Un coche pasó a nuestro lado zarandeando la carrocería. El sol
parecía triste, casi poseía una timidez que le impulsaba a esconderse
entre las montañas del horizonte. El fulgor de sus rayos en las
frondosas cimas se contrastaba con la creciente penumbra de la arboleda
del oeste.
Y la historia de unos inquietantes mensajes marcó el
punto de partida. Una historia que nació de los labios de Marie y murió
en ellos.
Me contó entre sollozos de angustia que los había
encontrado encima del frigorífico, debajo de la alfombra cuando pasaba
el aspirador e incluso en su cajón entre su ropa interior. Todos iban
dirigidos a ella. Sin remite, por supuesto.
“Para Marie”. “Mensaje para Marie”. “Marie”.
Recuerdo que me enfurecí. La idea de que un extraño hubiese violado
nuestra intimidad era demasiado para mí y para mi monótona rutina.
-
Al principio pensé en contártelo pero al día siguiente de recibir el
primero fue cuando murió mi madre...¡a la hora que estaba escrita en el
papel! – se estremeció- . Recibía uno cada semana aproximadamente y todo
se cumplía con exactitud. No podía vivir con la angustia de saber de
antemano lo que iba a suceder en mi vida y la mayor parte de ellos los
escondí en el bolso.
Cuando terminó la macabra historia no estaba
seguro de poder conducir de nuevo el vehículo. Me temblaban las manos
de furia, pánico y sobre todo inquietud.
Quería creer con todas
mis fuerzas que se trataba de una mera casualidad. Pero no era nada
casual encontrarte un sobre en casa que prediga la muerte de tu ser más
querido. Además no veía qué beneficio sacaría el anónimo autor de las
cartas de todo esto.
No tenía sentido. Parecía uno de esos trucos
de David Copperfield en el que los incautos espectadores caían en las
redes del ilusionismo. La diferencia residía en que ninguno de los dos
se había apuntado voluntariamente a la exhibición(por llamarlo de alguna
manera). La otra diferencia era que todo lo que iba a suceder a
continuación no era parte de un número de magia ( ¿o sí lo era? ).
El
sol había desaparecido por completo y había dejado tras de sí los
últimos restos de su luz en las colinas del horizonte. A lo lejos podían
verse las luces de una pequeña población en la ladera de la montaña más
alejada.
Al arrancar el motor del coche sentí un escalofrío en
la espina dorsal. El interior del coche estaba casi en las tinieblas. El
brillo de las luces del tablero de posición se reflejaba en nuestras
caras produciendo un efecto espectral. No hacía más que mirar por el
retrovisor con la desagradable esperanza de toparme con una criatura
infernal en el asiento de atrás. Cuando a un hombre le sacan de su
predecible vida con sus predecibles cosas y su predecible tranquilidad
puede ocurrir de todo en un mundo que ha dejado de serlo para
convertirse en el País de Nunca Jamás .
Inconscientemente giré el
volante a la derecha y puse rumbo al famoso Desvío Noroeste. El reloj
del tablero marcaba exactamente las seis y cuarenta y siete.
“La profecía se va cumpliendo” me dije a mí mismo.
- ¿Has dicho algo, Paul? – me interpeló Marie. No le veía la cara pero me
la imaginé con una mueca de asombro a juzgar por su voz.
- No he dicho nada. ¿Has visto qué hora es? – pregunté sabiendo que ella también se habría fijado en ese detalle.
En
vez de contestarme, asió con fuerza mi muslo derecho. Sus alargados
dedos de pianista se clavaron en mi carne a través de la fina tela del
pantalón. Sentí cómo me transmitía pánico a través de sus dedos.
Literalmente lo sentí.
- ¿Qué significa eso de “el final”? ¿Vamos
a morir, significa eso? – inquirió con celeridad. Sus uñas amenazaban
con desgarrar mi carne- .Llevo pensando en ello desde que salimos de
casa por la mañana. No...
- No seas absurda, Marie. ¿Crees que
porque una estúpida nota haya acertado en un par de cosas nos vaya a
predecir el maldito día, hora y minuto de nuestra muerte? – intenté
reírme para suavizar la tensión pero en vez de eso me salió un patético graznido de la garganta. La innata habilidad de maquillar la verdad se quedaba obsoleta en mi vida privada.
- No te he contado lo que ponía en las otras notas..., las que conseguí leer. Hablaban de...– gimió.
- Creo que estás exagerando. No es la primera vez que nos amenazan o nos
mandan anónimos para intentar amedrentarnos. ¿Recuerdas el tipo que
mandé a la cárcel el año pasado? Sus amigos barriobajeros no nos dejaban
en paz ni un minuto.
- ¡Exagerando! Esta vez no son delincuentes
ni nada que se le parezca en absoluto. ¿No te das cuenta? – los dedos
que aferraban mi dolorido muslo se habían cerrado en un puño. Ahora
aporreaba mi pierna con desaforada violencia. Era demasiado, mi mujer se
había vuelto loca de remate mientras intentaba conducir por una
carretera que ni yo mismo sabía adónde nos llevaba.
Cuando agarré
su muñeca y pensé en detener de nuevo el coche empezó a hablar. Parecía
estar sumida en una especie de trance hipnótico. Tuve que girarme
varias veces para observar su rostro y comprobar que no había perdido el
sentido. Cuando terminó de hablar el que lo había perdido
definitivamente fui yo:
- Todo empezó el día en el que perdiste
tu último caso. Un jodido día lluvioso de abril en el que sucedieron
muchas cosas. Entre ellas, una que hemos intentado olvidar por el bien
de nuestro matrimonio. ¿Te acuerdas, verdad?
“ Bien, continúo.
Esa noche saliste con Jones y Hermann a tomar unas copas al Columbia.
Ese antro de nuevos ricos del este de la ciudad. La noche, la gran noche
de mi pequeño Paul. Yo compadeciéndome de ti mientras ahogabas tus
penas en alcohol y te acostabas con putas”.
- Ya hemos hablado de
eso. Me acosté con una mujer desconocida. No hubo nada más entre
nosotros. Ya te he pedido perdón por ello y no hay ni un solo día que no
me sienta culpable – interrumpí incómodo y avergonzado. Necesitaba
encender un cigarrillo.
- Esa noche recuerdo que llovía a
cántaros y los truenos me asustaban continuamente. Nunca le he tenido
miedo a las tormentas pero esa noche estaba muy nerviosa. Se lo achaqué a
tu maldito trabajo, esa época nos estaba destruyendo.
“ Me había
acostado pronto pero no podía dormir. No con esos relámpagos iluminado
la habitación. Esperaba ver reflejado en el espejo al mismísimo Mason o
al hombre del saco en el intervalo de tiempo en el que un rayo se
desvanece. Pero en vez de eso...”- tosió un par de veces.
Apreté
su mano con la mía, conduciendo con la izquierda. Sentía el frío
interior de nuevo. Me sobresalté cuando una voz igual de gélida siguió
hablando:
- El mensaje estaba pegado en el espejo. Creí estar
soñando o que la tormenta me estaba asustando lo suficiente como para
ver visiones. Una mancha marrón en una esquina de nuestro espejo-
susurraba como si quisiera evitar que alguien escuchase nuestra
conversación. En ese momento la idea no me pareció ni ridícula ni
descabellada. Estaba en el umbral de algo que rallaba lo increíble.
“
Me había levantado de la cama y había encendido todas las luces del
piso de arriba hasta comprobar que estaba sola en la casa. Tenía el
revólver que escondes en el armario entre tu ropa pero me sentía
indefensa. Miré en todos los rincones e incluso grité palabrotas para
intentar intimidar a un intruso que no existía ...”
- Querrás decir que no lo viste. Que yo sepa las cartas no se escriben solas ...
- Sigues sin entender nada, Paul . Es imposible que esos mensajes hayan
sido escritos por alguien. Dicen cosas... es imposible que alguien sepa
las cosas o prediga con exactitud lo que pone en ellos. Las primeras
cartas me parecieron tan fuertes que pensé en llamar a la policía y
denunciarlo.
- Es verdad. Y en cambio, no sólo no llamaste a la
policía sino que no me contaste nada a mí, tu propio marido. Te he
contado todo, incluso fui yo quien te contó arrepentido lo que hice con
aquella mujer – había pasado fugazmente del miedo a la cólera. Solté su
mano con brusquedad y seguí conduciendo. Sentía sus tristes ojos
clavados en mi cara pero no desvié ni un ápice la vista de la carretera.
- Paul, mi madre murió aquél día. Leí la nota por la noche y al
día siguiente por la mañana...- lloró con rabia
. Su voz temblaba de
frustración -¡ Mi ma, mamá murió de un ataque al co, corazón!
- Marie, ¿por qué no me dijiste nada? – pregunté.
- Cuando vi esa...cosa en el espejo pensé que era una de tus bromas. Como
aquella que me gastaste en nuestro aniversario...pero aquello iba
demasiado lejos. Una cosa son tus ridículas bromas sin gracia y otra... –
lentamente las palabras fluían de su boca con mayor convicción -.
Pensé que alguien había entrado en la casa y por eso cogí la pistola. No
sé, en tu profesión de abogado es fácil buscarse enemigos.
Tenía toda la razón. Increíblemente fácil habría dicho yo.
Las
llamadas telefónicas con una voz anónima al otro lado no se podían
contar con los dedos de las manos...ni sumándoles los de los pies,
joder. Pero siempre la policía terminaba por descubrir al autor.
Invariablemente eran delincuentes frustrados por la decisión de
un jurado tenaz al que hábilmente persuadía para hacerme con su
simpatía. Justo lo contrario que obtenía de los primeros.
“Eres cadáver” “Sufrirás por lo que has hecho, cabrón”.
Palabras
tan bonitas como éstas se escuchaban en mi contestador cada vez que
ganaba un juicio. Mis colegas de profesión decían con ironía que las
victorias judiciales no se consumaban plenamente hasta que el
contestador no se llenaba de toda esta basura dialéctica. Mis gallardos
ex – colegas decían muchas tonterías. Demasiadas.
- Últimamente
no gano muchos casos. Creo que estoy en el famoso declive profesional en
el que más vale una retirada a tiempo- había dicho una vez con una voz
que había dejado de ser firme.
- ¿No eras tú el que me decía que
nunca hay que rendirse? Eres el fiscal más joven de la ciudad y aún te
queda cuerda para rato. Esos vejestorios del bufete no harán más que
destrozar el trabajo que tanto te costó- Marie era tenaz. Su tenacidad
siempre me había gustado. Y aquél día de depresión laboral y personal me
apoyó. Nunca lo olvidaré.
Marie seguía confiando en mí. Los
errores del pasado no contaban. Ella sólo miraba al frente, al futuro.
Era una de esas personas que sacrifican su presente olvidando su pasado.
Atrás habían quedado la muerte de su madre, el doloroso aborto por el
que había pasado...y su incombustible fuerza de voluntad parecía no
tener límites.
La noche cerrada envolvía el coche como un opaco papel de embalar. El
monótono ruido del motor ronroneaba permanentemente. Un gato vagando
con torpeza por la penumbra de una noche sin estrellas. Marie dormía y
me había abandonado con mis pensamientos. Un mundo en el que era posible
coser retales de realidad con jirones imaginarios.
El
día que perdimos el hijo. Una calurosa tarde de agosto retocada de
tristes matices de frustración. La llamada de teléfono, la esperanza, la
decepción y finalmente la silenciosa tristeza.
La traidora
compañía del alcohol parecía ser suficiente consuelo. Los días que Marie
tuvo que permanecer en el hospital, yo los pasaba rodeado de botellas
de licor. Cinco días con sus cinco largas noches sin salir de casa
imaginándome lo que pudo haber sido y no fue. No contestaba al teléfono
por miedo a escuchar frases vanas de pésame.
Luego llegó la temporada de los gritos. Después, la más dolorosa, la del silencio.