lunes, noviembre 21, 2011

"La Hojarasca (I)"








Un coche pasó a nuestro lado zarandeando la carrocería. El sol parecía triste, casi poseía una timidez que le impulsaba a esconderse entre las montañas del horizonte. El fulgor de sus rayos en las frondosas cimas se contrastaba con la creciente penumbra de la arboleda del oeste.

Y la historia de unos inquietantes mensajes marcó el punto de partida. Una historia que nació de los labios de Marie y murió en ellos.

Me contó entre sollozos de angustia que los había encontrado encima del frigorífico, debajo de la alfombra cuando pasaba el aspirador e incluso en su cajón entre su ropa interior. Todos iban dirigidos a ella. Sin remite, por supuesto.

“Para Marie”. “Mensaje para Marie”. “Marie”.

Recuerdo que me enfurecí. La idea de que un extraño hubiese violado nuestra intimidad era demasiado para mí y para mi monótona rutina.

- Al principio pensé en contártelo pero al día siguiente de recibir el primero fue cuando murió mi madre...¡a la hora que estaba escrita en el papel! – se estremeció- . Recibía uno cada semana aproximadamente y todo se cumplía con exactitud. No podía vivir con la angustia de saber de antemano lo que iba a suceder en mi vida y la mayor parte de ellos los escondí en el bolso.

Cuando terminó la macabra historia no estaba seguro de poder conducir de nuevo el vehículo. Me temblaban las manos de furia, pánico y sobre todo inquietud.

Quería creer con todas mis fuerzas que se trataba de una mera casualidad. Pero no era nada casual encontrarte un sobre en casa que prediga la muerte de tu ser más querido. Además no veía qué beneficio sacaría el anónimo autor de las cartas de todo esto.

No tenía sentido. Parecía uno de esos trucos de David Copperfield en el que los incautos espectadores caían en las redes del ilusionismo. La diferencia residía en que ninguno de los dos se había apuntado voluntariamente a la exhibición(por llamarlo de alguna manera). La otra diferencia era que todo lo que iba a suceder a continuación no era parte de un número de magia ( ¿o sí lo era? ).
El sol había desaparecido por completo y había dejado tras de sí los últimos restos de su luz en las colinas del horizonte. A lo lejos podían verse las luces de una pequeña población en la ladera de la montaña más alejada.

Al arrancar el motor del coche sentí un escalofrío en la espina dorsal. El interior del coche estaba casi en las tinieblas. El brillo de las luces del tablero de posición se reflejaba en nuestras caras produciendo un efecto espectral. No hacía más que mirar por el retrovisor con la desagradable esperanza de toparme con una criatura infernal en el asiento de atrás. Cuando a un hombre le sacan de su predecible vida con sus predecibles cosas y su predecible tranquilidad puede ocurrir de todo en un mundo que ha dejado de serlo para convertirse en el País de Nunca Jamás .

Inconscientemente giré el volante a la derecha y puse rumbo al famoso Desvío Noroeste. El reloj del tablero marcaba exactamente las seis y cuarenta y siete.

“La profecía se va cumpliendo” me dije a mí mismo.
- ¿Has dicho algo, Paul? – me interpeló Marie. No le veía la cara pero me la imaginé con una mueca de asombro a juzgar por su voz.

- No he dicho nada. ¿Has visto qué hora es? – pregunté sabiendo que ella también se habría fijado en ese detalle.

En vez de contestarme, asió con fuerza mi muslo derecho. Sus alargados dedos de pianista se clavaron en mi carne a través de la fina tela del pantalón. Sentí cómo me transmitía pánico a través de sus dedos. Literalmente lo sentí.

- ¿Qué significa eso de “el final”? ¿Vamos a morir, significa eso? – inquirió con celeridad. Sus uñas amenazaban con desgarrar mi carne- .Llevo pensando en ello desde que salimos de casa por la mañana. No...

- No seas absurda, Marie. ¿Crees que porque una estúpida nota haya acertado en un par de cosas nos vaya a predecir el maldito día, hora y minuto de nuestra muerte? – intenté reírme para suavizar la tensión pero en vez de eso me salió un patético graznido de la garganta. La innata habilidad de maquillar la verdad se quedaba obsoleta en mi vida privada.

- No te he contado lo que ponía en las otras notas..., las que conseguí leer. Hablaban de...– gimió.

- Creo que estás exagerando. No es la primera vez que nos amenazan o nos mandan anónimos para intentar amedrentarnos. ¿Recuerdas el tipo que mandé a la cárcel el año pasado? Sus amigos barriobajeros no nos dejaban en paz ni un minuto.

- ¡Exagerando! Esta vez no son delincuentes ni nada que se le parezca en absoluto. ¿No te das cuenta? – los dedos que aferraban mi dolorido muslo se habían cerrado en un puño. Ahora aporreaba mi pierna con desaforada violencia. Era demasiado, mi mujer se había vuelto loca de remate mientras intentaba conducir por una carretera que ni yo mismo sabía adónde nos llevaba.

Cuando agarré su muñeca y pensé en detener de nuevo el coche empezó a hablar. Parecía estar sumida en una especie de trance hipnótico. Tuve que girarme varias veces para observar su rostro y comprobar que no había perdido el sentido. Cuando terminó de hablar el que lo había perdido definitivamente fui yo:
- Todo empezó el día en el que perdiste tu último caso. Un jodido día lluvioso de abril en el que sucedieron muchas cosas. Entre ellas, una que hemos intentado olvidar por el bien de nuestro matrimonio. ¿Te acuerdas, verdad?

“ Bien, continúo. Esa noche saliste con Jones y Hermann a tomar unas copas al Columbia. Ese antro de nuevos ricos del este de la ciudad. La noche, la gran noche de mi pequeño Paul. Yo compadeciéndome de ti mientras ahogabas tus penas en alcohol y te acostabas con putas”.

- Ya hemos hablado de eso. Me acosté con una mujer desconocida. No hubo nada más entre nosotros. Ya te he pedido perdón por ello y no hay ni un solo día que no me sienta culpable – interrumpí incómodo y avergonzado. Necesitaba encender un cigarrillo.

- Esa noche recuerdo que llovía a cántaros y los truenos me asustaban continuamente. Nunca le he tenido miedo a las tormentas pero esa noche estaba muy nerviosa. Se lo achaqué a tu maldito trabajo, esa época nos estaba destruyendo.

“ Me había acostado pronto pero no podía dormir. No con esos relámpagos iluminado la habitación. Esperaba ver reflejado en el espejo al mismísimo Mason o al hombre del saco en el intervalo de tiempo en el que un rayo se desvanece. Pero en vez de eso...”- tosió un par de veces.

Apreté su mano con la mía, conduciendo con la izquierda. Sentía el frío interior de nuevo. Me sobresalté cuando una voz igual de gélida siguió hablando:

- El mensaje estaba pegado en el espejo. Creí estar soñando o que la tormenta me estaba asustando lo suficiente como para ver visiones. Una mancha marrón en una esquina de nuestro espejo- susurraba como si quisiera evitar que alguien escuchase nuestra conversación. En ese momento la idea no me pareció ni ridícula ni descabellada. Estaba en el umbral de algo que rallaba lo increíble.
“ Me había levantado de la cama y había encendido todas las luces del piso de arriba hasta comprobar que estaba sola en la casa. Tenía el revólver que escondes en el armario entre tu ropa pero me sentía indefensa. Miré en todos los rincones e incluso grité palabrotas para intentar intimidar a un intruso que no existía ...”

- Querrás decir que no lo viste. Que yo sepa las cartas no se escriben solas ...

- Sigues sin entender nada, Paul . Es imposible que esos mensajes hayan sido escritos por alguien. Dicen cosas... es imposible que alguien sepa las cosas o prediga con exactitud lo que pone en ellos. Las primeras cartas me parecieron tan fuertes que pensé en llamar a la policía y denunciarlo.

- Es verdad. Y en cambio, no sólo no llamaste a la policía sino que no me contaste nada a mí, tu propio marido. Te he contado todo, incluso fui yo quien te contó arrepentido lo que hice con aquella mujer – había pasado fugazmente del miedo a la cólera. Solté su mano con brusquedad y seguí conduciendo. Sentía sus tristes ojos clavados en mi cara pero no desvié ni un ápice la vista de la carretera.

- Paul, mi madre murió aquél día. Leí la nota por la noche y al día siguiente por la mañana...- lloró con rabia

. Su voz temblaba de frustración -¡ Mi ma, mamá murió de un ataque al co, corazón!

- Marie, ¿por qué no me dijiste nada? – pregunté.

- Cuando vi esa...cosa en el espejo pensé que era una de tus bromas. Como aquella que me gastaste en nuestro aniversario...pero aquello iba demasiado lejos. Una cosa son tus ridículas bromas sin gracia y otra... – lentamente las palabras fluían de su boca con mayor convicción -. Pensé que alguien había entrado en la casa y por eso cogí la pistola. No sé, en tu profesión de abogado es fácil buscarse enemigos.

Tenía toda la razón. Increíblemente fácil habría dicho yo.
Las llamadas telefónicas con una voz anónima al otro lado no se podían contar con los dedos de las manos...ni sumándoles los de los pies, joder. Pero siempre la policía terminaba por descubrir al autor. Invariablemente eran delincuentes frustrados por la decisión de un jurado tenaz al que hábilmente persuadía para hacerme con su simpatía. Justo lo contrario que obtenía de los primeros.
“Eres cadáver” “Sufrirás por lo que has hecho, cabrón”.
Palabras tan bonitas como éstas se escuchaban en mi contestador cada vez que ganaba un juicio. Mis colegas de profesión decían con ironía que las victorias judiciales no se consumaban plenamente hasta que el contestador no se llenaba de toda esta basura dialéctica. Mis gallardos ex – colegas decían muchas tonterías. Demasiadas.

- Últimamente no gano muchos casos. Creo que estoy en el famoso declive profesional en el que más vale una retirada a tiempo- había dicho una vez con una voz que había dejado de ser firme.

- ¿No eras tú el que me decía que nunca hay que rendirse? Eres el fiscal más joven de la ciudad y aún te queda cuerda para rato. Esos vejestorios del bufete no harán más que destrozar el trabajo que tanto te costó- Marie era tenaz. Su tenacidad siempre me había gustado. Y aquél día de depresión laboral y personal me apoyó. Nunca lo olvidaré.

Marie seguía confiando en mí. Los errores del pasado no contaban. Ella sólo miraba al frente, al futuro. Era una de esas personas que sacrifican su presente olvidando su pasado. Atrás habían quedado la muerte de su madre, el doloroso aborto por el que había pasado...y su incombustible fuerza de voluntad parecía no tener límites.


La noche cerrada envolvía el coche como un opaco papel de embalar. El monótono ruido del motor ronroneaba permanentemente. Un gato vagando con torpeza por la penumbra de una noche sin estrellas. Marie dormía y me había abandonado con mis pensamientos. Un mundo en el que era posible coser retales de realidad con jirones imaginarios.


El día que perdimos el hijo. Una calurosa tarde de agosto retocada de tristes matices de frustración. La llamada de teléfono, la esperanza, la decepción y finalmente la silenciosa tristeza.

La traidora compañía del alcohol parecía ser suficiente consuelo. Los días que Marie tuvo que permanecer en el hospital, yo los pasaba rodeado de botellas de licor. Cinco días con sus cinco largas noches sin salir de casa imaginándome lo que pudo haber sido y no fue. No contestaba al teléfono por miedo a escuchar frases vanas de pésame.

Luego llegó la temporada de los gritos. Después, la más dolorosa, la del silencio.










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