jueves, agosto 16, 2012

REVOLUCIONES NO TELEVISADAS (Relato)


El humo del enésimo cigarro había transformado el ya de por sí, oscuro salón, en una calle de Londres a las doce de la noche. Había perdido la cuenta de los cigarros que se había fumado aquél hombre. El único testigo de aquel espectáculo de humo, fuego y nicotina era el cenicero que quedaba fuera del alcance de la vista de Javier. Debían de haber decenas de colillas muertas.

-       -    …y esa fue la historia de cómo empezó todo. Y cuando me refiero a “todo”, quiero decir  lo que ves todos los días desde que te levantas hasta que te acuestas. Esas cosas que das por supuesto, pero que antes de que nacieses no lo eran tanto – los ojos ocultos por la penumbra de la sala brillaban débilmente. Estaba llorando.

Los instantes que siguieron a la narración se llenaron de silencio. Un silencio tan profundo y denso como la mezcla de negrura y humo que envolvía la estancia. Javier quería preguntar miles de cosas que se le amontonaban en la cabeza pero el silencio que coronaba las palabras del viejo era tan majestuoso, tan sagrado, que temió profanarlo.

Algunas de esas preguntas eran acerca de cómo eran Rafael, John y Francois, de cómo se habían conocido, qué les impulsó a cambiar un mundo que se había muerto en vida, cómo era todo antes.

El viejo pareció percatarse de las dudas del joven que nerviosamente se frotaba las manos. Si había algo de lo que sabía era del comportamiento humano. Las reacciones. Los sentimientos. El lenguaje escrito. Pero sobre todo dominaba el arte del lenguaje mudo. Sabía que las mejores palabras de una persona son las nunca pronunciadas. Las que no se escriben y que si se pudiesen plasmar sobre un papel, sus frases serían libros enteros y su significado bibliotecas inmensas llenas de enciclopedias indescifrables.

Le recordaba a él en los tiempos en los que empezó a cuestionarse las cosas. Los problemas que provocó por su indignada curiosidad acerca de la disciplina. Nunca llegó a entenderla.

-        Sé qué quieres decirme. Conozco tus preguntas. Pero ten paciencia. Los signos de interrogación son difíciles de borrar…date cuenta de que tienen una forma curvada. Las exclamaciones son más fáciles de borrar…pero más difíciles de hacerlas olvidar. Así que aquí comienza tu turno de preguntas. Intentaré responderte a la mayor parte. Otras quedarán a tu libre interpretación…y la mayoría están por responderse aún. El futuro es vuestro, de los jóvenes. El pasado ya lo escribí yo…y el presente ya no existe.

miércoles, agosto 15, 2012

"UN BANDO OSCURO Y MUERTO"

En las noches en las que las personas soñaban con extrañas cosas que más tarde podrían comprender (en parte), la Naturaleza estaba preparándose para defenderse de algo externo. De algo que, atacando a su línea de flotación, amenazaba con romper un frágil equilibrio y destruirla por completo.

A la luz de una tarde muerta, Paul iba caminado semidesnudo por el bosque. Alargados jirones de ropa ondeaban a cada paso que daba, desprendiéndose algún trozo de tela que otro. Tenía la cara sucia de barro y el pelo enmarañado con hojas y agujas de los pinos. Iba descalzo mostrando dos enormes pies que ya no eran humanos. Se asemejaban a las pezuñas de un animal.


Caminaba veloz. Cada zancada le acercaba más y más a su destino. Tenía que llegar allí antes que ellos. Sabía que había tres más, por lo menos, sin contar al “Hombre Negro”. Había soñado varias veces con ese hombre-que-no-era-hombre, despertándose en mitad de frías noches sin luz con el cuerpo bañado en sudor. Y sabía cuáles eran sus planes. Él estaba entre ellos y sabía qué le haría si le atrapaba.


Había empezado a ver a Marie hacía dos días. Le estaba siguiendo.
Lo que quedaba de ella. Porque Marie, no era Marie, era un monstruo creado por Nocturna junto con el “Hombre Negro” y el ejército de muertos que iba resucitando para comerse a los vivos antes de que llegasen al Molino. Su plan era muy concreto: no quería que nadie llegase allí.
Marie, graznaba su nombre mientras caminaba torpemente por el bosque como un muñeco grotesco. Escondido debajo de un montón de hojas, pudo ver su cara, notar que no respiraba sino que siseaba…tuvo que contenerse para no gritar. Pero no por el miedo, sino por la rabia del marido de un cuerpo que había sido profanado para usarlo como arma contra él. Por saber que tarde o temprano, tendría que matarla…otra vez. Y no sabía si sería capaz de ello. Otra vez no.


La última vez que la vio, estaba hablando sola. Hipnotizado por la visión de lo que fue su mujer caminando como un borracho sobre una tabla flotante, se preguntó cómo podía saber el camino. Cómo podía conocer por dónde caminaba, qué senderos tomaba o, cómo podía adelantarse a sus decisiones de por dónde atajar o moverse mejor.


Hablaba en un idioma desconocido. Repetía las mismas palabras como si de un aterrador mantra se tratara y se sorprendió alegrándose de no saber qué decían esas sucias palabras que prometían ser una locura que provenían de los labios de una muerta. Y en medio de ese repulsivo graznido de sílabas, su nombre: Paul. Estaba hablando de él o con él. Ni lo quería saber.
En varias ocasiones llegó a pensar que sabía que estaba allí, agazapado detrás de un matorral o detrás de un árbol espiándola con sigilo. Era imposible que a esa distancia le hubiese podido oír...pero ya asumía que nada, absolutamente nada, era imposible. Todo podía pasar y todo estaba pasando. Desde el momento en el que falla una de las piezas que mantienen la maquinaria de la Naturaleza en marcha, los muertos pueden vivir y todos los vivos pueden morir.


Echó un último vistazo antes de buscar un camino alternativo que le llevase a su destino sin tener que cruzarse una y otra vez con el ser abominable que había poseído y mancillado el cuerpo de Marie. ¿Pero por dónde? Al igual que un potente imán, la atraía...pero tenía que haber algo que le delatara.
Y en medio de aquellos pensamientos, pensó en la luna eclipsada. La visualizó como un gran ojo negro que le espiaba por las noches ¡Tenía que ser eso! Le estaban vigilando desde arriba. Así que decidió tomar más precauciones a la hora de buscar refugio por las noches.


Los días sucesivos, antes de que oscureciese, a última hora de la tarde, preparaba un refugio de ramas, hojas secas y tierra. Se dio cuenta de que funcionaba: ya no se cruzaba con Marie. Quizás no sería necesario matarla, quizás…y se quitó esa falsa esperanza de la cabeza porque sabía bastantes cosas que habían sucedido e iban a suceder. Al mismo ritmo que su cuerpo iba mutándose en algo que no era humano, su cerebro también se transformaba en algo que predecía cosas o veía cosas que sucedían o sucedieron en lugares remotos. Planetas devastados, estrellas desconocidas, caballeros de otra época, Molinos que fallaban y sus antagónicos: “Hombres de Negro”, muertos que viven, las criaturas Mist y una gran carrera de todos contra todos para salvar o destruir mundos enteros.


Marie no era la única que le estaba persiguiendo. Su cerebro mutado le aconsejaba, casi le impelía a alejarse de los cementerios o de las ciudades “PostCreadas” como Hue-Valley o Sinner City. No sabía qué significaba eso, pero lo sabía: eran muy peligrosas. Mortales.


En uno de los sueños, una persona llamada “el Alguacil”, se adentraba en una de esas ciudades. No se trataba de una casualidad. Esa población había sido puesta allí adrede para apartarle del sendero que llevaba al Molino. Pronto sabría en la trampa en la que se había metido.


La clave de que pudiese salir de allí o se quedase atrapado para toda la eternidad estaba dentro de un zurrón que llevaba consigo. Nadie podía saber con total seguridad si sabría utilizarlo en el preciso momento en el que tuviera que hacerlo.


Hue Valley, Sinner City y Hometown, formaban un cuadrado perfecto de algo más de cuarenta mil metros cuadrados alrededor del Molino, que estaba justo en el centro del cuadrado. La otra ciudad se llamaba Sabendy Road y allí estaba la clave.


En Sabendy Road pasarían los primeros días en nuestro planeta una pareja de un mundo futuro a la Tierra, Gnome: Morala y Ethos.

Mi YO BASTARDO (Parte 2) Va por ti, LAYA...


Esa noche, desorientado, borracho y furioso, hice cosas de las que no me acuerdo. Una parte de mí no quiere acordarse porque sabe qué pasó después de la cena. Qué sucedió en el parque cuando esa descarada quiso meterme mano mientras su lengua me ahogaba. Empecé a sentir cómo mis puños se apretaban y las uñas me hacían heridas en las palmas de las manos. Cómo se tensaban todos los músculos de mi cuerpo, contrayéndose como serpientes enroscadas en una antorcha. Y la rabia, me cegó por completo. Una ceguera de la que salí en un baño de mala muerte de un tugurio. Me acuerdo de lo difícil que era frotarme los brazos con mis uñas para lavarme la sangre casi seca. Me acuerdo de la música ratonera, del olor a cerveza rancia y de las más de cinco copas que me bebí en esa barra.

Los siguientes días, cada vez que sonaba mi móvil, o llamaban al timbre…o incluso cuando alguien me llamaba a gritos en la calle,  el corazón me daba un vuelco y me veía estirando los brazos para ser esposado, detenido y humillado. Un montón de brazos me señalarían mientras miles de ojos me escrutarían con falsa sorpresa y pena.

Sin duda era él, sí. Por una vez en su triste vida, el vino agrio le salvó de presenciar algo que sé que vio. Suficientemente sobrio para saber que éramos dos personas pero lo suficientemente ebrio para no saber si éramos o no reales. Quizás no lo éramos. Quizás esa chica nunca existió.

Quizás…y el agua caliente de la ducha, deshizo esos restos de recuerdos pasados. Iban desapareciendo por el desagüe con el sudor y la arena del camino. Era hora de dormir. Al acostarme, me acordé de que hacía dos días que no hablaba con Regina. Ella tampoco me había llamado. Que la den. Y me dormí. No diré que fue un sueño profundo, pero las dos pastillas que me tomé consiguieron algo parecido.

Veinte series de abdominales. Veinte series de diez repeticiones con las mancuernas. Treinta con las máquinas de piernas. Y termino con mis casi trescientas flexiones matinales. Un desayuno frugal con tostadas y al garaje. Hoy estoy conduciendo el BMW 850 Edición Especial. El sol se refleja en todas las ventanas de los edificios de cristal, recordándome que la suerte existe y está ahí esperando a ver quién la encuentra hoy. Por el espejo retrovisor veo más mendigos en las aceras que nunca. Su camino va a ser un poco más largo que el mío. Y doblando una de las esquinas que me llevan a una lujosa oficina, les pierdo de vista.

Mierda. Tampoco hay ningún mensaje en el contestador hoy.

martes, agosto 07, 2012

MONÓLOGO: "Hacer COLA"por Javier Addali


Una de las mejores cosas que puedes hacer en este mundo para ir haciendo tiempo en él, es inscribirte en una cola. Lo bueno es que hay de varios tipos: la del INEM, la del cine, la de la carnicería “La Chona”, la de los museos, las de los restaurantes, la de Nacho Vidal, etc…

La palabra “Cola” en sí encierra más acepciones que el Fary bailando con un Hula-Hop. Expresiones como: “va a traer cola”, “Paco pásame u güisqui cola” o “Joder, Pepe, vaya cola!” son de uso casi cotidiano. Es más, el nombre de Cristobal COLÓN viene de ahí, de un paisano genovés que con el ansia de saltarse su turno, va y te descubre, nada más y nada menos que un continente entero!!!

Pero, ¿dónde nacieron las colas? ¿Quién las inventó? Y lo que es más importante…¿a qué hora echan el partido de hoy en la tele? Centrémonos.
Hay teorías acerca del nacimiento de esta ceremonia o ritual. Unos dicen que surgió en el sur de África, en el seno de la tribu de los “Bongo-bongo” cuando probaron a hacer un “trenecito” colectivo. Otros dicen que en Asia, cuando los chinos empezaron a reclamar el bocadillo de berberechos agridulces al que tenían derecho por construir la Gran Muralla China. Pero la teoría que cobra más fuerza es que todo comenzó en Cuenca, concretamente en el municipio de Villagramiel cuando el alcalde decidió dar pinchos de tortilla gratis y una jarra de vino.

Yo creo firmemente en esta última teoría. Es de fácil comprobación si vais a cualquier inauguración, festejo o corrida (válgame la redundancia, amigos) donde den algo gratis por la geografía íbera. Por ejemplo, el otro día estuve en la famosa “Fiesta de la Rana Embustera” de la localidad archiconocida de Azadón del Melonar, Albacete:

-        Buenos días, ¿es aquí donde dan tapas gratis? – siempre hay un jubilado con boina negra, palillo en la boca y mano inquieta.
-        Sí – le respondes – Y además hay una fiesta. Lo de la comida es “pa acompañar, agüelo”.
-        ¿Pero es gratis o no es gratis, cagonmiputamadrequeloparió?


No nos engañemos, amigos…la palabra GRATIS a cierta edad es sinónimo de fiesta y si me apuran, hasta de orgía. Se conocen casos de abueletes de boina calada montándose un trío con un bocadillo de sardinas fritas y un bidón de vino aguado.

Y decir la palabra GRATIS cuando hay abueletes o abuelitas delante es lo más parecido a lo que sintió Richard Nixon cuando rozó con la yema del dedo el botón nuclear en otros tiempos.

¿Os acordáis o habéis leído los milagros de la Biblia? Pues bien, esos señores de longeva edad, aparte de haberlo vivido en directo en tiempos del Antiguo Testamento, son los que podemos ver ahora haciendo realidad un milagro: señores cojos que brincan a por un canapé de salchicha, señoras ciegas guiadas por su olfato teledirigidas al cubo de recia sangría casera, niños aprendiendo a andar, que aprenden antes a trepar para alcanzar bandejas…y minusválidos dejando en ridículo al mismísimo Ussain Bolt.

Las mismas abuelitas de cara dulce y cariacontecida que vemos en cualquier parque o asilo, se transfiguran cuando les acercas una bandeja llena de canapés. Sus manos se vuelven garras, y los ojos se te clavan en la nuca produciéndote la muerte instantánea. Sus débiles piernas son las mismas que tanto dolor te infligen cuando te dan patadas en los huevos en su afán de conseguir que sueltes el único canapé de jamón que queda…

Los mismos señorines de bastón, al oír la palabra mágica de “Que pague tu puta madre”…esgrimen su cacha a la espera de que algún incauto se acerque y poder varearle hasta la muerte.

Ayyy!! El gratis y las colas siempre han ido parejas. A menor precio, mayor es la cola…algo parecido a los chaperos de los parques, pero con comida.
Una de las cosas más curiosas que se produce en las colas es la “Teoría del Meteprisas” cuyo enunciado por el gran Teófanes de Sacarejo: “la probabilidad de que el paisano que tienes tres kilómetros más atrás, te adelante por la izquierda, es directamente proporcional a la edad del susodicho e inversamente proporcional a la prisa que el sujeto tenga”. En resumen: ojo con los jubilados. Al parecer siempre andan con prisas. ¿Para qué? No lo sé todo, amigos.

Y después están las colas misteriosas.

Un día das un paseo y ves una multitud de personas en formación dando vueltas alrededor de un edificio…y aquí empieza el misterio. Podemos ver dos tipos de personajes:

1.        El “pasaba por aquí”. Tú pregunta, pregunta…siempre te responderá algo así como: “No sé para qué es esta cola. Pasaba por aquí. Debe ser para algo que dan”. Y se queda tan ancho. La verdad es que el hombre desencaminado no va: allá donde vayas, siempre te darán. A veces por delante y otras por detrás. A veces gratis y otras “a pagar”.

2.        El “suvencionao”. No es ni más ni menos que un tío comprado por el Ayuntamiento para que haga bulto. De esos que están contratados “pa estorbar”. Los puedes encontrar en los supermercados, en los estrenos del cine bielorruso o incluso dentro de tu armario moviéndote las perchas para joder. Esa es su auténtica vocación: hacer bulto y joderte la vida. No es casualidad que el que le contrata sea un Ayuntamiento.

Pero hay más. Os dejo. Ya os contaré, que estoy a punto de llegar al final de la cola. Si me preguntáis para qué, os diré que para joder. Y si me preguntáis por qué, os diré que pasaba por aquí.

JAVIER ADDALI, 7 DE AGOSTO DE 2012

domingo, agosto 05, 2012

"UN ALMA EN EL OTRO LADO" (Extracto de RELATO)


Se me había ido pasando el mareo. Subir a la cubierta del “Bahía Hermosa” había resultado al final un buen consejo. 

Rachid, Jorge y yo, estábamos apoyados en la húmeda y oxidada barandilla de babor. Observábamos en silencio cómo las olas golpeaban furiosas el casco del barco. Una tímida neblina matutina escondía a una pudorosa ciudad de Algeciras a nuestras espaldas. Se podían divisar los enormes contenedores del puerto, un rompeolas que abrazaba el mar y, más allá, con su grandeza pétrea e impertérrita, el Peñón de Gibraltar. Mudo testigo de barcos, personas y vidas entrelazadas entre dos culturas y dos mares.

Una gaviota parecía estar suspendida en el aire muy cerca de nosotros. Como los pescadores y comerciantes de las ciudades costeras, buscaba el sustento en el mar. Un mar que nunca bajaba el precio. Sólo era generosa con los fuertes de espíritu y los pacientes.
Las olas batientes, la niebla y las peligrosas corrientes, no dejaban de advertir a los barcos, balsas y lanchas que osaban cruzar el estrecho, que nunca se lo pondría fácil. El mar pedía sobre todo tiempo, paciencia y a veces vidas enteras.

Jorge estaba con su inseparable cámara atada al cuello, sacando fotos de todo lo que estaba a su alcance. Era la primera vez que viajaba a Marruecos y ese nerviosismo lo dejaba notar cada vez que tomaba alguna instantánea. Un fotógrafo compulsivo de esa nueva experiencia. Una cultura nueva para él.

Yo, ya había visitado en varias ocasiones Marruecos. Rachid era de Tetuán, una bella ciudad al Norte de Marruecos, emblema de la unión de dos culturas diferentes pero que la Historia tejía con un mismo hilo fino. Me gustaba la noche de Tetuán. Perderse en su Zoco era una experiencia inolvidable, un bálsamo para los sentidos, un tapiz de aromas, colores, sabores y personas. Las palabras no estaban hechas para describir lo que allí sentías: una explosión de sentidos, sentimientos y sensaciones que vivías de forma simultánea. Euforia, paz, alegría y nostalgia pegadas en sutiles alicatados, cestas de especias y conversaciones interminables…eso era Tetuán para mí.

Los ojos de Rachid estaban llenos de la nostalgia de un corazón apartado de su hogar por el destino. Volvía al lugar donde su vida había comenzado. Donde entre calles de tierra blanca, ásperos balones de cuero viejo y brillantes almas repletas de esperanza, unos adultos iban matando al niño que llevaban dentro. Los ojos de Rachid. Ojos de mirada profunda como una sima marina y penetrantes como agujas de blanco hueso.
Pero esta historia no va sobre Rachid. Ni de mi hermano Jorge. Ni de cómo nos conocimos en aquél barrio de Barcelona hablando de religión, de ilusiones, de política y de fútbol. Tampoco, trata sobre las anécdotas y tribulaciones de tres turistas.

Esta historia pretende hacerte entender por qué nunca más regresé a mi país. Cómo inconscientemente descubrí que una masa de agua y sal, no puede diluir el pegamento de un espíritu con su destino. De una persona, con algo que está escrito o que se debe de escribir con tierra húmeda y agua pura. Porque alguna noche oscura, delante de un fuego que templa y sentado en una piedra lisa, miro las estrellas. Me susurran secretos que antes no sabía y que ahora sé. Secretos que fui descubriendo cierto día…

Habíamos ido al pueblo donde los padres de Rachid tenían unas tierras de cultivo. Olivos e higueras en su mayor parte, abarrotaban los valles y las tierras cercanas a un caudaloso río. Más que un pueblo, era un pequeño conjunto de casas. La mitad de casas se extendían como lunares en la parte alta del valle y la otra mitad, flanqueaban el río. En su totalidad no superaban los cien habitantes. Estaba asentado cerca a la población de interior de Quezzane.

Rachid me estaba explicando cómo se recolectaban las aceitunas. Cuál era el proceso para elaborar el aceite. Sentados a la sombra de un eucalipto en pleno mes de agosto, las ideas fluían con más dificultad que las palabras. No estaba acostumbrado a ese calor estival. No dejaba de sudar y la chilaba se pegaba a mi espalda. Las amplias mangas dejaban entrever unos pálidos brazos llenos de diminutas pecas.
-          No me estás prestando atención, Javier – era la primera vez en días, que Rachid se estaba dirigiendo a mí en español. Mi nivel de árabe gracias a la Escuela de Amigos del Pueblo Árabe de Poble Sec, de mi interés por mantener conversaciones con profesores, alumnos, amigos y gente de la calle…había alcanzado un nivel muy próximo al bilingüismo.

-          Perdóname, Rachid. Este calor me está matando – volví distraídamente al idioma de esa tierra. Había parte de verdad en lo que le estaba diciendo. Pero no toda.

Mi cabeza estaba en ese momento en el valle de olivos que estaba a mis espaldas. Dos días atrás. Ayudando a Noor y sus hermanos a segar el trigo del inmenso terreno de sus padres. Un anochecer de verano lleno de un silencio tranquilo. Solamente manchado por el sonido de unos inquietos y persistentes grillos. Noor.

Era una de las primas de Rachid. No se parecía a nadie de su familia: tenía el cabello del color de la cebada antes de ser cortada, unos ojos rasgados inquisitivos, una mirada limpia y una forma de andar muy delicada. Era una persona versátil. Sabía ser dura con la tierra, dulce con sus padres e inquisitiva con las personas. Comedida en sus palabras, distante con lo banal y fugaz en las respuestas. Era distinta a todas las personas que había conocido en veintiocho años.

miércoles, agosto 01, 2012

Cómo se comportan los Súper Ricos

Uno de los argumentos más utilizados para no aumentar los impuestos de las personas con mayores rentas es que tales impuestos desincentivan el ahorro y la inversión productiva de tal ahorro, una inversión productiva que crea empleo. Este argumento se reproduce constantemente, una y otra vez, en la mayoría de medios de información y persuasión del país, subrayando que no hay que penalizar a los productores de riqueza y puestos de trabajo.

El problema con este argumento es que, por mucho que se repita, no tiene evidencia que lo avale. Un estudio reciente de una empresa de análisis de mercados (Market Watch) analizó recientemente qué hacen los súper ricos con su dinero (“Where the Rich are Keeping their Money”). Y aunque no es fácil encontrar esta información, algo sí que se pudo ver. Pues bien, la enorme cantidad de dinero que tienen los súper ricos no se invierte en lo que se llama economía productiva, es decir, donde se producen puestos de trabajo. El 90% estaba en compra y venta de propiedad inmobiliaria, en bonos del Estado, en cuentas personales y en otras actividades de uso personal o actividad especulativa. Sólo un 1% se invertía en el establecimiento de nuevas empresas que produjeran empleo. Otros estudios han llegado a conclusiones semejantes. En la encuesta Mendelsohn Affluent Survey alcanza un porcentaje sólo ligeramente superior, un 2%. En realidad, en un sorprendente momento de franqueza del medio más cercano al mundo financiero, el Wall Street Journal, indicó que el gran impacto positivo para las rentas superiores que supuso el gran recorte de impuestos para los súper ricos que aprobó la administración Bush “condujo al peor periodo de creación de empleo en la reciente historia del país” (citado en “Three Big Lies of the Super-Rich”, de Paul Buchheit).

De estos datos debería deducirse que una mejor manera de crear empleo hubiera sido gravar a los súper ricos y con este dinero el Estado debería crear puestos de trabajo, propuesta que, a pesar de ser razonable y justa, nunca se verá en los medios de mayor información y persuasión del país que transmiten la imagen de que hay que mimar a los súper ricos para que no se vayan a otros lugares.

¿Hay que estimular la aparición de grandes empresarios?

Otro argumento que también se reproduce constantemente en la cultura neoliberal, ampliamente dominante en los medios de información y persuasión de mayor difusión, es la necesidad de estimular la creatividad individual empresarial, enfatizando la gran importancia que tal esfuerzo individual ha tenido en el progreso de un país. Constantemente se cita a grandes emprendedores, como Bill Gates, para señalar la importancia de tal creatividad empresarial individual. Paul Buchheit señala, sin embargo, que la historia real difiere considerablemente de la imagen idealizada de tal emprendedor. Bill Gates adaptó con gran oportunismo el conocimiento generado por muchos ingenieros que le precedieron, copiando a otros expertos, sin que estos otros nombres aparecieran en su biografía. Lo que se considera un acto individual fue una producción de conocimiento colectivo, que en otro tipo de sociedad se hubiera reconocido y presentado como un esfuerzo de equipo y no cómo personal. La historia del mundo empresarial está llena casos como éste. Lo que se presenta como una iniciativa individual empresarial está basado en un esfuerzo colectivo, utilizado, manipulado (y a veces explotado) sólo por un individuo cuyo conocimiento deriva y/o está expropiado de otros. Buchheit también se refiere al caso del supuesto inventor del teléfono, Alexander Graham Bell, quien recibe todos los honores, cuando muchas otras personas habían contribuido y sabían como establecer el teléfono, pero no tenían el dinero para poder patentarlo antes que Bell.

La falsedad del concepto de capitalismo popular

Otro argumento que se ha estado promoviendo en defensa del sistema económico actual es que hoy estamos viviendo en la época del capitalismo popular, como consecuencia de que la mayoría de la ciudadanía tiene acciones en la Bolsa. En este argumento se asume que todo el mundo sigue con gran interés los vaivenes de la Bolsa, porque les afecta personalmente. Cuando la Bolsa se dispara se nos dice que todos nos beneficiamos.

De nuevo, la evidencia cuestiona tal argumento. La propiedad de las acciones está enormemente concentrada. Así, por ejemplo, en EEUU, sólo el 10% de propietarios de acciones tiene más del 80% de todas ellas. La gran mayoría de accionistas tiene un número muy menor de acciones. Es más, los grandes cambios de la Bolsa afectan primordialmente al 5% de los accionistas que ganan más de 500.000 euros al año. Al resto, tales variaciones les afectan mucho menos. Y últimamente, los cambios fiscales han beneficiado enormemente a estos grupos minoritarios. En general, pagan en impuestos sólo el 15% de su renta derivada de la propiedad de las acciones, lo cual ha facilitado que en sólo seis años (2001-2007) doblaran sus ingresos. Mientras, el trabajador promedio (que cobra 34.500 dólares al año) paga en impuestos un 32%. Una consecuencia de este hecho es que las desigualdades de renta se han disparado.

¿Son los súper ricos los mejores?

Todo ello lleva a otro argumento que los neoliberales sostienen: que aquellos que están en las cúspides superiores de poder –los súper ricos- están ahí porque son mejores que los demás. El mérito es lo que les ha llevado a donde están (ver mi artículo “El fin de la mal llamada meritocracia”, publicado en El Plural, 28.07.12, y colgado en mi blog www.vnavarro.org).  Pues bien, la evidencia no avala tal postura. En realidad, la evidencia científica muestra que los súper ricos son gente menos ética, menos solidaria y menos considerada hacia otras personas, y más inclinada a sostener comportamientos incívicos que la mayoría de la ciudadanía. En lugar de la imagen que se promueve, de que las élites tienen mayor calidad y valor humano, la evidencia muestra claramente lo contrario.

En un artículo en Scientific American, Daisy Grewal cita los trabajos de dos psicólogos, Paul Piff y Dacher Keltner, que muestran que los súper ricos muestran comportamientos menos solidarios, menos compasivos, más egoístas y más propensos a saltarse las normas y reglas que las clases populares. Las clases populares han desarrollado unas culturas de solidaridad que se encuentran ausentes entre las élites ricas y súper ricas (Daisy Grewal, “How Wealth Reduces Compassion”, Scientific American, 10.04.12).

Una conclusión semejante se ha publicado por la Asociación para la Psicología Científica (Press Release, 08.02.12) en la que señala la cultura egocéntrica existente entre las personas de rentas superiores y su menor capacidad emotiva hacia otras personas con  necesidad de apoyo o solidaridad. La famosa frase de “nobleza obliga”, simplificando que los de arriba sienten la necesidad de cuidar de los otros no existe ya (en caso de que hubiera existido). Es cierto que personas muy ricas dan mecenazgo, pero son siempre las excepciones.

A resultados parecidos han llegado estudiosos de la cultura empresarial, como la famosa Bloomberg Newsletter. Así, tal revista publica los hallazgos del citado Paul Piff, de la Universidad de California, publicados también en la Academia de Ciencias de EEUU, que muestra como los ricos y súper ricos obedecen menos las leyes de tráfico y las normas de conducta aprobadas por la sociedad, son más egoístas y piensan menos en otras personas, son menos capaces de  expresar solidaridad o compasión y se saltan otros tipos de leyes con mayor frecuencia. Por cierto, tales comportamientos poco solidarios aparecen también con mayor frecuencia entre estudiantes de Economía y Empresariales en EEUU, los cuales indican que el egoísmo y egocentrismo son atributos favorables para la eficiencia económica, observación que ha motivado una demanda de cursos de ética y comportamiento cívico en las facultades de Economía. Sería interesante que estudios y análisis de esta naturaleza se hicieran también en España, pero hasta ahora no se han hecho. Teniendo en cuenta el enorme fraude fiscal de los súper ricos y su continua oposición a reformas que facilitaran el bienestar social de la ciudadanía y muy en especial de las clases populares, es casi seguro que los súper ricos españoles están entre los menos solidarios y más incívicos entre los súper ricos de los países semejantes por el nivel de desarrollo económico a España.

ARTÍCULO de Vicenç Navarro

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