miércoles, agosto 15, 2012

"UN BANDO OSCURO Y MUERTO"

En las noches en las que las personas soñaban con extrañas cosas que más tarde podrían comprender (en parte), la Naturaleza estaba preparándose para defenderse de algo externo. De algo que, atacando a su línea de flotación, amenazaba con romper un frágil equilibrio y destruirla por completo.

A la luz de una tarde muerta, Paul iba caminado semidesnudo por el bosque. Alargados jirones de ropa ondeaban a cada paso que daba, desprendiéndose algún trozo de tela que otro. Tenía la cara sucia de barro y el pelo enmarañado con hojas y agujas de los pinos. Iba descalzo mostrando dos enormes pies que ya no eran humanos. Se asemejaban a las pezuñas de un animal.


Caminaba veloz. Cada zancada le acercaba más y más a su destino. Tenía que llegar allí antes que ellos. Sabía que había tres más, por lo menos, sin contar al “Hombre Negro”. Había soñado varias veces con ese hombre-que-no-era-hombre, despertándose en mitad de frías noches sin luz con el cuerpo bañado en sudor. Y sabía cuáles eran sus planes. Él estaba entre ellos y sabía qué le haría si le atrapaba.


Había empezado a ver a Marie hacía dos días. Le estaba siguiendo.
Lo que quedaba de ella. Porque Marie, no era Marie, era un monstruo creado por Nocturna junto con el “Hombre Negro” y el ejército de muertos que iba resucitando para comerse a los vivos antes de que llegasen al Molino. Su plan era muy concreto: no quería que nadie llegase allí.
Marie, graznaba su nombre mientras caminaba torpemente por el bosque como un muñeco grotesco. Escondido debajo de un montón de hojas, pudo ver su cara, notar que no respiraba sino que siseaba…tuvo que contenerse para no gritar. Pero no por el miedo, sino por la rabia del marido de un cuerpo que había sido profanado para usarlo como arma contra él. Por saber que tarde o temprano, tendría que matarla…otra vez. Y no sabía si sería capaz de ello. Otra vez no.


La última vez que la vio, estaba hablando sola. Hipnotizado por la visión de lo que fue su mujer caminando como un borracho sobre una tabla flotante, se preguntó cómo podía saber el camino. Cómo podía conocer por dónde caminaba, qué senderos tomaba o, cómo podía adelantarse a sus decisiones de por dónde atajar o moverse mejor.


Hablaba en un idioma desconocido. Repetía las mismas palabras como si de un aterrador mantra se tratara y se sorprendió alegrándose de no saber qué decían esas sucias palabras que prometían ser una locura que provenían de los labios de una muerta. Y en medio de ese repulsivo graznido de sílabas, su nombre: Paul. Estaba hablando de él o con él. Ni lo quería saber.
En varias ocasiones llegó a pensar que sabía que estaba allí, agazapado detrás de un matorral o detrás de un árbol espiándola con sigilo. Era imposible que a esa distancia le hubiese podido oír...pero ya asumía que nada, absolutamente nada, era imposible. Todo podía pasar y todo estaba pasando. Desde el momento en el que falla una de las piezas que mantienen la maquinaria de la Naturaleza en marcha, los muertos pueden vivir y todos los vivos pueden morir.


Echó un último vistazo antes de buscar un camino alternativo que le llevase a su destino sin tener que cruzarse una y otra vez con el ser abominable que había poseído y mancillado el cuerpo de Marie. ¿Pero por dónde? Al igual que un potente imán, la atraía...pero tenía que haber algo que le delatara.
Y en medio de aquellos pensamientos, pensó en la luna eclipsada. La visualizó como un gran ojo negro que le espiaba por las noches ¡Tenía que ser eso! Le estaban vigilando desde arriba. Así que decidió tomar más precauciones a la hora de buscar refugio por las noches.


Los días sucesivos, antes de que oscureciese, a última hora de la tarde, preparaba un refugio de ramas, hojas secas y tierra. Se dio cuenta de que funcionaba: ya no se cruzaba con Marie. Quizás no sería necesario matarla, quizás…y se quitó esa falsa esperanza de la cabeza porque sabía bastantes cosas que habían sucedido e iban a suceder. Al mismo ritmo que su cuerpo iba mutándose en algo que no era humano, su cerebro también se transformaba en algo que predecía cosas o veía cosas que sucedían o sucedieron en lugares remotos. Planetas devastados, estrellas desconocidas, caballeros de otra época, Molinos que fallaban y sus antagónicos: “Hombres de Negro”, muertos que viven, las criaturas Mist y una gran carrera de todos contra todos para salvar o destruir mundos enteros.


Marie no era la única que le estaba persiguiendo. Su cerebro mutado le aconsejaba, casi le impelía a alejarse de los cementerios o de las ciudades “PostCreadas” como Hue-Valley o Sinner City. No sabía qué significaba eso, pero lo sabía: eran muy peligrosas. Mortales.


En uno de los sueños, una persona llamada “el Alguacil”, se adentraba en una de esas ciudades. No se trataba de una casualidad. Esa población había sido puesta allí adrede para apartarle del sendero que llevaba al Molino. Pronto sabría en la trampa en la que se había metido.


La clave de que pudiese salir de allí o se quedase atrapado para toda la eternidad estaba dentro de un zurrón que llevaba consigo. Nadie podía saber con total seguridad si sabría utilizarlo en el preciso momento en el que tuviera que hacerlo.


Hue Valley, Sinner City y Hometown, formaban un cuadrado perfecto de algo más de cuarenta mil metros cuadrados alrededor del Molino, que estaba justo en el centro del cuadrado. La otra ciudad se llamaba Sabendy Road y allí estaba la clave.


En Sabendy Road pasarían los primeros días en nuestro planeta una pareja de un mundo futuro a la Tierra, Gnome: Morala y Ethos.

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