miércoles, febrero 27, 2013

¿Te defenderías?

Voy a empezar por unas preguntas sencillas que dejo en el aire: ¿Qué harías tú si alguien entra en tu casa y te roba lo que tienes en la nevera? ¿y si unos señores de traje y corbata te impiden el paso a un Hospital? ¿y si tus hijos te dicen que unos abusones no les dejan acceder a clase?

Bien. Hasta aquí, las respuestas son demasiado obvias supongo. Ninguna de las opciones que podríamos barajar pasaría por dejar estos hechos impunes: defenderíamos nuestros alimentos, entrarías al Hospital por la fuerza o les darías una lección a los abusones (o estas son las respuestas que querría pensar que daríamos).

¿Y si no ves a esas personas? ¿Y si no son personas sino “entes abstractos”? ¿Y si a estos “entes abstractos” les ponemos nombres ambiguos como “mercados”, “crisis económica” o “déficit”? Demasiadas preguntas hasta aquí. Quizás más que una reflexión parezca un interrogatorio de luz y taquígrafo…pero no lo es.

Exacto. Ahora estás pensando. Para eso valen las preguntas: para que pienses las respuestas. Además se consigue algo importante como es reflexionar.

Sí. La única diferencia entre la primera batería de preguntas y la segunda es la abstracción: si no ves al enemigo es que no existe o no puedes focalizar tu ira o tu fuerza contra él. Sencillamente, no le ves (o no quieren que le veas).
Ahora intentaremos juntos responder a todas las preguntas de forma simultánea, dando una respuesta clara: todo, absolutamente todo, tiene nombre y apellidos. Los mismos que entran en tu casa, los que no te dejan ni a ti ni a tus hijos entrar al Hospital o al “cole” o los que sistemáticamente, abusan…son personas.

Personas disfrazadas de entes. Ladrones, imputados y corruptos detrás del telón de un teatrillo investido con siglas: FMI, BCE, Gobiernos, “la Banca”, etc…todos con sus respectivos responsables. Con sus respectivos abusones. Pregúntate quién está detrás del telón y dime si ese “señor” o “señora” tiene el deber o el derecho de robarte. De privarte de tus necesidades vitales. De robarte la salud por dinero. De truncar el futuro tuyo y de tu familia. 


Ponle cara a esos “entes”. Pronuncia en voz alta sus nombres y apellidos. Señálales con el dedo. Insúltales si es necesario: pero combate. No te dejes avasallar.

Porque si volvemos al primer grupo de preguntas: ¿podrías perdonarte tú o tus hijos la cobardía o la impasividad de no hacer nada mientras te roban? No. Conociéndote, ciudadano honrado, no podrías. Tus hijos tampoco lo harían, no serían capaces de perdonar la cobardía de un padre cobarde, indolente y conformista que se dejó robar por personas menos humanas. Gente envalentonada por la desidia y por la pasividad que consiguió ganar una guerra antes de comenzar la primera batalla: la del futuro.
Como he empezado, termino: preguntando: ¿qué diferencia ves entre un “ente abstracto” y una persona si ambos son los que te atacan? ¿te defenderías?

viernes, febrero 22, 2013

¿Por qué salir a la Calle?


Siempre podemos ver la tele. 
Escuchar la radio quizás. 
Leer la prensa escrita. 
Ver las malas noticias por Internet. E incluso podemos debatir, charlar o discutir con los amigos al calor de una cafetería y un delicioso café delante con unos bollos.
El principal punto de unión de todo ello es la indignación en la temática que leemos o debatimos: podemos sentirnos tremendamente contrariados, engañados o furiosos con lo que sucede a nuestro alrededor. Y esta indignación “pasiva” lleva irremediablemente a la impotencia, la cual conduce directamente a la desidia.
Sí. La desidia. La rendición. La aceptación sumisa de lo que hacen con nuestras vidas. Una forma de acabar con nuestra alma y de tirar a la basura nuestras ideas, nuestras esperanzas e incluso nuestra autoestima como seres humanos y sociales. Quitarse la piel y ver que eres una simple oveja pastoreada por lobos.
Hablo de la “indignación pasiva”. Que no es ni más ni menos que manifestar con mayor o menor vehemencia la contrariedad. El describir furiosamente el abuso…sumado a la sumisión inmediata. Porque, ¿qué puedo hacer yo, insignificante trozo de carne con piernas, para cambiar el mundo? ¿Quién soy yo para alterar el orden “natural” de las cosas?
El miedo y la justificación ante uno mismo son baches que nos allanan la vida. Que nos la hacen más fácil…pero nos la dificultan aún más bloqueándola. No nos han enseñado una palabra en la Escuela. Ni siquiera en las Universidades: el COMPROMISO.
Sí. Da miedo comprometerse, ¿verdad? El compromiso es el matrimonio con tus ideas. Esas que son tan grandes que el mero hecho de vivir con ellas, te aplasta como a un mosquito. Es una palabra muy puta: es difícil que te sea fiel y el serlo tú a ella.
Porque comprometerse es ir un poco más allá. Bastante más allá. Andar unos cuantos pasos fuera del camino asfaltado para meterse en un sendero de tierra y barro donde te ensucias los zapatos y te duele el alma. Es luchar cuando sabes que has perdido de antemano. Es combatir contra gigantes con forma de molinos de viento. Pero sobre todo es ensuciarse las manos mientras te lavas el espíritu.
Sí. Salir a la calle no soluciona las Crisis, ni te provee de alimento, ni de vivienda y mucho menos de dinero. Tampoco te hace mejor persona. Ni peor.
El salir con la gente. Con tu gente. Con los que en vez de estar en cómodas cafeterías, en cálidos debates al abrigo de una pantalla o escondido detrás de las hojas de un periódico…hacen algo que los hace diferentes de la mayoría: actúan. Actúan y se comprometen.
Consigo mismo y con el prójimo también. Pierden la individualidad en el asfalto y se hacen un colectivo más allá en charcos llenos de mierda. De palos policiales, de defenestración de su imagen y de mofa de sus ideales. Pero van juntos. Y luchan.
Casi siempre pierden. Pero no les importa. Sólo es necesario que el viento cambie un poco de dirección…y se producirá el milagro. Porque saben que sólo es necesario ganar UNA sola vez.

martes, febrero 19, 2013

"POEMA DEL MÍO CRISIS"



"Políticos que nos roban, Papas que dimiten, economistas que recortan,
derecha que es derecha e izquierda que derecha es,
maltrecha la Ley está hecha, al funcionario le desecha,
al obrero le pone una mecha, de difícil solución.

Leo la prensa y prensado me quedé,
escucho las noticias y sin las buenas me quedé,
porque las malas abundan, incluso viendo el Internet,
fotos que antes habían, en blanco y negro y macramé.

Indignados de plazas turbias, ciudadanos de postín,
abierta se hace la brecha entre los que no comen y los que sí,
todos esperan una fecha
en la que los que engordan adelgacen,
los delgados al fin, de pan, se sacien
y a los ladrones las cabezas les rebajen.

Oigo que miras a un lado,
veo que cantas ufano,
piensas que echando otro sueño
entre bastidores de actores risueños
lo malo le pasa a un fulano.

Porque no vives entre pesadillas
escondidas en sucias buhardillas
de viviendas embargadas
por encorbatados ladrones reclamadas
y por banqueros aplaudidas.

Entre vítores de alegría celebran goles
no son conscientes de lo que provocan
cuando el pueblo le echa bemoles
y a un inocente ciudadano tocan
la Historia siempre es persistente:
al final siempre gana el más corriente".

Javier Addali, 14 Febrero de 2013

"Apariciones"

Dos años más tarde, justo en un edificio a dos manzanas de la Comisaría, tres encapuchados irrumpen en la vivienda de un matrimonio. Horas después el matrimonio y dos de sus tres hijos son salvajemente asesinados y descuartizados. 

El tercero, escondido debajo de una cama presencia la violación de su madre y el asesinato a cuchilladas de toda su familia. 
Ese chico será una de las piezas cruciales para solucionar el caso. Pero en esos momentos ni él, ni Toni “el Poni” lo saben. 
Pasará tiempo hasta que Enricco sea consciente del poder que tiene y de la extrema violencia que su alma ha acumulado. En ese lapso de tiempo, Enricco se encarga de encontrar uno a uno a los asesinos con la ayuda de una extraña intuición que se manifiesta en sus sueños…y los mata. Para ser más exacto: los despieza como hicieron con sus padres y hermanos. 

Ese hombre viejo. 
Sabe que está ya muerto desde tiempos inmemoriables, pero quiere ayudarle. Como ayudó a esa mujer, Romina. 
Sí. Todos ellos están muertos pero él tiene una especie de walkie-talkie para hablarles. Ellos lo hacen mientras él duerme. 
Malthus se llama. 
Así se presentó en el Hospital cuando le ingresaron después de aquello. Aún sentía la humedad de sus pantalones al haberse orinado. El frío en uno de sus pies descalzos en la camilla. Y las luces blancas del pasillo que le llevaba a una oscura habitación de hospital. 
En medio de olores a medicamentos, a sudor rancio y a perfumes neutros percibió algo escondido. Otro aroma. Algo polvoriento y ancestral. Era el olor de la inmortalidad, pensó. Algo que había habitado el planeta antes de que fuese creado. 

Dos días estuvo aturdido por el shock y los ansiolíticos. Dos días completos percibiendo imágenes de su subconsciente mezcladas de placer humano y horror infinito: tardes de cine, madre cocinando, sus hermanos jugando en el parque de abajo junto a la panadería…y en medio de todo ello, estaban los cuchillos llenos de sangre, dos dedos amputados en el parquet y el sonido gutural y salvaje de aquellas bestias con forma humana. 
Lo percibía todo con la lejanía ufana de un espectador de una extraña e irreal película. Sentado en la última fila de un cine imaginario en el que no había nadie sentado en las rojas butacas y el proyector se mecía al ritmo de su respiración. 

La segunda noche le vio. El reloj de la mesita marcaba casi las tres de la madrugada. No estaba soñando: estaba allí en la oscura habitación mirándole con compasión. Un viejo ataviado con una túnica y un bastón largo de madera. 
Se sorprendió de la familiaridad que sentía al verle. Era como volver a ver a su abuelo muchos años después. Enricco tenía diez años y desde los seis no había vuelto a verle…pero no era el abuelo Giuseppe. No. 
El abuelo nunca le había hablado con la boca cerrada y la mente abierta. 

“Me llamo Malthus. No, no soy tu abuelo, pero puedes considerarme como de la familia porque te ayudaré. Ahora debes de descansar, pero a partir de ahora estate alerta con tus sueños, Enricco. Nos veremos allí. Aquí corro peligro y tú también. Nunca nos podremos ver más así, pequeño. Así que vigila los mensajes que te deje en tus sueños. Pronto comprenderás lo que quiero decir…” 

Esa noche llovía. Las luces de las farolas de la calle se reflejaban en minúsculas gotas de lluvia que se deslizaban por los cristales de las ventanas. Mientras las miraba detenidamente fue consciente de su situación de repente: estaba solo. Ya no tenía familia. Y lloró amargamente durante varias horas. 
Esa fue la última vez que las lágrimas brotaron de sus ojos. Nunca más en su vida volvió a llorar. 

Una fría mañana, un señor con un traje gris, corbata negra y gafas de lentes gruesas, entró por la puerta de su habitación. Llevaba una carpeta en su mano y una grabadora. 
Detrás de él, en la puerta, alguien que parecía ser el doctor, le miraba con rostro sombrío y malhumorado. 
No se acordaba de las preguntas y mucho menos de las respuestas que le dio. Quería saber qué había pasado aquél día en su casa. No se acordaba de más. Esa fue la mañana del terremoto en la ciudad y lo que pasó luego unido a lo ya vivido, envolvió en papel de estraza rugoso lo acontecido en aquellos nubosos y nublados días. 

Ese día murió mucha gente en el Hospital. 
Se acordaba de la hora exacta de cuándo empezaron a caer objetos a su alrededor. Lo primero que escuchó fue un ruido sordo mezclado con un zumbido parecido al sonido de la estática del televisor. 
La bandeja de medicamentos golpeó el suelo con estrépito mientras los cristales de las ventanas vibraban con fuerza hasta que estallaron a la vez violentamente. 

Henricco aún no había tomado sus pastillas. Eso le salvó de haberse quedado dentro de la habitación y haber muerto aplastado dentro de un fatal ensoñamiento. 
Se escuchaban gritos por los pasillos. Los carros con los desayunos desafinaban en mitad del tumulto cayendo de ellos vasos, platos, cucharas… 
Descalzo, se puso en pié y se dirigió a la puerta de la habitación. El suelo retumbaba bajo sus pies haciendo saltar los cristales rotos. 
Abrió la puerta y corrió por uno de los pasillos oscuros que llevaba a los quirófanos y las salas de rayos X. No había nadie allí. Estaba muy oscuro al no dar ninguna ventana a esa parte del Hospital. 

Todos se habían dirigido a las escaleras de incendios donde minutos más tarde se produciría la mayor carnicería de la Historia de la ciudad. 
Los periódicos dirían que había sido fruto de la mala suerte que el tejado del Hospital en aquella parte estuviera en unas condiciones muy lamentables. Más de quinientas personas murieron aplastadas unas contra otras enterradas por toneladas de escombros. 

Al correr  por el pasillo oscuro notó un pinchazo en uno de los dedos del pie. Se había cortado con algo. Pero la adrenalina consiguió un efecto anestesiante y siguió corriendo. Sabía que si en minutos no escapada de aquél edificio, moriría. 
Cuando iba a girar en un recodo del pasillo hacia la derecha, percibió el casi imperceptible movimiento de una mano cerca de uno de los carros metálicos volcados. Era el gesto inequívoco de que le siguiese, ¿pero quién? 
Guiándose por la intuición, volvió sobre sus pasos y se encaminó hacia el pasillo de la izquierda. No podía pensar con claridad en ese momento, pero tampoco quería. Iría por ese pasillo negro como la boca del lobo y más estrecho que al que se dirigía en un primer momento. 
En la oscuridad, tropezó varias veces con varios carros volcados y unas altas barras de acero que parecían servir para colocar goteros de suero. Una de esas barras le cayó en la cabeza produciéndole un profundo corte en una de las sienes. Sentía cómo una sustancia cálida le hacía cosquillas en de su mejilla hasta llegar a la comisura de sus labios. Era sangre. 

El zumbido era aterrador y más en esa negrura casi absoluta. Mientras caminaba a tientas, rezaba porque la vibración no hiciese que algo más grande y contundente que una barra le cayese encima. Sabía que si se quedaba inconsciente (si no moría en el acto por un impacto), moriría allí mismo entre amasijos de hierro, cemento y frascos de medicamentos rotos. 

El corte en su cabeza y en el dedo. Mientras corría torpemente pegado a una de las paredes, pensó en que moriría desangrado. Estaba temblando y no era ese terremoto lo que lo provocaba. Sentía frío. 
Una ráfaga de viento de repente le despeinó su larga melena. Debía de estar cerca de la salida. Pero antes de poder sentir alivio, pensó. Estaba en un segundo piso y las escaleras estaban en el extremo opuesto donde se encontraba. Así que, ¿cómo pensaba salir del edificio? 
La ansiedad le hizo empujar varias camillas que estaban pegadas a esa pared. Saltó cayéndose de bruces hacia adelante. Tumbado unos instantes en el suelo fue consciente de la intensidad del terremoto: el suelo parecía un chicle a punto de hundirse. No aguantaría mucho la estructura. 
Se levantó y corrió golpeándose violentamente con lo que se encontraba a su camino. A través del ojo de buey de una puerta vio una tenue luz. Parecía ser la luz del sol. Rezó porque lo fuese. 
Cuando llegase ya se le ocurriría cómo bajar de allí porque no tenía ninguna opción más. 
Y cuando empujó la puerta un destello insoportable le cegó. Estaba en una especie de terraza.

Javier Addali, 19 Febrero 2013 

miércoles, febrero 06, 2013

"No hay razón para salvar a los bancos"

La persecución del Santo Grial del crecimiento es un error; la economía se ha convertido en asunto de ficción; el dinero ya no representa nada real; hay que reconsiderar qué es una deuda y qué papel deben desempeñar los bancos en un nuevo mundo. Estas son algunas de las ideas que vertebran el pensamiento de John Ralston Saul, escritor, ensayista y filósofo canadiense al que la revista Time calificó de “profeta”.
No reniega del capitalismo; de hecho, reivindica a uno de los referentes del liberalismo, Adam Smith. Pero propone medidas como que se rescate a los ciudadanos desahuciados o sepultados por una hipoteca en vez de salvar a unos bancos que solo conseguirán que la espiral de la deuda siga creciendo.
Una cita poderosa encabeza su último libro, El colapso de la globalización y la reinvención de mundo: “Todavía no entiendo del todo por qué ocurrió. Alan Greenspan, 23 de octubre de 2008”. La frase del exdirector de la Reserva Federal estadounidense da la medida del desconcierto que ha creado la crisis, incluso entre aquellos que la incubaron. Y a ese desconcierto es a lo que se viene enfrentando en los últimos años este pensador canadiense que nada a contracorriente.

PREGUNTA: Estamos inmersos en un periodo negro de la economía, y no parece que las
cosas mejoren sustancialmente, ni en el mundo, ni en España, ni…

RESPUESTA: Existe una nueva religión absoluta del crecimiento, el comercio, la santidad de
la deuda y de los contratos comerciales, con la que intentan hacernos creer lo inteligentes que son los políticos y lo estúpidos que somos los demás. Da igual lo mala que sea la situación actual, ellos siguen aplicando las mismas recetas, haciendo lo mismo. Eso es lo que se está haciendo en España y en todas partes. El sistema avanza en la misma dirección. Los problemas que hay se están agravando. Nadie reconoce cuál es el auténtico problema.
El crecimiento no nos va a sacar de donde estamos; la austeridad, tampoco. Veremos cómo resisten todo esto las democracias. Están poniendo la democracia en peligro. Ralston es un hombre de discurso ágil y fluido, sin pelos en la lengua. Nos encontramos con él en el restaurante de un céntrico hotel de Barcelona. La revista norteamericana de pensamiento alternativo Utne Reader le situó entre los 100 pensadores y visionarios más importantes del mundo. Autor de 16 libros (entre ellos, el ensayo filosófico Los bastardos de Voltaire. La dictadura de la razón en Occidente) y de cinco novelas que han sido traducidos a 22 idiomas, Ralston Saul es además el presidente del PEN
International, asociación de escritores que data de 1921 y lucha por la libertad de expresión en todo el mundo.
En 2005, tres años antes de que se desencadenase la crisis, publicó el libro El colapso de la globalización y la reinvención de mundo, del que lleva vendidas 400.000 copias, según los datos que facilita su editorial, RBA. En él analizaba el fracaso de los criterios que guían el sistema de relaciones económicas y financieras entre países, explicaba la crisis de un modelo y anticipaba un colapso. En 2009, a la vista de que algunas de sus predicciones se habían cumplido, reeditó con añadidos un libro que llega ahora en su versión española, con un prólogo que aborda cuestiones como el rescate de Bankia.

P: En el libro sostiene usted que el dinero no es real y que nos hemos convertido en sus esclavos. Habla de que vivimos en una economía ficticia. Y dice que en los años setenta el comercio era seis veces el valor de los bienes y que en 1995 era 50 veces más. ¿Cuántas veces más lo es ahora?
R: Nadie lo sabe, pero debe de estar alrededor de 150. Lo más vergonzoso es que los números no están disponibles, o al menos yo no he podido encontrarlos.

P: ¿Y eso qué significa?
R: La ironía es que la globalización ha conducido a lo opuesto de lo que prometía. Prometió competencia, y ha causado el regreso a los oligopolios; prometió renovación del capitalismo, y ha supuesto la vuelta al mercantilismo; prometió el final del nacionalismo feo [sostiene que también hay un nacionalismo positivo], y ha traído la era más nacionalista desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Prometió crecimiento, no tenemos crecimiento; prometió empleo, no tenemos empleo… y así se puede seguir con la lista. Nada de lo prometido ha ocurrido. Dijeron que con el keynesianismo se imprimía mucho dinero; que había que controlar el dinero en circulación y que eso haría funcionar la economía. El hecho es que todo este periodo ha llevado a la mayor expansión en la cantidad de dinero en la historia del mundo, hemos visto cientos de ejemplos de nuevos tipos de dinero: las tarjetas de crédito, los bonos basura, los derivados… Todo eso es imprimir dinero, pura inflación de la cantidad de dinero. El argumento capitalista era que el dinero era lo que engrasaba la maquinaria. Pero llegado un momento dijeron: el dinero es real, por eso es bueno tener a gente trabajando en el sector financiero. ¿Las fusiones y grandes adquisiciones de empresas?: eso es imprimir dinero. Cada vez que una compañía compra otra y se endeuda en, digamos, 700.000 dólares, eso quiere decir que se acaban de imprimir 700.000 dólares, acaban de crear 700.000 dólares que antes no existían. Nunca tuvimos tanto dinero circulando en el mundo y tan mal repartido. Y por eso cuando ocurre la crisis, la gente que es parte de esa lunática inflación dice: hay que salvar a los bancos.

P: ¿Y no hay que rescatar a los bancos?
R: No hay razón para salvar a los bancos, no necesitamos tanto dinero. Lo razonable habría sido aprovechar la oportunidad para limpiar el desorden. No hay más que tomar el ejemplo español de Bankia. Una buena política habría sido, por ejemplo, que el Gobierno anunciase que pagaría todas las hipotecas hasta una cantidad determinada, pongamos 300.000 euros.
Das el dinero a la gente que está en su casa y que tiene una hipoteca, y de hecho salvas a los bancos: es el ciudadano el que da el dinero a los bancos al cancelar su hipoteca. De pronto, la gente ya no tiene deudas y puede gastar lo que gana. Así es como se crea una clase propietaria y además se relanza la economía. Es tan simple.

P: ¿Y eso es posible?
R: Por supuesto. Para mí la pregunta es: ¿es posible que demos todo ese dinero a los bancos, que fueron los que crearon el problema, para que no se gasten ese dinero y para que continúen autoconcediéndose enormes bonus? ¿Es eso posible? ¿Es eso legal? ¡Vamos, denme un respiro! Hay otra opción: no queremos salvar a todos los bancos, no queremos tanto dinero, así que paguemos 150.000 euros de esas hipotecas y cancelemos el resto de la deuda, 150.000. Los Gobiernos tienen el poder para hacerlo. De ese modo, 150.000 euros no vuelven a los bancos, limpias el sistema bancario y reduces la cantidad de dinero que circula, que es algo positivo.

P: Pero no debe de ser tan fácil de hacer. Por ejemplo, la gente que alquila se sentiría agraviada.
R: Habría que estudiar los números. La política económica es intentar mover las cosas en una buena dirección. No significa hacer exactamente lo mismo en cada sitio, ni significa que tengas que hacerlo todo a la vez. Resuelves primero ese gran problema y luego haces un programa para alquileres de forma que la gente pueda comprarse la casa que está alquilando. Se pueden hacer más cosas. Por ejemplo, dar una renta mínima a la gente en vez de que tenga que hacer colas para acceder a prestaciones, subsidios y ayudas, en vez de humillarla examinando sus requisitos una y otra vez; ayudas que además resultan caras de administrar… Muchos conservadores, liberales y socialdemócratas responsables están de acuerdo en que sería mucho mejor una renta garantizada anual.
Supondría liberar a la sociedad, devolver a la gente el respeto por sí misma. La gente humillada o marginada se sentiría parte de la sociedad. Es curioso, pero hay mucha gente que está de acuerdo con estas ideas.

P: ¿Ah, sí?, ¿y dónde están esos conservadores y liberales que piensan así?
R: ¡En todas partes! No están entre los neoconservadores, pero sí entre muchos conservadores. Muchos empresarios creen en esto.
Pero como el debate se pierde en los pequeños detalles y la idea dominante es que hay que reducir el peso del Estado, nadie pone estas cuestiones sobre la mesa.

P: ¿Qué posibilidades hay de que algo como lo que relata se pueda llevar a cabo?
R: Hay posibilidades, por supuesto; han sido posibles muchas otras cosas en los últimos años. Por ejemplo: la clase directiva del sector privado ha conseguido, presionando a los Gobiernos, regulaciones que han convertido el fraude en algo legal. Ahí están esos consejeros delegados percibiendo bonus y participaciones en las acciones, ganando millones cada año: ¡pero si solo son gerentes!
Están en el puesto por cinco años, se irán a jugar al golf cuando se retiren, ¡no son nadie! ¡Nadie conoce sus nombres, no han hecho nada en particular! ¿Deberían cobrar esos bonus cuando la empresa va mal? Ese no es el debate. El debate es: ¿deben recibir
bonus? ¡Si ya les han pagado! Han usado su influencia para cambiar el sistema impositivo en todos los países para no tener que pagar demasiados impuestos por esos bonus. Eso es fraude.
Probablemente, los dos ejemplos más evidentes de fraude desde la
Segunda Guerra Mundial son: el cambio en las disposiciones de ingresos de los directivos, fraude evidente hecho legal, y la transferencia de la deuda privada de los últimos años al sector público.

P: La Unión Europea está corroída por la deuda…
R: Hay quien plantea los eurobonos como solución a la crisis europea. ¿Estamos de broma? Yo digo: acabemos con la deuda. No pueden admitir que se han equivocado, así que hacen como que los bonos son algo que les permite coger toda la deuda, colocarla en los bonos y venderlos. Están colocando a la civilización europea bajo el peso de una deuda que no existe. Si tuvieran algo de imaginación y algo de coraje, convocarían una cumbre y dirían: sí, los españoles han hecho mal esto, y los griegos han hecho cosas horribles con esto, pero ninguno de nosotros es una parte inocente; ¿cómo podemos resetear el reloj? Básicamente, vamos a envolver parte de esta deuda en un sobre, escribiremos en el sobre la frase “Esto es muy importante”, lo pondremos en un cajón, lo cerraremos y tiraremos la llave. ¡Hay que pasar página, hay que superarlo! En vez de esto, están intentando volver a hacer lo mismo que vienen haciendo durante años, pero como si no lo hicieran.

P: Una propuesta sorprendente…
R: La mía es responsable y honesta. Ellos están haciendo una propuesta delirante e increíblemente complicada que no va a funcionar y que no nos lleva a ningún sitio. Y en el camino hacen que la gente sufra. ¿Qué piensan que van a decir los griegos cuando les reduzcan el salario mínimo en un 22%? Está claro que esto es como una cuestión religiosa.
Como la economía es la nueva religión, han aplicado la moral a la economía. La deuda pública tiene peso moral, pero la privada no. ¿Cómo se come eso? Este es uno de los fracasos de la globalización. Si el sector privado se puede librar de la deuda, el sector público también.

P: Pero entonces, ¿qué pasa, que la deuda en realidad no existe?
R: La verdad es que no. El dinero es una convención. Un árbol es real, el dinero es una convención. Los necios, cuando llega la crisis, están convencidos de que el dinero es real.
Enrique IV fue considerado como el Buen Rey porque Francia estaba hundida por la deuda y la hizo desaparecer; a partir de ese momento vivieron 250 años de prosperidad, por quitarse la deuda; Atenas construyó toda su historia tras haberse librado de su deuda; el imperio norteamericano está enteramente construido sobra una quita, se quitaron la deuda de en medio cinco veces entre la guerra civil y 1929; la riqueza de Estados Unidos a lo largo del siglo XX está enteramente construida sobre el hecho de no haber pagado su deuda en 1929: tomaron dinero prestado en Europa, en los mercados, y con eso construyeron ferrocarriles, carreteras, rascacielos y tuvieron un colapso económico: quienes les dejaron dinero lo perdieron y ellos se quedaron con sus infraestructuras. Estados Unidos vivió cinco colapsos que al final le dejaron libre de su deuda y le permitieron convertirse en líder a partir de 1935.
John Ralston Saul es un hombre apasionado, un orador nato. No es un anticapitalista. Se declara partidario de muchos de los preceptos de Adam Smith, de la propiedad privada, del mercado, y también de los servicios públicos. Dice que el capitalismo va a continuar. Pero considera que la globalización ha hecho daño. Y señala algunos culpables en su libro. Cita a la Sagrada Congregación para la
Propagación de la Fe: economistas, directivos, consultores y propagandistas, es decir, periodistas de economía: “Difundieron la idea de que el comercio libre, la globalización y la búsqueda del crecimiento eran el único camino a la prosperidad”, manifiesta.

El ensayista canadiense carga contra la llamada generación del informe. Sostiene que el mundo está en manos de economistas y empresarios de capacidades muy limitadas y que en muchos casos son “analfabetos funcionales”. Gente que solo contempla el corto plazo.
“Los historiadores económicos son los intelectuales; los macroeconómicos son los
semiintelectuales que dieron forma a las ideas, y luego están las abejas trabajadoras, que trabajan en lo micro, que no piensan y solo hacen números. Se eliminó a los historiadores porque, una vez que tienes la verdad, no quieres que el pasado sea examinado.
Promocionaron a los semiintelectuales a los altares. Y elevaron a los que solo hacen números”.
Dice que estamos en manos de estos últimos. Explica que el apogeo de la globalización se produjo a mediados de los noventa, años en que el comercio vivía días de máxima liberalización, los impuestos a las grandes fortunas se difuminaban, las privatizaciones y la desregulación campaban a sus anchas y la civilización occidental abrazaba la religión neoliberal y adoraba el mercado global.

P: Usted ya viene alertando desde hace tiempo contra la globalización…
R: Se veían signos de que la globalización estaba llegando a su fin desde 1995. La globalización se está derrumbando por los defectos que contenía desde el principio como programa ideológico-filosófico-social. Todavía estamos viviendo sus consecuencias: si
España se rompe, si Grecia deja de ser una democracia, si en Canadá se producen problemas internos que la resquebrajan, todo ello, en gran parte, será un resultado de la globalización. Yo soy un gran admirador de Stiglitz y Krugman [en alusión a los dos reputados premios Nobel de Economía], pero son dos economistas, y no lo pueden evitar, se fijan en los detalles: habría que hacer esto, habría que hacer lo otro… Hacen bien, pero se les escapa la cuestión principal, la naturaleza de lo que está pasando, la naturaleza de la bestia llamada globalización.

P: Sostiene usted que la globalización se convirtió en religión, en dogma…
R: El Vaticano, en sus momentos de gran poder, era religión de modo marginal; más bien era una cuestión de política y de poder; con la globalización pasa algo similar: es algo económico, de modo marginal; es una cuestión de política y de control, de poder; es un modelo social, igual que la Iglesia católica lo fue o el imperio británico. Y se rompe porque como modelo social no funciona y siembra la catástrofe por el camino. En realidad, la globalización viene de un grupo de gente bastante marginal que tomó unas viejas ideas de mediados del siglo XIX pasadas de moda. Una de ellas era inglesa: el comercio libre, y la otra era el capitalismo de bucaneros, que se remonta a finales del XIX en Inglaterra y Estados
Unidos. Unieron las dos cosas y dijeron: esta es una gran idea. Y no pensaron en las consecuencias de la unión de esas dos ideas. En la crisis de los años setenta estábamos con excedentes de producción, no se debía resolver el problema incrementando el comercio, porque ya había demasiados bienes. Es decir, la solución que encontraron para el problema era la contraria a lo que se necesitaba. Llevamos 30 años de abrumadora mediocridad intelectual, sin sentido de la historia, ni imaginación, ni creatividad, sin pensar qué estamos haciendo y adónde vamos: una gran banalidad con tremendos resultados.

(Fuente EL PAIS)

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