Era una noche de
Agosto. Y me encontraba esperando un autobús que nunca llegaba. No había nadie
en la calle. Literalmente nadie. Ni un triste vehículo, ni personas paseando
por la calle, ni siquiera el aire parecía estar allí, como si la ciudad entera
se hubiese esfumado repentinamente.
Años después, aún
pienso que esa noche todos hicieron las maletas y se fueron de allí
instintivamente para no estar cerca del Monstruo de piedra pulida.
La primera gota me
había caído en el zapato y antes de ello ya supe que no iba a ser mi noche de
suerte. Que me podía olvidar de la cita con la chica de ojos bonitos y que
podía dar gracias a Dios si alguna vez podría salir de aquella...
No sé explicar esa
sensación pero en aquél momento lo olí, lo palpé y unos dedos fríos recorrieron
mi espalda para avisarme. Pero, entonces al levantar la vista del suelo vi la
puerta de rejas abierta entre la creciente cortina de agua que caía del cielo.
Corrí para
refugiarme. Mis piernas me llevaron al patio interior de la mansión.
Mi cabeza estaba
muy lejos de allí. No pensaba en nada, no podía pensar en nada concreto, era
como si el agua estuviese borrando mis ideas y se estuviesen escurriendo por
las sienes hasta llegar al cuello de la camisa para perderse para siempre.
Ojalá así hubiese sido. Pero las ideas se quedaron conmigo todos estos años.
No recuerdo con
claridad cómo entré dentro de la casa ni
cuánto tiempo estuve. Recuerdo que con el olor a moho y a suciedad rancia
reaccioné.
Estaba en un
amplio comedor de muebles viejos cubiertos de polvo. Las ventanas impedían que
la luz de las farolas entrase con plenitud y más que ver, podía imaginarme lo
que me rodeaba.
Cuando mi vista se
acostumbró a la oscuridad pude vislumbrar tenuemente una escalera de caracol
que subía a la parte de arriba de la casa. Ni que decir tiene que mis
intenciones estaban muy lejos de subir por ella...pero cuando el primer
relámpago iluminó la estancia, vi algo que me puso los pelos de punta: la
puerta por la que había entrado, ya no estaba allí. En su lugar había una pared
repleta de cuadros.
Lo primero que
pensé fue que había perdido el sentido de la orientación y que la puerta de
entrada estaría en alguna pared adyacente pero estaba en el medio de tres
paredes y una escalera de caracol de mármol blanco que parecía invitarme a
subir por ella.
Palpé las paredes
con torpeza esperando encontrar un picaporte secreto o algo que me indicase que
alguna vez hubo alguna puerta. Froté, palpé e incluso aporreé con violencia las
paredes y cuando desistí otro relámpago iluminó de nuevo el salón.
Las paredes
estaban pintadas con una brumosa pintura roja y antes de tocar de nuevo las
paredes, me miré instintivamente las manos. No era pintura...era sangre.
Grité. Mis
chillidos quedaron tan amortiguados que ni siquiera pude oírme gritar.
Creo que ese fue
el momento en el que empecé a volverme loco. Cuando las palancas que hacen
funcionar la mente empezaron a chirriar.
Las gruesas paredes
parecían devorar el sonido ávidas de cualquier indicio de vida.
Otro relámpago...y
fue entonces cuando discerní el susurro de la casa. No es que fuese exactamente
una voz. Era un ronroneo que no advertí al principio pero que se repetía una y
otra vez y al que no presté atención hasta el momento en el que la ráfaga de
luz invadió de nuevo el interior de la mansión:
“SUBE AL ÁTICO DE
LA ETERNIDAD
DONDE PODAMOS VER
LA SOLEDAD
DEL FRÁGIL HOMBRE
SIN MANOS
DE CORAZÓN
SEDIENTO DE SANGRE
DE ALMA HAMBRIENTA
DE VIDA”.
Me llevé las manos
a la boca y un agudo gemido escapó de entre mis dedos. Las piernas temblaban
como culebras inquietas bailando al son de una música infernal a la vez que un
sudor frío se mezclaba con el agua de la lluvia en todas las partes de mi cuerpo.
Lo siguiente que
recuerdo es estar subiendo los peldaños de mármol de la escalera incapaz de
mirar atrás. Sentía la respiración de un animal sediento en la nuca. Podía oler
el hedor de su transpiración y el aliento de carne en descomposición. Estaba seguro
de que la locura se apoderaría de cualquier ser humano que viese ese rostro
jadeante...no miré atrás. Subí los peldaños atropelladamente. Me caía y me
volvía a levantar una y otra vez.
Cuando me
despierto por las noches, entre el resuello de agitación, aún escucho ese
“sonido”. Las pesadillas no me han dejado en paz: el pasado siempre vuelve.
Encima de la
mesita de mi habitación tengo aquel amuleto que encontré en un baúl de aquél
ático maldito. Las talladas caras de madera de dos peces que parecen divisar el
infinito. Nunca podré estar seguro de ello, pero creo que ese extraño objeto
jugó un papel importante en mi particular viaje al infierno.
Estaba arriba. La
estancia estaba algo más iluminada por la luz de la calle. Las ramas de los
árboles dejaban pasar la claridad con reticencia.
Pude ver una
alfombra carcomida bajo mis pies, muebles hacinados bajo los estrechos
ventanales, un camastro antiguo en el extremo opuesto de la habitación,
estanterías llenas de figuras ornamentales...y en el medio de todo, ahí estaba
el baúl.
Se trataba de un
cofre excesivamente decorado con piezas de latón lacado en oro. Dibujos y
relieves de marfil, falsa pedrería y cobre definían el gusto barroco del
artesano que lo fabricó.
Pensé que si
realmente existió alguna vez la Caja de Pandora, la tenía ante mis ojos en
aquél momento. Preparada para ser abierta y desatar su furia contenida en forma
de... ¿truenos?
También pensé en
el Arca de la Alianza que tantas veces leía en la Biblia. Dios indicaba cómo debían
de ser las dimensiones exactas y los materiales con los que debía de ser
fabricada. De pequeño siempre me llamó la atención la minuciosidad con la que
se describía.
Estuve
escrutándola durante largos minutos intentando adivinar dónde encajaba esa pieza
en el rompecabezas irreal de ese alocado puzzle. Instintivamente sabía que la
casa estaba jugando conmigo. Llevaba mucho tiempo aburrida y necesitaba...
DE CORAZÓN
SEDIENTO DE SANGRE.
La voz, el
susurro, el crujido seco de un madero viejo, el sibilante murmullo de una
ancestral víbora habló de nuevo.
Giré sobre mis
talones y miré alrededor pero no vi a nadie.
Presa del terror,
me dirigí a la ventana más próxima con la intención de abrirla e incluso
escapar por ella. Estaba a una distancia respetable del suelo pero me pareció
menos descabellada esa idea que la de permanecer un minuto más allí dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario