sábado, febrero 13, 2016

Unidad de medida de un Fotograma


Esa tarde de principios de primavera hacía un viento espantoso.
Los árboles, las plantas y los niños habían perdido la noción del tiempo. Unos no sabían si dejar caer las hojas de nuevo y otros si recoger los juguetes de la Navidad pasada.
Paseando por una calle vacía de gente, mis pensamientos no dejaban de volar y volar y volar…”quizás la imaginación ha dejado la costumbre de emigrar como hacen las aves y se ha quedado para siempre en mí”. Pero en el fondo sabía que era una ilusión: la peor enfermedad de la imaginación se llama realidad, y si no te la comes con guarnición, ésta devora el alma hasta dejarla gris. Apática. Rutinaria. Pero sobre todo produce un efecto secundario similar a la comezón: no dejar de pensar en el “y si…”. Y si no lo hubiera intentado. Y si no la hubiera conocido. Y si en vez de estar ahí, estuviera allí.

- La vida es una concatenación de “ysinoes” e “ysisís” - me sorprendí hablando en voz alta mientras me despegaba un envoltorio que el viento había adherido a la pernera de mi pantalón. Últimamente no dejaba de traducir con palabras lo que mi tirana imaginación me dictaba.

Caminar mientras la noche va cayendo en primavera huele a flores recién cultivadas, a lluvia y al aroma del que está hecha la aventura. Si paras de repente y te fijas en el cielo, no dejas de ver que el naranja de las nubes va venciendo al negro de las estrellas. El naranja siempre gana. Y en noches así lo hace por goleada. Sí, el color de la esperanza es el verde...pero el de la aventura es el naranja.
Sonreí. Creo que me estaban mirando las pocas personas con las que me cruzaba. Pero eso me hizo sonreír con mayor intensidad: detrás de sus ojos olía a gris y sabía a ese sabor a hierro típico de las almas sobadas por la rutina.
Ni siquiera estaban en esa fase de saber cómo de caliente es la piel de un “ysisi” o a qué huele el perfume del cuello de esa persona a la que dieron el “ysino”. No, ni por asomo. Unos imaginamos. Otros piensan. Pero casi todo el mundo cierra las puertas a las primeras de cambio. El camino parece más largo que las dos manzanas donde ella me espera.
Ella.
Ella y mi imaginación.
La persona que se me aparecía en el atasco de coches al entrar al trabajo, la que encontraba en una encimera llena de platos secos, la que en el vapor de una ducha sonreía entre ráfagas de agua castigando mi piel, en definitiva, la que me ayudaba a colorear las películas antiguas en blanco y negro...estaba a dos manzanas de mí en este momento.
...y cayó la noche, haciendo que las ramas de los árboles, firmes como soldados antes de una batalla, parecieran garras. Las aceras se tiñeron de naranja a la luz de las farolas (no es casual que el naranja sea el color de la aventura, pensé).

Y envuelto en ese color, todo a mi alrededor dejó de tener importancia. Nada importaba. Sólo ese momento. Sólo esos minutos previos en el que izas el ancla y pones rumbo a alta mar. Ella era una sirena y yo un navegante que se dejaba arrastrar por la música más bella que jamás escuchó. La sonrisa eran las olas y su mirada la brújula que me indicaba el rumbo.

Horas después, en una habitación de un hotel, miraba el techo. Las luces de los coches de allá abajo iluminaban ocasionalmente la estancia haciendo que todo pareciera una ensoñación de formas irreales, brillos y sombras. Su pelo me hacía cosquillas en mi hombro y su cuerpo desnudo me ataba a la realidad como un globo que amenaza con perderse para siempre entre las nubes.
La puerta del baño donde hacía rato nos habíamos duchado juntos, estaba entreabierta y la luz que se colaba en la habitación era similar a un rayo fugitivo huyendo de la tormenta. La misma que había hecho que dos personas tuvieran el sexo más salvaje que jamás hubieran experimentado en forma de arañazos en la espalda, mordiscos en los labios y besos hambrientos de bocas.
En ese rayo había aventura, pensé de nuevo. No dejaba de imaginar porque era innato en mí, y si alguna vez dejara de hacerlo, moriría de la misma forma en que muere la luz cuando cierras la puerta del baño. Estaba convencido de ello. Así que en esa punto de no retorno donde se unen la realidad y la ficción, olí su pelo aún húmedo.
Puse la mano en su estómago y ella en el mio. Aún notaba la frecuencia a la que latía su alma y ella, creía que notaba en mí los pensamientos rozando mi torso deambulando entre sábanas también húmedas de sudor y agua.

Después de esa noche, podrían pasar muchas cosas. Quizás volviéramos a vernos. Quizás nunca más lo hiciéramos. O quizás, nuestras vidas nos devoraran para siempre jamás.
Y pensé que estaba equivocado desde el principio.
Porque el mayor enemigo de los “ysisis” y los “ysinoes” es el “quizás”.

Así que cerré de nuevo los ojos y pensé en lo último que le había dicho a ella antes de quedarse dormida:
“Dejemos nuestras vidas en la puerta de esta habitación y vivamos cada segundo como si detrás de estas paredes el mundo dejara de existir”.

...y mientras lentamente fui quedándome dormido, las luces de los coches dejaron de existir, las sombras murieron y entre los muebles surgieron los ecos de dos amantes haciendo el amor como si detrás de esas paredes el mundo hubiera muerto. Como si la sirena hubiera dejado de cantar al navegante para ir a alta mar. Donde todas las cosas son como las nubes naranjas y donde la noche muere en un horizonte asesinada por una luna.


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