“El Grabador de Hometown”
En pleno invierno, en Hometown, poco se puede ver desde la
ventana.
Con mi cámara de fotos ejerzo de algo parecido a lo que
llamáis voyeur. Veo todo lo que quiero ver y guardo en mi ordenador todo lo que
merece volver a ser visto. Lo que no me gusta, lo borro y lo que puede ser
arreglado lo arreglo con el Photoshop. En mis fotos hay algo.
Después de cenar ordeno mi vida delante de la pantalla del
ordenador. Cincuenta mil y pico fotos de cincuenta mil y pico situaciones
cotidianas en las que intento implicarme. Está la vecina de mi calle.
Divorciada y con dos niños. Cada día aparece en mis fotos con un hombre
diferente. El hijo de ese hombre al que he sacado muchas fotos comprando el
periódico. Siempre el mismo y a la misma hora. El chico sale ahora con una
chica y se sientan delante de mi casa en un banco. Hablan muchas horas y
mentalmente me imagino sus conversaciones. Les conozco. Si me les encontrase
por la calle ellos no me saludarían. Yo sí. Pero yo no salgo a la calle.
En mis fotografías no busco sexo. No busco morbo. Sólo me
hago un hueco en la vida, me meto en las situaciones y me reafirmo como ser
humano.
La luz del disco duro del ordenador parpadea constantemente
mientras descorro las cortinas y bajo la persiana. Y a la luz de un atardecer
gris parduzco dirijo el objetivo de mi Nikon…para más tarde convertir esa luz
en sepia gracias a la tecnología de un programa de ordenador. El sepia en las
fotos es magia. El tono de los recuerdos tangibles en papel de impresora.
Os he dicho que suelo
almacenar las fotos en el disco duro, pero mis fotos más bellas las paso a
papel. Me gusta tocar los instantes, palpar las historias, sobar las emociones
pasajeras.
Allí está ese chico de la mochila negra. Esta vez pasea solo.
No está su amigo inseparable de pelo largo, siempre va despeinado por la vida
como si un túnel de viento se ensañase con él permanentemente.
Pulso el botón de zoom…y su expresión de vacuidad me hace
gemir de dolor. Veo en sus ojos tristeza, hambre de alegrías pasadas que ya no
volverán…dolor infinito. Y ese dolor es tan fuerte que podría romper las lentes
Réflex del objetivo de inmediato.
Está lloviendo y su pelo mojado le cae a ambos lados de la
frente. Las manos en los bolsillos se mueven buscando algo. Los matorrales del
parque parecen temblar al son de sus manos mientras las gotas de lluvia bailan
delante de las primeras luces de las farolas de la calle y de los focos de los
coches ajenos a su tristeza. Un escenario dentro de otro.
He hecho muchas fotos a lo largo de mis años de inválido.
Tantas como pinchazos de dolor siento en mis piernas por las mañanas. Sí, las
cuento por pinchazos. Otros las cuentan por días, años, instantes,
acontecimientos…yo, por pinchazos.
Esta vez siento algo.
Las últimas fotos que estoy sacando son cada vez más
extrañas. En esta ciudad algo está cambiando. Apostaría mi cuello a que todo
está cambiando en cada rincón de este jodido planeta…y no es nada bueno.
Las fotos me miran. Me dicen cosas malas. No, no oigo voces,
no estoy loco (aún)…son esos colores cada vez más y más oscuros e innaturales.
Son esos ojos maliciosos de la gente a la que ocultamente retrato. Lo
presiento. Lo sé.
Y no son pinchazos lo que transmiten como mis piernas…es algo
frío. Algo que va a ser frío.
Mira el cielo: algo le está pasando a la Luna.
Os lo explicaré más tarde…nos volveremos a ver. Por cierto,
mi nombre es Philip, pero me podéis llamar “el Grabador”.
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