martes, febrero 19, 2013

"Apariciones"

Dos años más tarde, justo en un edificio a dos manzanas de la Comisaría, tres encapuchados irrumpen en la vivienda de un matrimonio. Horas después el matrimonio y dos de sus tres hijos son salvajemente asesinados y descuartizados. 

El tercero, escondido debajo de una cama presencia la violación de su madre y el asesinato a cuchilladas de toda su familia. 
Ese chico será una de las piezas cruciales para solucionar el caso. Pero en esos momentos ni él, ni Toni “el Poni” lo saben. 
Pasará tiempo hasta que Enricco sea consciente del poder que tiene y de la extrema violencia que su alma ha acumulado. En ese lapso de tiempo, Enricco se encarga de encontrar uno a uno a los asesinos con la ayuda de una extraña intuición que se manifiesta en sus sueños…y los mata. Para ser más exacto: los despieza como hicieron con sus padres y hermanos. 

Ese hombre viejo. 
Sabe que está ya muerto desde tiempos inmemoriables, pero quiere ayudarle. Como ayudó a esa mujer, Romina. 
Sí. Todos ellos están muertos pero él tiene una especie de walkie-talkie para hablarles. Ellos lo hacen mientras él duerme. 
Malthus se llama. 
Así se presentó en el Hospital cuando le ingresaron después de aquello. Aún sentía la humedad de sus pantalones al haberse orinado. El frío en uno de sus pies descalzos en la camilla. Y las luces blancas del pasillo que le llevaba a una oscura habitación de hospital. 
En medio de olores a medicamentos, a sudor rancio y a perfumes neutros percibió algo escondido. Otro aroma. Algo polvoriento y ancestral. Era el olor de la inmortalidad, pensó. Algo que había habitado el planeta antes de que fuese creado. 

Dos días estuvo aturdido por el shock y los ansiolíticos. Dos días completos percibiendo imágenes de su subconsciente mezcladas de placer humano y horror infinito: tardes de cine, madre cocinando, sus hermanos jugando en el parque de abajo junto a la panadería…y en medio de todo ello, estaban los cuchillos llenos de sangre, dos dedos amputados en el parquet y el sonido gutural y salvaje de aquellas bestias con forma humana. 
Lo percibía todo con la lejanía ufana de un espectador de una extraña e irreal película. Sentado en la última fila de un cine imaginario en el que no había nadie sentado en las rojas butacas y el proyector se mecía al ritmo de su respiración. 

La segunda noche le vio. El reloj de la mesita marcaba casi las tres de la madrugada. No estaba soñando: estaba allí en la oscura habitación mirándole con compasión. Un viejo ataviado con una túnica y un bastón largo de madera. 
Se sorprendió de la familiaridad que sentía al verle. Era como volver a ver a su abuelo muchos años después. Enricco tenía diez años y desde los seis no había vuelto a verle…pero no era el abuelo Giuseppe. No. 
El abuelo nunca le había hablado con la boca cerrada y la mente abierta. 

“Me llamo Malthus. No, no soy tu abuelo, pero puedes considerarme como de la familia porque te ayudaré. Ahora debes de descansar, pero a partir de ahora estate alerta con tus sueños, Enricco. Nos veremos allí. Aquí corro peligro y tú también. Nunca nos podremos ver más así, pequeño. Así que vigila los mensajes que te deje en tus sueños. Pronto comprenderás lo que quiero decir…” 

Esa noche llovía. Las luces de las farolas de la calle se reflejaban en minúsculas gotas de lluvia que se deslizaban por los cristales de las ventanas. Mientras las miraba detenidamente fue consciente de su situación de repente: estaba solo. Ya no tenía familia. Y lloró amargamente durante varias horas. 
Esa fue la última vez que las lágrimas brotaron de sus ojos. Nunca más en su vida volvió a llorar. 

Una fría mañana, un señor con un traje gris, corbata negra y gafas de lentes gruesas, entró por la puerta de su habitación. Llevaba una carpeta en su mano y una grabadora. 
Detrás de él, en la puerta, alguien que parecía ser el doctor, le miraba con rostro sombrío y malhumorado. 
No se acordaba de las preguntas y mucho menos de las respuestas que le dio. Quería saber qué había pasado aquél día en su casa. No se acordaba de más. Esa fue la mañana del terremoto en la ciudad y lo que pasó luego unido a lo ya vivido, envolvió en papel de estraza rugoso lo acontecido en aquellos nubosos y nublados días. 

Ese día murió mucha gente en el Hospital. 
Se acordaba de la hora exacta de cuándo empezaron a caer objetos a su alrededor. Lo primero que escuchó fue un ruido sordo mezclado con un zumbido parecido al sonido de la estática del televisor. 
La bandeja de medicamentos golpeó el suelo con estrépito mientras los cristales de las ventanas vibraban con fuerza hasta que estallaron a la vez violentamente. 

Henricco aún no había tomado sus pastillas. Eso le salvó de haberse quedado dentro de la habitación y haber muerto aplastado dentro de un fatal ensoñamiento. 
Se escuchaban gritos por los pasillos. Los carros con los desayunos desafinaban en mitad del tumulto cayendo de ellos vasos, platos, cucharas… 
Descalzo, se puso en pié y se dirigió a la puerta de la habitación. El suelo retumbaba bajo sus pies haciendo saltar los cristales rotos. 
Abrió la puerta y corrió por uno de los pasillos oscuros que llevaba a los quirófanos y las salas de rayos X. No había nadie allí. Estaba muy oscuro al no dar ninguna ventana a esa parte del Hospital. 

Todos se habían dirigido a las escaleras de incendios donde minutos más tarde se produciría la mayor carnicería de la Historia de la ciudad. 
Los periódicos dirían que había sido fruto de la mala suerte que el tejado del Hospital en aquella parte estuviera en unas condiciones muy lamentables. Más de quinientas personas murieron aplastadas unas contra otras enterradas por toneladas de escombros. 

Al correr  por el pasillo oscuro notó un pinchazo en uno de los dedos del pie. Se había cortado con algo. Pero la adrenalina consiguió un efecto anestesiante y siguió corriendo. Sabía que si en minutos no escapada de aquél edificio, moriría. 
Cuando iba a girar en un recodo del pasillo hacia la derecha, percibió el casi imperceptible movimiento de una mano cerca de uno de los carros metálicos volcados. Era el gesto inequívoco de que le siguiese, ¿pero quién? 
Guiándose por la intuición, volvió sobre sus pasos y se encaminó hacia el pasillo de la izquierda. No podía pensar con claridad en ese momento, pero tampoco quería. Iría por ese pasillo negro como la boca del lobo y más estrecho que al que se dirigía en un primer momento. 
En la oscuridad, tropezó varias veces con varios carros volcados y unas altas barras de acero que parecían servir para colocar goteros de suero. Una de esas barras le cayó en la cabeza produciéndole un profundo corte en una de las sienes. Sentía cómo una sustancia cálida le hacía cosquillas en de su mejilla hasta llegar a la comisura de sus labios. Era sangre. 

El zumbido era aterrador y más en esa negrura casi absoluta. Mientras caminaba a tientas, rezaba porque la vibración no hiciese que algo más grande y contundente que una barra le cayese encima. Sabía que si se quedaba inconsciente (si no moría en el acto por un impacto), moriría allí mismo entre amasijos de hierro, cemento y frascos de medicamentos rotos. 

El corte en su cabeza y en el dedo. Mientras corría torpemente pegado a una de las paredes, pensó en que moriría desangrado. Estaba temblando y no era ese terremoto lo que lo provocaba. Sentía frío. 
Una ráfaga de viento de repente le despeinó su larga melena. Debía de estar cerca de la salida. Pero antes de poder sentir alivio, pensó. Estaba en un segundo piso y las escaleras estaban en el extremo opuesto donde se encontraba. Así que, ¿cómo pensaba salir del edificio? 
La ansiedad le hizo empujar varias camillas que estaban pegadas a esa pared. Saltó cayéndose de bruces hacia adelante. Tumbado unos instantes en el suelo fue consciente de la intensidad del terremoto: el suelo parecía un chicle a punto de hundirse. No aguantaría mucho la estructura. 
Se levantó y corrió golpeándose violentamente con lo que se encontraba a su camino. A través del ojo de buey de una puerta vio una tenue luz. Parecía ser la luz del sol. Rezó porque lo fuese. 
Cuando llegase ya se le ocurriría cómo bajar de allí porque no tenía ninguna opción más. 
Y cuando empujó la puerta un destello insoportable le cegó. Estaba en una especie de terraza.

Javier Addali, 19 Febrero 2013 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

“Palo y zanahoria” VS. “Sobreprotección infantil”

Volvamos unos cuantos años atrás viajando por el tiempo. Justo a la época en la que estás jugando con tus compañeros de quinto de Educaci...