domingo, agosto 05, 2012

"UN ALMA EN EL OTRO LADO" (Extracto de RELATO)


Se me había ido pasando el mareo. Subir a la cubierta del “Bahía Hermosa” había resultado al final un buen consejo. 

Rachid, Jorge y yo, estábamos apoyados en la húmeda y oxidada barandilla de babor. Observábamos en silencio cómo las olas golpeaban furiosas el casco del barco. Una tímida neblina matutina escondía a una pudorosa ciudad de Algeciras a nuestras espaldas. Se podían divisar los enormes contenedores del puerto, un rompeolas que abrazaba el mar y, más allá, con su grandeza pétrea e impertérrita, el Peñón de Gibraltar. Mudo testigo de barcos, personas y vidas entrelazadas entre dos culturas y dos mares.

Una gaviota parecía estar suspendida en el aire muy cerca de nosotros. Como los pescadores y comerciantes de las ciudades costeras, buscaba el sustento en el mar. Un mar que nunca bajaba el precio. Sólo era generosa con los fuertes de espíritu y los pacientes.
Las olas batientes, la niebla y las peligrosas corrientes, no dejaban de advertir a los barcos, balsas y lanchas que osaban cruzar el estrecho, que nunca se lo pondría fácil. El mar pedía sobre todo tiempo, paciencia y a veces vidas enteras.

Jorge estaba con su inseparable cámara atada al cuello, sacando fotos de todo lo que estaba a su alcance. Era la primera vez que viajaba a Marruecos y ese nerviosismo lo dejaba notar cada vez que tomaba alguna instantánea. Un fotógrafo compulsivo de esa nueva experiencia. Una cultura nueva para él.

Yo, ya había visitado en varias ocasiones Marruecos. Rachid era de Tetuán, una bella ciudad al Norte de Marruecos, emblema de la unión de dos culturas diferentes pero que la Historia tejía con un mismo hilo fino. Me gustaba la noche de Tetuán. Perderse en su Zoco era una experiencia inolvidable, un bálsamo para los sentidos, un tapiz de aromas, colores, sabores y personas. Las palabras no estaban hechas para describir lo que allí sentías: una explosión de sentidos, sentimientos y sensaciones que vivías de forma simultánea. Euforia, paz, alegría y nostalgia pegadas en sutiles alicatados, cestas de especias y conversaciones interminables…eso era Tetuán para mí.

Los ojos de Rachid estaban llenos de la nostalgia de un corazón apartado de su hogar por el destino. Volvía al lugar donde su vida había comenzado. Donde entre calles de tierra blanca, ásperos balones de cuero viejo y brillantes almas repletas de esperanza, unos adultos iban matando al niño que llevaban dentro. Los ojos de Rachid. Ojos de mirada profunda como una sima marina y penetrantes como agujas de blanco hueso.
Pero esta historia no va sobre Rachid. Ni de mi hermano Jorge. Ni de cómo nos conocimos en aquél barrio de Barcelona hablando de religión, de ilusiones, de política y de fútbol. Tampoco, trata sobre las anécdotas y tribulaciones de tres turistas.

Esta historia pretende hacerte entender por qué nunca más regresé a mi país. Cómo inconscientemente descubrí que una masa de agua y sal, no puede diluir el pegamento de un espíritu con su destino. De una persona, con algo que está escrito o que se debe de escribir con tierra húmeda y agua pura. Porque alguna noche oscura, delante de un fuego que templa y sentado en una piedra lisa, miro las estrellas. Me susurran secretos que antes no sabía y que ahora sé. Secretos que fui descubriendo cierto día…

Habíamos ido al pueblo donde los padres de Rachid tenían unas tierras de cultivo. Olivos e higueras en su mayor parte, abarrotaban los valles y las tierras cercanas a un caudaloso río. Más que un pueblo, era un pequeño conjunto de casas. La mitad de casas se extendían como lunares en la parte alta del valle y la otra mitad, flanqueaban el río. En su totalidad no superaban los cien habitantes. Estaba asentado cerca a la población de interior de Quezzane.

Rachid me estaba explicando cómo se recolectaban las aceitunas. Cuál era el proceso para elaborar el aceite. Sentados a la sombra de un eucalipto en pleno mes de agosto, las ideas fluían con más dificultad que las palabras. No estaba acostumbrado a ese calor estival. No dejaba de sudar y la chilaba se pegaba a mi espalda. Las amplias mangas dejaban entrever unos pálidos brazos llenos de diminutas pecas.
-          No me estás prestando atención, Javier – era la primera vez en días, que Rachid se estaba dirigiendo a mí en español. Mi nivel de árabe gracias a la Escuela de Amigos del Pueblo Árabe de Poble Sec, de mi interés por mantener conversaciones con profesores, alumnos, amigos y gente de la calle…había alcanzado un nivel muy próximo al bilingüismo.

-          Perdóname, Rachid. Este calor me está matando – volví distraídamente al idioma de esa tierra. Había parte de verdad en lo que le estaba diciendo. Pero no toda.

Mi cabeza estaba en ese momento en el valle de olivos que estaba a mis espaldas. Dos días atrás. Ayudando a Noor y sus hermanos a segar el trigo del inmenso terreno de sus padres. Un anochecer de verano lleno de un silencio tranquilo. Solamente manchado por el sonido de unos inquietos y persistentes grillos. Noor.

Era una de las primas de Rachid. No se parecía a nadie de su familia: tenía el cabello del color de la cebada antes de ser cortada, unos ojos rasgados inquisitivos, una mirada limpia y una forma de andar muy delicada. Era una persona versátil. Sabía ser dura con la tierra, dulce con sus padres e inquisitiva con las personas. Comedida en sus palabras, distante con lo banal y fugaz en las respuestas. Era distinta a todas las personas que había conocido en veintiocho años.

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