lunes, diciembre 05, 2011

"Algo pasa con...Marie"


Algo pasa con…Marie:


Había empezado a llover de nuevo.


Era la penumbra de la noche de las noches.
Una lluvia fina bañaba el claro del bosque donde estaba tendida Marie. Las hojas parecían bailar al son de las gotas que caían sobre ellas. Unas eran arrastradas por estrechos regueros hacia ninguna parte y otras se arremolinaban en los charcos que se habían formado.



Un ratón de campo se detuvo a olisquear una planta y reanudó apresuradamente su marcha en busca de cobijo.
A estas alturas ya no era luna ni nada que se le pareciese. Era un anillo brillante de plata vieja, ajada por el tiempo y llena de maldades. Las presentías.


A unos quinientos metros del claro del bosque de Marie, un lobo había sido atrapado por el cepo de un cazador. Aullaba a una luna inexistente…y cuando levantó la vista y atisbó lo que parecía ser el eclipse más extraño desde que el mundo era mundo, enmudeció súbitamente. Murió en el acto. Los oídos se le habían reventado y de los lagrimales de los amarillentos ojos salía una sangre negra. Si no hubiese muerto en el acto, habría enloquecido al escuchar los maliciosos susurros del anillo brillante.
Miles de aves caían muertas del cielo sobre montes de barro, hierba y matorral. Las montañas que se divisaban al horizonte se resquebrajaban por dentro. Gruesas grietas como bocas pintadas se hacían más y más grandes. El suelo temblaba.


Las ramas, los delgados troncos de los árboles y los altos matorrales parecían tener vida propia. Bailaban con la titilante luz de una noche oscura y con el batir de una lluvia que arreciaba. El viento mecía las hojas con inusitada violencia. Una rabia impropia de la Naturaleza.
Todo parecía tener vida alrededor del cadáver de Marie.


Olía a tierra mojada, a madera húmeda, a clorofila, a hojas secas bañadas…pero había algo más. Una especie de esencia que evocaba tiempos muy remotos. Épocas anteriores al ser humano e incluso al nacimiento del mundo. Un olor áspero, agreste, duro…


El agua de la lluvia caía con más y más fuerza al ritmo del zumbido del temblor del suelo.
Marie era el retrato de la víctima de un naufragio. Una muñeca rota tumbada boca arriba. El pelo enmarañado en su frente. Cubriéndole unos verdes ojos vacuos que miraban más allá de lo que uno puede ver en vida. Ojos que atravesaban el aire, el cielo, las estrellas ocultas por las nubes, las constelaciones, el eclipse…
Las manos en los costados. Sujetando cosas imaginarias.
Una de ellas, apretada con fuerza a una medalla que le había dejado Paul en el momento de su agonía. Una cadena de oro de la que colgaba una foto vieja…un objeto imaginario que en realidad no existía…nunca existió.
Y en el instante en el que la última gota de lluvia cayó…las manos de Marie, se abrieron, sus pies se movieron…y sus ojos observaron con maliciosa lucidez el sendero por el que Paul huyó dejándola sola.
Sola y muerta. Muerta y…algo más que no era ella.
Algo desde lo profundo de aquella espesa arboleda susurró. Les estaba hablando a ella. Le decía lo que tenía que hacer…y un hilillo de saliva se escapó de la comisura de los labios amoratados de la cara de una muerta.
Próxima parada: el molino abandonado. El sitio donde entras muerto y sales loco.

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