Bloody Marie on the Road
Es de noche. La oscuridad de una luna
escondida detrás de miles de partículas oscuras. Oscuras y malas. Le llaman
Eclipse y no lo es. Es algo más que eso. Mucho más…
Lejos, muy lejos, alguien llamado “el
Caballero” lo sabe. Lo ha visto antes. Sabe que es el momento que precede a la
destrucción de un planeta por la criatura llamada Noctuna.
De entre los árboles emerge una
figura tambaleante. Es Marie…bueno, mejor dicho “era” Marie. Ahora es algo distinto.
Una marioneta guiada hacia un molino.
El molino no tiene ningún significado
para su cerebro muerto, pero el impulso animal que guía sus vacilantes pasos es
demasiado fuerte.
Cerca de esa arboleda está la
carretera principal a Hometown, una población de unos ciento cincuenta mil
habitantes que el azar comercial había convertido en la capital del condado de
Stern.
Hometown fue fundada en 1845 por un
reverendo que murió más tarde ahorcado acusado de ejercer las artes oscuras. El
reverendo Tyler Moss pasó en poco tiempo de ser una figura honorable (incluso
acudía a las comidas y eventos presidenciales del país) a ser un loco
peligroso. Unos decían que era víctima de un exorcismo “fallido” y el mismísimo
diablo había tomado su alma. Otros decían que era el mismísimo Satanás que
había vuelto a la Tierra disfrazado de figura religiosa para conquistar el
mundo.
Lo que estaba claro era que Tyler
Moss estaba loco. Así se pudo comprobar cuando cerca de quinientos niños y
niñas fueron desenterrados de sus vastas propiedades.
Con el paso de los años y de los
siglos, y gracias a la ubicación de la
ciudad (provista de un rio navegable y de un puerto), llegó a erigirse como el
baluarte de las ciudades de negocios de la zona. Los años dorados, previos a la
Crisis de 1929, fueron el paradigma de un lujo sin medida. Mansiones
gigantescas contorneaban una ciudad llena de casinos, salas de fiesta,
prostíbulos, cines, coches de lujo e incluso una pequeña fábrica de coches
ahora ya abandonada.
Pero la figura de Tyler Moss, siempre
estuvo presente en Hometown. Una Fundación creada a principios del siglo XX (La
“Fundación del Molino de Moss”, una siniestra asociación) se encargó de
administrar todas las inmensas riquezas del reverendo. Realizaron donaciones,
compraron inmuebles, personas y favores, entretejiendo una compleja red de
contactos en todo el país. Se rumoreaba que varios senadores le debían mucho a
esta Fundación.
Tyler Moss había ganado. Hometown
siempre tendría la figura del “Asesino de niños” o el “Herodes de Stern” (como era
conocido en la zona) como estandarte y seña de identidad histórica, social y,
por supuesto, económica.
Después de la Crisis, todo cambió. La
riqueza se mantuvo a pesar del cierre de fábricas y de los despidos masivos de
personal en el puerto (del que se alimentaba económicamente). Se mantuvo en una
especie de ostentación decadente en la que convivía el lujo con el hambre, el
brillo de los lujosos coches con los decrépitos teatros, las celebraciones
opíparas con la mendicidad absoluta…y esa desigualdad llevó a una de las más
crueles y sangrientas revueltas que se conocen. Pero esa es una historia que más
tarde volveremos a ella.
Marie sigue caminado bamboleante como
un borracho en la cubierta de un barco. Arrastrando los pies, se le han
enredado un montón de ramas al pantalón, roto y sucio, casi desgarrado.
El montículo que lleva a la carretera
está ya muy cerca. Las vallas protectoras de alambre son muy altas, pero sus
pies le guían justo al lugar donde unos gamberros, años atrás, consiguieron
abrir una brecha con unos alicates. El suficiente espacio para que un adulto (o
un muerto que camina) pueda acceder a la carretera.
Es un fin de semana y, a pesar de
ello, la carretera no está muy transitada. Las luces de algún ocasional
vehículo, iluminan los setos y los árboles adyacentes. Una de esas luces
ilumina fugazmente el rostro de un ser blanquecino y aparentemente torpe, que
se está acercando a la calzada.
Dos kilómetros más atrás, a pocos
segundos de llegar al punto donde estaba ella (o ello, ahora), una pareja: un
abogado llamado Paul y su mujer Marie, están hablando de notas misteriosas.
En un minuto y cincuenta segundos, la
Marie muerta, matará a la Marie “viva”, al cruzar la carretera. Un volantazo
llevará al coche a la cuneta, donde Marie agonizará para ser lo que es ahora:
un zombie teledirigido a un molino.
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