Desde que toda esta burbuja de codicia y porquería
humana por fin estalló, y cuando entre
todos matamos a una gallina de los huevos de oro, que ya estaba muerta…los
detalles del día a día han ido cambiando. Al principio de forma casi
imperceptible, más adelante acelerada y a día de hoy, desbocada.
Casi todos tenemos conocidos que lo están pasando
especialmente mal por las consecuencias de toda esta inmundicia humana de gente
vestida con Armani, de Rolex robado a familias y perfumada con colonias caras incapaces
de esconder el hedor de un alma muerta.
Ya me da vergüenza preguntar. No quiero saber nada. No
quiero que la ética y la moral que me han ido inculcando se resientan. Se
indignen. Me hagan salir a la calle con una antorcha e impartir la justicia que
unos órganos politizados y corrompidos son incapaces (y reticentes) a ejecutar.
A veces, cuando te llama un amigo que acaba de perder
el trabajo, cuando miras alrededor en una calle escondida de Madrid, cuando la
gente que subía contigo en el ascensor la ves buscando en los contenedores…piensas
que la vida se ha ido transformando en algo distinto. Todo el edificio comienza
a desmoronarse desde la base. Honradez no es igual a bueno y esfuerzo tampoco
lo es a éxito.
En cambio está la televisión, la prensa, la radio,
Internet…unos medios que te permiten mirar mucho más allá de una calle
escondida, más lejos que unos contenedores, debajo de un montón de cartones de
miseria humana recubierta de azúcar glaseada. Y deseas que nunca se hubieran
inventado esos medios porque aunque dicen que la información es poder, también
añado que la información es perder. Perder la fe en la humanidad de las
personas, en la incapacidad de ayudar al prójimo y en la avaricia ilimitada e
infinita que nos lleva al camino de bajada al precipicio.
Ya me da vergüenza preguntar. Lo he dicho. Preguntar a
alguien cómo le va, qué tal el trabajo, qué tal le trata la vida…porque la vida
y los que la habitan, nos están maltratando. Esos habitantes tienen caras (y
cara) y les vemos muchos días en los periódicos. Son fáciles de distinguir: son
esos que te hablan y en realidad no te están diciendo nada. O te dicen totalmente
lo contrario de lo que piensan. Son los responsables de lo que nos están
haciendo.
Son los responsables de que esa anciana, a la salida de
una boca de Metro, te pida desesperada dinero porque tiene nietos. Que te diga
que tiene que pedir por ellos. Que nunca ha tenido que pedir dinero. Que ni
siquiera en la Guerra Civil tuvo que hacerlo y ahora sí. Son los responsables
de que esa anciana de unos ochenta años, te bese la mano porque le has dado dos
euros.
Y esos responsables tienen que ser sacados de nuestras
vidas.
Cueste el precio que cueste.
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