jueves, diciembre 01, 2011

"Paul y el Eclipse"


Paul y el Eclipse:


¿Una hora? ¿Dos? ¿Diez minutos? ¿Unos segundos?
¿Cuál es en realidad el lapso de tiempo en el que permaneces en la locura y eres incapaz de salir de ella? ¿Hay un punto de no retorno? ¿Te quedas bailando con ella toda la noche mientras te sujetas al árbol de la realidad? ¿O es el árbol de la realidad el que se acaba cayendo encima de tu locura?
Aún era de noche.
Una noche que se estaba quedando sin luna. Una noche que escondía cosas. Las guardaba en un cajón de hojas secas y te mostraba signos de interrogación.


-        ¿Qué ha pasado? ¿Quién soy? ¿Está muerta? Respondedme!! ¿Qué eres? – lo sentía. Sentía que había un “lo”, un “que” y un “por qué” en todo lo que había pasado hace unas horas (¿habían sido unas horas?).


Marie estaba tumbada a mi lado. Boca arriba. Mirando vacuamente el firmamento lleno de estrellas…como en los viejos tiempos. Ella muerta, yo más vivo que nunca, más loco que nunca, más perdido que nunca, más…


…y levanté la mano. La puse a la altura de mis ojos. Era mi mano, no era una garra. Me acordaba de lo que había visto en el instante en el que murió Marie. Lo había visto. Una garra. Mi grito que no era mi grito. Ese aullido ensordecedor seguía sonando dentro de mi cabeza.
Había parado de llover pero estaba calado hasta los huesos.
Un viento frío, me hacía volver una y otra vez a la triste y cruda realidad: todo lo que sentía, la parte de mi vida más feliz, la complicidad de largos momentos, la ternura de intensos segundos…reposaba a mi lado.
No estaba a mi lado. Estaba lejos…muy lejos. Demasiado lejos para alcanzarla con mi mano-garra…fuera del alcance de la vida.
Una inmensa e indescriptible tristeza llenó mi alma. Notaba el calor de las lágrimas cayéndome por las sienes mientras el cielo se quebraba en millones de cristales de “claroscuridad”. Era un niño llorando. Un hombre maduro gimiéndole a algo que no veía.
Al incorporarme, sentí un intenso mareo que me hizo tambalear. Sentía mucho frío. Las piernas estaban tensas como cables rellenos de cobre y la cabeza me daba vueltas. Cerré los párpados con fuerza e intenté pensar con claridad.
Me estaba ahogando. Una angustia apretaba mi pecho con fuerza y me sacaba el aire con violencia. Y justo cuando pensé que me iba a morir…miré al cielo y lo vi. O mejor dicho, en la negrura de la noche, lo presentí: la luna se estaba empequeñeciendo y oscureciendo al mismo tiempo.
Una especie de eclipse si no fuera por la irregularidad de las sombras lunares: dos puntos arriba y uno más grande abajo. En realidad no eran puntos. Esas sombras hubiese jurado que…vibraban y se movían.
Cuando retrocedí, a punto estuve de tropezar con el cuerpo inerte de Marie.
Ahora no sentía esa angustia. Tampoco era dolor. Era pánico.
Y, olvidándome del amor, de la ternura y del afecto que sentía por aquella persona tendida en el embarrado suelo, eché a correr. Eché a correr por mi vida.
Me caí varias veces, me resbalé con hojas invisibles en la penumbra e incluso me golpeé varias veces con los árboles. Las ramas me arañaban.
Pero seguí corriendo.
Al llegar a un precipicio, supe lo que podía hacer, lo que era y en lo que me había convertido. Supe que la muerte nunca más me buscaría. Y sentí la tristeza del saber que yo tampoco la encontraría aunque quisiese. Nunca moriría.
Estiré los brazos y salté.
Algo iba a pasar.
No sabía cómo, ni dónde…pero sí sabía el qué y el porqué. Iban a por mí.
Mistmistmistmist….

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

“Palo y zanahoria” VS. “Sobreprotección infantil”

Volvamos unos cuantos años atrás viajando por el tiempo. Justo a la época en la que estás jugando con tus compañeros de quinto de Educaci...