jueves, marzo 08, 2012

ALREDEDORES (Fragmento RELATO de TERROR. Escrito en 2001)


Era una noche de Agosto. Y me encontraba esperando un autobús que nunca llegaba. No había nadie en la calle. Literalmente nadie. Ni un triste vehículo, ni personas paseando por la calle, ni siquiera el aire parecía estar allí, como si la ciudad entera se hubiese esfumado repentinamente.

Años después, aún pienso que esa noche todos hicieron las maletas y se fueron de allí instintivamente para no estar cerca del Monstruo de piedra pulida.

La primera gota me había caído en el zapato y antes de ello ya supe que no iba a ser mi noche de suerte. Que me podía olvidar de la cita con la chica de ojos bonitos y que podía dar gracias a Dios si alguna vez podría salir de aquella...

No sé explicar esa sensación pero en aquél momento lo olí, lo palpé y unos dedos fríos recorrieron mi espalda para avisarme. Pero, entonces al levantar la vista del suelo vi la puerta de rejas abierta entre la creciente cortina de agua que caía del cielo.

Corrí para refugiarme. Mis piernas me llevaron al patio interior de la mansión.
Mi cabeza estaba muy lejos de allí. No pensaba en nada, no podía pensar en nada concreto, era como si el agua estuviese borrando mis ideas y se estuviesen escurriendo por las sienes hasta llegar al cuello de la camisa para perderse para siempre. Ojalá así hubiese sido. Pero las ideas se quedaron conmigo todos estos años.

No recuerdo con claridad cómo entré dentro de  la casa ni cuánto tiempo estuve. Recuerdo que con el olor a moho y a suciedad rancia reaccioné.
Estaba en un amplio comedor de muebles viejos cubiertos de polvo. Las ventanas impedían que la luz de las farolas entrase con plenitud y más que ver, podía imaginarme lo que me rodeaba.
Cuando mi vista se acostumbró a la oscuridad pude vislumbrar tenuemente una escalera de caracol que subía a la parte de arriba de la casa. Ni que decir tiene que mis intenciones estaban muy lejos de subir por ella...pero cuando el primer relámpago iluminó la estancia, vi algo que me puso los pelos de punta: la puerta por la que había entrado, ya no estaba allí. En su lugar había una pared repleta de cuadros.

Lo primero que pensé fue que había perdido el sentido de la orientación y que la puerta de entrada estaría en alguna pared adyacente pero estaba en el medio de tres paredes y una escalera de caracol de mármol blanco que parecía invitarme a subir por ella.
Palpé las paredes con torpeza esperando encontrar un picaporte secreto o algo que me indicase que alguna vez hubo alguna puerta. Froté, palpé e incluso aporreé con violencia las paredes y cuando desistí otro relámpago iluminó de nuevo el salón.
Las paredes estaban pintadas con una brumosa pintura roja y antes de tocar de nuevo las paredes, me miré instintivamente las manos. No era pintura...era sangre.

Grité. Mis chillidos quedaron tan amortiguados que ni siquiera pude oírme gritar.
Creo que ese fue el momento en el que empecé a volverme loco. Cuando las palancas que hacen funcionar la mente empezaron a chirriar.

Las gruesas paredes parecían devorar el sonido ávidas de cualquier indicio de vida.
Otro relámpago...y fue entonces cuando discerní el susurro de la casa. No es que fuese exactamente una voz. Era un ronroneo que no advertí al principio pero que se repetía una y otra vez y al que no presté atención hasta el momento en el que la ráfaga de luz invadió de nuevo el interior de la mansión:

“SUBE AL ÁTICO DE LA ETERNIDAD
DONDE PODAMOS VER LA SOLEDAD
DEL FRÁGIL HOMBRE SIN MANOS
DE CORAZÓN SEDIENTO DE SANGRE
DE ALMA HAMBRIENTA DE VIDA”.

Me llevé las manos a la boca y un agudo gemido escapó de entre mis dedos. Las piernas temblaban como culebras inquietas bailando al son de una música infernal a la vez que un sudor frío se mezclaba con el agua de la lluvia en todas las partes de mi cuerpo.
Lo siguiente que recuerdo es estar subiendo los peldaños de mármol de la escalera incapaz de mirar atrás. Sentía la respiración de un animal sediento en la nuca. Podía oler el hedor de su transpiración y el aliento de carne en descomposición. Estaba seguro de que la locura se apoderaría de cualquier ser humano que viese ese rostro jadeante...no miré atrás. Subí los peldaños atropelladamente. Me caía y me volvía a levantar una y otra vez.

Cuando me despierto por las noches, entre el resuello de agitación, aún escucho ese “sonido”. Las pesadillas no me han dejado en paz: el pasado siempre vuelve.
Encima de la mesita de mi habitación tengo aquel amuleto que encontré en un baúl de aquél ático maldito. Las talladas caras de madera de dos peces que parecen divisar el infinito. Nunca podré estar seguro de ello, pero creo que ese extraño objeto jugó un papel importante en mi particular viaje al infierno.

Estaba arriba. La estancia estaba algo más iluminada por la luz de la calle. Las ramas de los árboles dejaban pasar la claridad con reticencia.
Pude ver una alfombra carcomida bajo mis pies, muebles hacinados bajo los estrechos ventanales, un camastro antiguo en el extremo opuesto de la habitación, estanterías llenas de figuras ornamentales...y en el medio de todo, ahí estaba el baúl.

Se trataba de un cofre excesivamente decorado con piezas de latón lacado en oro. Dibujos y relieves de marfil, falsa pedrería y cobre definían el gusto barroco del artesano que lo fabricó.
Pensé que si realmente existió alguna vez la Caja de Pandora, la tenía ante mis ojos en aquél momento. Preparada para ser abierta y desatar su furia contenida en forma de... ¿truenos?

También pensé en el Arca de la Alianza que tantas veces leía en la Biblia. Dios indicaba cómo debían de ser las dimensiones exactas y los materiales con los que debía de ser fabricada. De pequeño siempre me llamó la atención la minuciosidad con la que se describía.

Estuve escrutándola durante largos minutos intentando adivinar dónde encajaba esa pieza en el rompecabezas irreal de ese alocado puzzle. Instintivamente sabía que la casa estaba jugando conmigo. Llevaba mucho tiempo aburrida y necesitaba...

DE CORAZÓN SEDIENTO DE SANGRE.

La voz, el susurro, el crujido seco de un madero viejo, el sibilante murmullo de una ancestral víbora habló de nuevo.
Giré sobre mis talones y miré alrededor pero no vi a nadie.
Presa del terror, me dirigí a la ventana más próxima con la intención de abrirla e incluso escapar por ella. Estaba a una distancia respetable del suelo pero me pareció menos descabellada esa idea que la de permanecer un minuto más allí dentro. 

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