tan ciego que has caído dentro de una casa improvisada de cartón y latas de cerveza ponzoñosas. Hecho oídos sordos a los gritos de auxilio que ahora profieres en el nombre de la Caridad. De la Justicia. De la Piedad que nunca tuviste con los más desfavorecidos.

Y los mismos a los que ni siquiera mirabas a los ojos son ahora tus vecinos de la calle. Entre orines de rata, excrementos animales y el humo de diez hogueras, el viento sopla. Una hoja de periódico vuela bailando burlonamente hasta posarse en tu regazo.

¿Dónde está mi derecho a una vivienda digna? ¿Por qué me la han arrebatado? ¿Dónde está mi familia, mis hijos, mi mujer? ¿Dónde están mis amigos? “Lo he perdido absolutamente todo”. Menos la capacidad de respirar y lamentarme amargamente.

A veces todo es tan distinto que dejas de ser la persona que una vez creíste ser. Si es que alguna vez la fuiste, claro.

Miras la hoja que tienes en el regazo. Y ves una foto de una familia sentada en una mesa desayunando. El padre de familia está leyendo un periódico con manchas de café. Su expresión es de indiferencia. Puedes sentir lo que siente. Adivinar lo que piensa mientras salta de titular en titular. En realidad estás seguro. Tan seguro como que el padre de familia de la foto eres tú. O lo eras.

…y cuando se está libre de equipaje las cosas se ven nítidas. La negrura del café desaparece hasta convertir el contenido en agua. Los cercos se tornan brillantes. La gente traslúcida. Y los cartones dejan de ser cartones.
La rueda de la Vida se detiene por unos instantes. Y por fin lo ves: para salvarte a ti, debiste intentar salvar antes a los demás. Y que para pedir Misericordia debiste de ser piadoso. 

Porque la Humanidad es una mezcla de café, tibieza y empatía con cien gramos de solidaridad.

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