viernes, marzo 02, 2012

"Día Zero" (Fragmento Novela "Muerte y Resurrección de Simón")


En los años ochenta, sólo hay algo que supera a la televisión en cuanto a audiencia juvenil: las listas de ventas musicales de la radio.
Allí donde se encuentra un joven o un grupo de jóvenes, siempre hay una radio encendida. Suele estar a todo volumen.
En el Salón de Juegos de la Plaza del Conde, suena en este preciso momento lo último de un cantante griego con nombre anglosajón: George Michael. “Faith”. Es lo último en música. De tan pegadiza y rítmica que es, mueves los dedos con el sonido de la guitarra.

Entras en el mundo de la pantalla de la recreativa escuchando la banda sonora de la historia de tu vida. Ayer Madonna, hoy este joven griego y mañana, Dios dirá. Pero si separas la vista de la pantalla y miras alrededor, allí están Marcos, Juan, Pedro, allá junto a la puerta están María y Simón (haciéndose carantoñas, para variar), el dueño cojo del Salón, ahí sentado junto a los futbolines…y al fondo, escondidos detrás de una cortina verde, están los “mayores”. Es la zona de billares. Donde beben una asquerosa cerveza caliente, donde el humo del tabaco (y de otras cosas) no se va, donde las apuestas son duras y los corazones son blandos. Todos la conocemos como la “Zona Cero”. 

Esa sucia y raída cortina verde, opaca por la suciedad, separa dos mundos radicalmente diferentes: el de la inocencia y el mundo de las pérdidas y las ganancias. 

Cuando el GAME OVER de la pantalla brilla repetitivamente, y apartas la vista para ver cuántas monedas te quedan para seguir transportándote a un mundo de píxeles y electricidad…percibes, casi predices que hay algo que no encaja en el Salón. O mejor dicho, alguien que no debería de estar allí. El ambiente está enrarecido. Una mezcla de humo negro, colonia barata, sudor y hay algo más...algo que se esconde debajo de una piedra para atacar un pie desnudo. Algo malo. 

Te das la vuelta mientras depositas una moneda más en la ranura y ves junto a la “Zona Cero” a una persona que no habías visto antes. No te llama la atención su ropa. Ni siquiera esa cicatriz que le cruza una mejilla hasta llegar a su oreja izquierda. Tampoco te sorprende ver que lleva una cámara Polaroid en una de esas manos (“garras, parecen garras”). Lo que llama poderosamente tu atención es su mirada. Una mirada sucia, polvorienta y peligrosa, que escruta con detenimiento cada detalle del local y de los chicos que lo llenan. Unos ojos que dan mucho miedo. Su mirada es eléctrica, fugaz, asquerosa, enajenada, envolvente...casi hipnótica. 

Te das cuenta de que el juego de la recreativa ha empezado. Pero quieres salir de allí. El escalofrío en la espina dorsal, el temblor de piernas y la gota que recorre la espalda desde el cuello hasta las lumbares. Sabes que ese hombre es un ser malvado. Demoniaco. Un error de la Naturaleza. Y no quieres que sus ojos se fijen en ti como una telaraña atrapando a una mosca.
Ahí afuera está lloviendo. Cuando entraste hacía un día soleado, casi de verano, a pesar de estar a finales de febrero.  Lo que ves a través de los amplios y sucios ventanales del Salón es el momento álgido de una tormenta. Llueve a mares y quieres (debes) de salir de allí. Y sales. Huyes como un forajido dejando a tus amigos con un lobo con hambre de vidas humanas. Con ganas de saciar su sed de sangre y su apetito de carne. Un depredador de garras y Polaroid. 

Empujas a la gente y te caes dos veces resbalándote, tropezándote y chocándote. Pero no te importa porque sabes que a alguno de tus amigos que estaban jugando contigo hace un rato, no volverás a verle.
Y al girar la esquina del viejo cine destartalado, triste y gris, por el invernal día, lloras. No ves nada, ni oyes nada por el sonido desgarrador de unos inconsolables sollozos. Ese fue el último día que viste a María con vida. Más tarde, Simón. Y mucho más tarde, el resto. Todos se fueron de la ciudad. En el fondo, ese día, todos y cada uno de vosotros pudisteis hacer algo…y no lo hicisteis. Sabíais que había un lobo dentro del rebaño y nadie quiso mirarle a los ojos. 

Y el lobo mató a María. Y María mató a Simón. Y ellos dos, os mataron al resto.

JAVIER ADDALI ÁLVAREZ

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