jueves, abril 11, 2019

Equilibrio



El Equilibrio es esa vieja herramienta del aún más ancestral y siniestro personaje llamado Vida. Nadie sabe cómo funciona. Nadie lo ha tocado. Ni siquiera lo ha visto. Pero todos sabemos que sus misteriosos y eficientes engranajes están perfectamente engrasados.


A veces, la Vida tarda en poner en funcionamiento la Máquina del Equilibrio, y por eso hay injusticias, desigualdades o situaciones irreales, que lejos de mantenerse en el tiempo, lentamente desaparecen. Se esfuman al mismo ritmo que la correa de transmisión del Equilibrio comienza a mover las poleas y a echar humo.


Cuenta la Leyenda que un hombre aún más viejo que la Vida, un día se sentó en el medio de una plaza atestada de gente y se quedó observando el panorama. Allí había mercaderes, clientes, niños, hombres y mujeres. También, los puestos de comida estaban llenos de verduras, carnes y frutas de distintos lugares del planeta. Pero de todo ello, lo que más le había llamado la atención a ese hombre, era un pobre perro muy flaco y lleno de pulgas que estaba apostado a la entrada de un lustroso y boyante colmado. El dueño del colmado, aún más boyante (a juzgar por su descomunal panza) no hacía más que martirizar al pobre cánido alternando las patadas con el olor a comida que le hacía llegar con un antiguo ventilador.


El hombre, conocedor de la Máquina del Equilibrio, no dijo nada. Se quedó dormido un par de días sin que nadie le molestara por ello ni le perturbara el sueño. Cuando se despertó, un intenso olor a humo llegó hasta él. No había nadie más en la otrora concurrida plaza excepto el desventurado perro y su antagónico barrigudo. No le hizo falta tomarse demasiado tiempo para dase cuenta de que las tornas habían cambiado en la escena:


El colmado de ese hombre tan cruel y carente de alma o piedad, estaba ardiendo. El dueño tenía el tobillo atascado entre la puerta y el dintel y no dejaba de gritar a medida que las llamas le iban alcanzando. El escuálido can tiraba de él hincando la dentadura en el fondillo de los pantalones…pero no tenía apenas fuerzas.


El hombre de la plaza, se quedó mirando la escena sujetando una polvorienta balanza de discos de metal. No intervino. Sólo miraba. A medida que el fuego iba prendiendo los ropajes del dueño del local, la balanza iba oscilando de un lado a otro hasta decantarse por el platillo donde menos peso había…hasta que el alarido del hombre cruel, hizo que la balanza se le cayera de sus ásperas manos de viejo.


Horas después, cuando los vecinos del pueblo consiguieron apagar las llamas, el perro entró dentro de la tienda y salió con un jamón asado colgando de su hocico. Meneaba la cola en señal de diversión y excitación…no tardó en olvidarse del humano al que había tratado de salvar horas antes. No valía nada.


Al morir ese anciano, el secreto del funcionamiento de la Máquina del Equilibro murió también con él. Ya sólo quedó la Vida como único experta y ejecutora de los designios físicos de la vieja balanza…donde el peso de los platillos vale menos que un cobarde orondo y pesa más que el torso de un perro escuálido.






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