lunes, mayo 07, 2012

Traficando con el MIEDO en el S. XXI

El documental El poder de las pesadillas de la BBC nos recuerda que «En el pasado, los políticos prometían un mundo mejor, tenían distintas formas de lograrlo, pero su poder y autoridad surgían de la visión optimista que ofrecían a su pueblo. Esos sueños fracasaron y hoy la gente ha perdido la fe en las ideologías. Cada vez con más frecuencia los políticos son vistos simplemente como administradores de la vida pública... pero ahora han descubierto un nuevo rol que restaura su poder y autoridad. En vez de repartir sueños, ahora los políticos prometen protegernos de las pesadillas.

Dicen que nos rescatarán de peligros terribles que no podemos ver y que no com-prendemos». Como respuesta a eso, el movimiento del 15M grita «Sin futuro, sin trabajo, sin miedo». 

El escritor Eduardo Galeano señala que vivimos en tiempos de miedo global: «Los que trabajan tienen miedo a perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo. Quien no tiene miedo al hambre tiene miedo a la comida. Los automovilistas tienen miedo de andar y los peatones a ser atropellados. La democracia tiene miedo a recordar y el lenguaje tiene miedo a decir. Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras. Es tiempo de miedo. Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo. Miedo a los ladrones y miedo a la policía. Miedo a la puerta sin valla, al tiempo sin relojes, al niño sin televisor. Miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar. 

Miedo a la multitud, miedo a la soledad por aquello que uno ha sido. Miedo a morir, miedo a vivir». El temor se encuentra hoy en el centro de muchas de las dinámicas sociales y políticas. El pánico -una emoción primaria que nos hace primarios- se ha convertido en un marco de lenguaje dominante que refleja y explica muchas de las cosas que están pasando. 

En el otoño del 2001 fueron enviadas cartas que contenían esporas de ántrax a medios de comunicación y a los senadores demócratas Tom Daschley y Patrick Leahy. Como consecuencia, murieron cinco personas. 

El despliegue informativo acerca de estos asesinatos fue enorme. El 12 de octubre, por ejemplo, un reporte informativo de la CNN sobre el último caso de infección ocupó quince minutos (ese mismo día, los doscientos muertos civiles en un bombardeo anglo-estadounidense en Afganistán ocuparon un minuto de emisión). Asimismo, la británica BBC le dedicó tres minutos al nerviosismo generado en Wall Street y a la disminución de los índices bursátiles. 

El terror se fue extendiendo: el alcalde de Nueva York mandó aislar el Rockefeller Center; la población acudió en masa a comprarse máscaras antigás completamente inútiles contra el ántrax y a medicarse con sustancias que perdían su eficacia si eran tomadas a menudo antes de la infección; y se editaron pósteres en los que los agentes del FBI aparecían disfrazados de pesadilla de serie B. 
Diez años después, todo se ha olvidado. De hecho, la investigación sobre lo ocurrido recientemente publicada por el Gobierno estadounidense ha pasado desapercibida en los medios de comunicación. 

Y eso que desvelaba conclusiones novelescas: atribuía los envíos a un científico loco.
Una década es un largo periodo para los traficantes de miedo del siglo XXI. En estos diez años nos han atemorizado con muchos otros focos de aprensión. Y el último espanto, la crisis económica, está demasiado presente como para que nadie recuerde aquel supuesto «posible cataclismo mundial» (así lo calificó la CNN) que se quedó, como todos, en nada. 

Infundir temor ha sido siempre una buena táctica para controlar a las masas. El historiador Jean Delumeau, en su libro El miedo en Occidente, cita multitud de ejemplos del uso maquiavélico de esta emoción básica del ser humano. El miedo al demonio en la época de la caza de brujas o la mentalidad de asedio y el temor al desconocido en la Edad Media son dos prototipos de esta estrategia. 


Pero, desde principios del siglo XXI, el uso de esta táctica ha entrado en su apogeo. El movimiento nazi, por ejemplo, difundió unos falsos «protocolos de los sabios de Sión» según los cuales los judíos se iban a hacer con el control del planeta. Usando la alarma causada, consiguieron convencer a miles de personas para que iniciaran un exterminio sistemático de la supuestamente atemorizante etnia. 

En la época actual, todos tenemos en mente situaciones como la reciente invasión de Irak, instigada por el miedo a unas armas de destrucción masiva inexistentes o al terrorismo internacional o a la crisis económica… ¿por qué es tan eficaz ese arma como forma de manipulación? 

Una primera razón es el mayor calado de los medios de comunicación de masas modernos. Internet, prensa escrita y televisión son excelentes difusores de desasosiego colectivo. El asesor presidencial Gavin de Becker, autor del libro The gift of fear, analizaba el papel que juegan los medios de comunicación en el incremento de esa técnica de manipulación. Este investigador nos recordaba que las televisiones y los periódicos -especialmente los canales locales, más faltos de noticias- tienen tendencia a dar una visión del mundo poblada de delincuentes, violadores, pederastas... La tragedia vende y la información se convierte, a veces, en trasmisión de terror. Ese clima es usado, según de Becker, por «traficantes del miedo»: políticos, empresarios o grupos reli-giosos que usan el desasosiego paranoico para sus fines. Un ejemplo que pone este autor son las medidas inútiles que nos complican la vida (por ejemplo, las de los controles en los aeropuertos) que si bien no han servido para detener terroristas, han alimentado la percepción de inseguridad.

La otra causa quizás sea el grado de abstracción de los motivos de alarma en el mundo actual. En otras épocas, al ser humano le asustaban cuestiones muy concretas: enfermedades, guerras, hambre, catástrofes naturales… Hoy en día, el horror es difuso, líquido -en palabras de Bauman-. Si uno pregunta, por ejemplo, cuáles pueden ser las consecuencias finales de la crisis económica en la vida de un ciudadano medio, pocas personas podrán concretar su temor: todos tenemos desconfianza ante lo que está sucediendo, pero no sabemos a qué tenemos miedo exactamente. Otro ejemplo: en una reciente cumbre social celebrada en Roma. Se dieron a conocer los datos de una encuesta realizada a habitantes de las grandes ciudades y estos datos indicaban que la angustia domina las poblaciones urbanas: el 90% de los habitantes metropolitanos declaraba sufrir al menos algún tipo de miedo, y el 42,4% siente un «miedo muy fuerte»… en una época en la que la inseguridad ciudadana, las enfermedades y el hambre han disminuido su incidencia en esa población. 

«La única cosa de la que debemos tener miedo es del miedo», dijo en 1933 Franklin Delano Roosevelt. La sociedad, sin embargo, no le ha hecho caso. De hecho, se diría que la táctica del amedrentamiento es casi la única técnica de persuasión en el mundo moderno. Y así nos va. 

José Guillermo Fouce Fernández, doctor en Psicología, profesor Universidad Carlos III y Pontificia de Comillas y presidente de Psicólogos Sin Fronteras Madrid 
Luis Muíño, divulgador y psicoterapeuta.

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