martes, diciembre 13, 2011

Niños, globos azules y muertos que hablan



Niños, globos azules y muertos que hablan



Almorzó en la cafetería de la universidad. Se levantó de la mesa y pagó. Sin George, ahora estaba solo. 
Rodeado de gente conocida, pero solo. 
Compañeros por los pasillos. Profesores en los jardines. Gente hablando. 
Ellos y sus triviales charlas. Todo le parecía banal menos la certeza de que todos iban a morir. Unos antes, otros después y casi todos lo estaban ya. Aunque no se daban cuenta de ello. 
Las cosas más inocentes de la vida estaban hechas para distraernos de lo que realmente importaba: la muerte. Todo era un inmenso montaje para esquivar la locura de hacerse una pregunta y no obtener la respuesta. Sólo encontrabas más interrogaciones… 
  
Los jardines del Campus estaban secos de la helada de la mañana. Los árboles pelados flanqueaban el camino que llevaba a los escalones de piedra de la entrada principal. Parecían estatuas muertas presenciando el funeral de un día muerto por un amigo muerto. 
Todo ésto era ajeno a Gerard, inmerso por completo en sus pensamientos. Estaba cruzando la carretera y conseguía detener a George antes de que le atropellase un coche…y una y otra vez, volvía a su cabeza la sensación de que habría sido inevitable. De que tenía que ser así. De que estaba escrito. El libre albedrío no existía…y pensando en ello, pensaba a la vez en un niño con un globo azul que decía cosas que no se podían escuchar. 
No tenía ningún sentido. Pero lo sabía. Por alguna misteriosa razón, sabía que una cosa tenía que ver con la otra. Globos azules con coches y niños con la muerte. 

Se sentó en un banco entre dos viejos sauces y abrió la mochila. Se había olvidado el móvil en casa. Pero no le importó. Seguramente habría recibido un montón de llamadas de su hermano y de los amigos del Club Deportivo para preguntarle qué tal se encontraba. Se alegró profundamente de habérselo olvidado. Retrasaría lo inevitable porque tarde o temprano tendría que hablar con ellos. Y empezaría una vez más el ciclo de las conversaciones triviales. No podía huir de ellas. 
Podías tirar el teléfono al fondo de un río contaminado, apagar el ordenador, arrancar el cable de la televisión…incluso huir de todos… pero esas conversaciones volvían a ti. Una y otra vez, el boomerang. 

Entre los apuntes, encontró un folleto publicitario del Centro Comercial. Muy apropiado, se dijo, y cuando estaba a punto de arrugarlo para meterlo en una papelera, lo vio. El globo azul. El niño. Estaba seguro de que era el mismo niño. El que se había cruzado al salir del baño. “Globos azules con coches, niños con…” 
Intentó en vano apartar los pensamientos de ello. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué quería decir todo esto? ¿Qué sentido tenía? 

Sintió un frío repentino. No el frío de finales de año, ni el frío que sintió en el hospital, sino un frío más profundo, un frío que no venía de fuera, sino que salía de dentro. Y vomitó. 
Llamó a sus padres desde una cabina de teléfonos. “Me encuentro mal”. 
Le pasó a recoger su padre en su atroz máquina de matar, un enorme Mercedes 600. Oía los rugidos del monstruo. Llegó a casa dormido y no recordaba si le despertaron o si le subió su padre en brazos a la habitación. Durmió un montón de horas. 

El olor a tostadas que subía de la cocina, le despertó. Tenía hambre y sed. Se levantó como se levanta un marinero con resaca en alta mar. En medio de una violenta tormenta zigzagueó hasta conseguir ponerse las zapatillas de andar por casa con esfuerzo. La persiana estaba medio bajada y pudo ver que era de día. 
El olor de las tostadas. Hora del desayuno, supuso. 
Bajó los peldaños con la sensación de estar flotando. 
Encima de la mesilla de madera del descansillo estaba su móvil apagado. Y antes de haber bajado el último peldaño, subió de nuevo a su habitación y encendió el móvil. 
No sabía qué o por qué, algo le urgió a hacerlo…y entonces, leyó el último mensaje que había recibido mientras George moría atropellado. El que estuvo a punto de leer (“el que te hizo detenerte para que no fueses tú el atropellado”). Se estremeció. 

Leyó el mensaje y vio quién era el remitente. Esos fueron los segundos en que se balanceó sobre una fina cuerda que le sostenía de caerse al pozo de la locura. 

El mensaje había sido enviado por George Witt  a las 11:03 A.M. 
A la hora y el día en que fue atropellado. Era imposible!! Pero había más…el mensaje. No tenía sentido: 
“Gerard, dentro de un año, volveremos a vernos. Elige bien tu bando. La luna se va a fundir”. 
De repente, una mano le tocó la nuca y gimió. Era su madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

“Palo y zanahoria” VS. “Sobreprotección infantil”

Volvamos unos cuantos años atrás viajando por el tiempo. Justo a la época en la que estás jugando con tus compañeros de quinto de Educaci...