miércoles, enero 18, 2012

El SÓTANO, la CAMILLA y la DROGA (Microrrelato)





Desde una camilla se pueden ver muy pocas cosas. Si el cuello lo tienes atado con unas correas de cuero curtido, aún puedes ver mucho menos: algún movimiento cercano, un cambio de luz y poco más.
Súmale el estar bajo el efecto de una droga. Menos aún. Distingues siluetas, formas confusas, colores mezclados por tu cerebro adormecido…

Estás en un sótano frío. La humedad la sientes cuando respiras. Notas que de la cintura para abajo, los pies, de lo dormidos que están, son leños de madera muerta, los brazos hace mucho que no los sientes. De poco te iban a servir atados.

Ahora, mueve un poco los ojos y dime qué ves. Esa silla vacía, esa estantería con unas herramientas, esa rejilla que parece ser una especie de ventana que da al exterior. Quieres pensar que eso que hueles es hierba fresca recién cortada que se filtra a través de esa rejilla. Un jardín precioso al otro lado de tu cautiverio.
Piensa. Piensa!!
No consigues recordar cómo coño has llegado allí. Sólo recuerdas una copa de ginebra con tónica, una rodaja de limón, un chiste, una chica de piernas preciosas…un coche, una fiesta, las marionetas que ríen, luces que danzan y música que ilumina un vestido azul.

Si profundizas más en los pensamientos, entre esa niebla que poco a poco deja de ser densa, ves un número en un papel. No sabes por qué, pero lo asocias a una música. Nat King Cole, crees. Siempre te ha gustado. Bailas con Nat King Cole, follas con Nat King Cole e incluso comes y cenas con Nat King Cole.

Pero no estabas ni bailando ni comiendo ni cenando. Estabas con esa chica (ahora le ves la cara, esos ojos verdes, esa media melena, ese tatuaje junto a la oreja), un hotel de luces tenues, la música sonando, una copa de un buen vino, un cuerpo dulce y una sensación agria poco después…y no te acuerdas qué te produjo la última sensación.

Sabes que fue una noche animal de besos, arañazos, de sexo salvaje, aún logras oler su perfume en tu cuello. Pero esa sensación…no sabes qué pasó después. 
O puede que en el fondo intuyas algo pero tu cabeza quiera esconderlo en el bosque del vino, del cuerpo dulce y de los corazones batiendo.

Nada que te dé una pista…

Y cuando un enorme signo de interrogación se cierne sobre la camilla, oyes una puerta que se abre. Una puerta vieja moviéndose en unos goznes podridos por la humedad y por miles de ratas royendo la madera. Moviéndose poco a poco, como la figura que se está acercando a la camilla.
Por el rabillo del ojo ves-intuyes que lleva algo en la mano y no te gusta nada.

…y cuando se inclina sobre ti, el cerebro percibe un olor antes de que puedas ver su cara. Un tatuaje en la oreja. Unos ojos verdes oscurecidos por unos pensamientos más negros que la noche. Y ese perfume que te provoca una excitación insconciente.

El signo de interrogación de repente desaparece. En su lugar se va difuminando la niebla.
Y te acuerdas de lo que pasó esa noche.

Cuando estabas en la ducha. El vapor te acariciaba la piel. Acuérdate de la sensación del vaho en tus pulmones, de cuando abres la puerta, de la luz apagada…de un animal de bello rostro, acuchillando y acuchillando y acuchillando encima de la cama a un camarero ya muerto.

No, no apartes la mirada. Mira las sábanas. Eran blancas y ahora parecen algo como…sí, dilo, parecen los sacos de un matadero de animales. Algo cae. No es sólo sangre.

Pero lo peor no es lo que ves. Es lo que sabes que va a pasar. Que tus pies están paralizados. Que ella es muy rápida y que lleva algo en la mano. Lo mismo que lleva el animal que está mirándote ahora: es una jeringuilla.
Luego no puedes ver nada más.

Y ahora reza.

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