Al mismo ritmo
que Simón se iba acercando al oscuro conductor, algo está cambiando en el
transcurso de los acontecimientos, varios años atrás. Sutilmente, casi con
delicadeza, pequeños detalles van sufriendo pequeñas modificaciones en cascada,
haciendo que los cambios sean más y más notables de lo que iba a pasar. O mejor
dicho, de lo que pasó la noche del atropello de María.
Cuando Simón,
emprendió de nuevo el camino, después de desmembrar al camionero y bucear bajo las
aguas, rumbo al noroeste, una noche luminosa de 1982, empieza a hacerse más y
más oscura. La luna se oculta entre las nubes y María empieza a sentirse
insegura al cruzar la carretera del Campus Universitario, así que, aprovechando
que ve a un grupo de estudiantes caminando junto al estanque, decide atajar por
el sendero.
Piensa una vez
más en el futuro, en Simón, en su padre y en lo que va a ser de ellos. Cómo les
dirá que está embarazada. Si alguna vez podrá terminar sus estudios en la
Universidad. Todos esos pensamientos, hacen que al pasar junto a un viejo y
sucio vehículo aparcado, no se fije en una persona que está detrás del volante
observando a la gente que cruza la Calle Comercial. No nota que unos ojos rojos
la están mirando.
En el momento
preciso en el que mira pensativamente los escaparates, dos manzanas más allá de
donde fue o iba a ser atropellada, un motor ruge en un callejón. El mismo
callejón donde dos enamorados van a morir ahogados y aplastados por los
escombros en una tormenta del futuro. El conductor farfulla unas palabras
ininteligibles y, soltando el embrague, se dirige a la calzada.
No enciende las
luces del turismo. No quiere ni que le vean, ni ser visto.
María está a
punto de cruzar la calle, cuando una señora cargada de bolsas, se tropieza con
ella. Un montón de ropa, envuelta en papel y en bolsas de regalo, se
desparrama por el suelo. Se intercambian unas frases de disculpa y recogen el
contenido.
Un coche con las
luces apagadas pasa a toda velocidad por el paso de peatones. A punto está de
atropellar a un señor que está cruzando en ese momento con su perro. Nadie ve
la matrícula del vehículo. Nadie nunca sabrá más de él.
Y mientras tanto,
décadas más tarde, un ser de ojos luminosos, que no respira, camina entre las
aguas de un gran lago al pie de las montañas que rodean la ciudad. Ni las
corrientes de agua, ni la turbiedad, consiguen impedir un avance lento, pero
inexorable hacia una casa de sucesos macabros e inhumanos. Inhumanos como él.
¿Esto es tuyo, compañero? Quiero leer más :)
ResponderEliminarEres un grande...!!!! Quiero leer mas....!!!! Equipo Ja.....!!!!
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