lunes, febrero 27, 2012

"El OSCURO CONDUCTOR" (Relato en CONCURSO)


¿Cuánto tiempo había pasado?
Esa pregunta brincó en su cabeza como un resorte cuando vio la foto de la chica.
Entre las cajas sucias del sótano impregnadas de excrementos de rata había un pequeño baúl. En realidad era una caja del tamaño de un disco duro de un ordenador, pero le gustaba llamarlo “el baúl”.  Se trataba de una prolongación de su cerebro. Allí guardaba la parte material de sus pensamientos y maquinaciones. El escondite de unos recuerdos oscuros como una mina cerrada a cal y canto.
El contenido del baúl era una amalgama de trozos inconexos de momentos turbios: cabellos, fotos, recortes de periódico, dientes y objetos personales. Todo ello robado de unas chicas que habían dejado de existir por la gracia del propietario de esa caja.
-    Unos… ¿diez años? ¿Doce quizás? – se preguntó a sí mismo al ver la foto de una chica de la que había olvidado el nombre. El recuerdo de la tapicería del coche, de los ojos de pánico de ella y de aquella noche de luna llena hizo que sus negros ojos se transformaran por unos segundos en los amarillentos ojos de un lobo.
El higrómetro del sótano señalaba un índice de humedad muy alto. Iba a llover ahí fuera. Era ya noche cerrada en ese momento. Las familiares luces de la farola de la acera empezaban a iluminar el cuarto del fondo del sótano. El cuarto de las herramientas.
-          Hace tiempo que dejé el “negocio”- murmuró. Pronunció la última palabra de la forma en la que se escupe algo agrio. Pensó en los momentos que había pasado en el cuarto del fondo y distraídamente apretó ambos puños con fuerza. Cuando los soltó, unas profundas marcas de unas uñas negras y afiladas se quedaron marcadas en las palmas de unas ásperas manos. Las teñía deformes por la artritis. “La puñetera enfermedad de la garra”, así la llamaba. Si mirabas detenidamente sus afilados y curvos dedos, podías corroborar sus palabras. Una por una.
-          Esa fue mi última chica. Ya no habría podido traérmela al sótano. El dolor ya me estaba matando por aquel entonces – suspiró resignado antes de sonreír como sonríen los lunáticos cuando les pones la canción que te han pedido. Había matado dos pájaros de un tiro: a la chica y al nene. Ese recuerdo fue tan nítido que levantó ambos brazos simulando sujetar un viejo volante de cuero y se rió.
Cuando apagó las luces del sótano, cerró bien la puerta con un enorme candado y subió las escaleras de madera que daban al vestíbulo de la casa, pensó en algo. Habría jurado que la chica de la foto tenía un aspecto más infantil la última vez que la vio hace unos años. Sí, estaba seguro de ello. En aquel remoto tiempo de recortes de periódico, estiletes y torturas…era una persona muy observadora. Milimétrica. Y recordaba haber pensado para sí mismo que esa chica era una cría.
En cambio, esa foto…¿no parecía tener al menos treinta años? ¿su vista le habría engañado?
-          Te estás volviendo un viejo cagueta. La luz del sótano y la foto de un periódico de hace doce años pueden hacer que las cosas cambien. Joder, ¡tú has cambiado!
Pero esa noche, antes de quedarse dormido. Mientras el sonido de un lejano trueno retumbaba en las colinas más allá del valle, dentro del sueño, entremezclado con la vigilia de un demente, estuvo seguro. La chica de la foto había envejecido. Y se durmió.

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