martes, noviembre 26, 2013

"Partidos de fútbol, televisiones de plasma e hilillos de plastilina"

Pasará a la Historia como el presidente que ganó al juego del escondite.  
Zapatero no es que se lo pusiera fácil. Ni mucho menos. Pero siempre hay alguien en la vida que te supera en cualidades, habilidades y dones. En defectos también.

Mariano Rajoy da la imagen de una persona insolentemente cobarde. Un ave agazapada en una televisión de plasma ignorando lo que pasa a su alrededor. Lo que no sale por la tele, no existe, dicen. Así que, qué mejor manera de demostrarles a los españoles esta máxima del periodismo que saliendo él mismo en directo o en diferido.

Ya desde el principio nos quiso dar esa impresión huidiza cuando, en uno de los momentos de mayor incertidumbre acerca de la deriva de nuestra Economía, se enfundó la camiseta nacional, el puro y la zamarra al grito de “me gusta el fútbol” y nos dejó a todos ahogados en un mar de dudas.  España iba a ser rescatada y la mejor terapia posible era abstraerse en el noble arte del balompié. Si España ganaba, nos rescatarían, pero dolería menos, ¿no es así?

¿Cómo no iba a rendir un homenaje a la Selección Nacional de Balompié y Talón-en-mano, siendo como es su cortina de humo favorita? ¿Cómo cualquier español en pleno uso de sus facultades pensó por un momento que iba a perderse un partido así?  Por el amor de Dios, eso habría sido una herejía!! Mariano es así: es una persona que piensa que para que un problema deje de existir, es mejor alejarse de él o esconderse. Que cada mástil que aguante su vela. Eso dice el refranero “Popular”.

Pero hay que ser justos y debemos reconocerle el arte del disfraz y del escaqueo. Su innata habilidad para encontrar el mejor escondite. Recursos no le faltan, la verdad sea dicha. Desde el poco original fútbol, pasando por el eterno sentimiento nacionalista hasta el “no me consta, no me consta”. Porque en realidad, nada le ha constado ni costado, desde que dos años atrás, se encontró con un certificado de empadronamiento monclovita y monclovero. Eso y un permiso de armas con “Licencia para Matar” la la marca “mayoría absoluta”.

La labor principal de un buen presidente es dar la cara. Bueno, en realidad es la labor principal de cualquier persona que se precie y se aprecie. Y éste último, el aprecio, es el que durante casi 730 días de desgobierno se ha tornado en desprecio unánime.

Lo primero que nos enseñan desde que somos pequeños, antes de caminar incluso, es a afrontar las consecuencias y sobre todo a no mentir. Sí, a no mentir. Quizás por eso sean debidas sus escasas apariciones: para no forzar demasiado la mentira. Porque cuando una mentira es demasiado evidente se convierte en el tosco embuste de un charcutero vendiendo carne al peso. Y eso es a lo que nos ha ido acostumbrando este señor de barba, gabardina color crema y rostro cada vez más desencajado: a escuchar de su boca embustes de plastilina y chapapote edulcorado.

Varios meses después, escrutando de nuevo la foto kafkiana e irreal de una televisión con la imagen de Mariano, me pregunto si alguna vez nos llegamos ni siquiera a imaginar, el ser gobernados por un títere descabezado y bailarín, al que millones de personas confiaron su voto. Un voto a un programa político que jamás llegó a ser real. Porque así es Mariano: una persona que nunca veremos sucio de chapapote ni impertinentemente incomodada al amparo de una  pantalla de cuarenta y pico pulgadas.


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