Desde una
camilla se pueden ver muy pocas cosas. Si el cuello lo tienes atado con unas
correas de cuero curtido, aún puedes ver mucho menos: algún movimiento cercano,
un cambio de luz y poco más.
Súmale el
estar bajo el efecto de una droga. Menos aún. Distingues siluetas, formas
confusas, colores mezclados por tu cerebro adormecido…
Estás en un
sótano frío. La humedad la sientes cuando respiras. Notas que de la cintura para
abajo, los pies, de lo dormidos que están, son leños de madera muerta, los
brazos hace mucho que no los sientes. De poco te iban a servir atados.
Ahora, mueve
un poco los ojos y dime qué ves. Esa silla vacía, esa estantería con unas
herramientas, esa rejilla que parece ser una especie de ventana que da al
exterior. Quieres pensar que eso que hueles es hierba fresca recién cortada que
se filtra a través de esa rejilla. Un jardín precioso al otro lado de tu
cautiverio.
Piensa.
Piensa!!
No consigues
recordar cómo coño has llegado allí. Sólo recuerdas una copa de ginebra con
tónica, una rodaja de limón, un chiste, una chica de piernas preciosas…un
coche, una fiesta, las marionetas que ríen, luces que danzan y música que
ilumina un vestido azul.
Si profundizas
más en los pensamientos, entre esa niebla que poco a poco deja de ser densa,
ves un número en un papel. No sabes por qué, pero lo asocias a una música. Nat
King Cole, crees. Siempre te ha gustado. Bailas con Nat King Cole, follas con
Nat King Cole e incluso comes y cenas con Nat King Cole.
Pero no
estabas ni bailando ni comiendo ni cenando. Estabas con esa chica (ahora le ves
la cara, esos ojos verdes, esa media melena, ese tatuaje junto a la oreja), un
hotel de luces tenues, la música sonando, una copa de un buen vino, un cuerpo
dulce y una sensación agria poco después…y no te acuerdas qué te produjo la
última sensación.
Sabes que fue
una noche animal de besos, arañazos, de sexo salvaje, aún logras oler su
perfume en tu cuello. Pero esa sensación…no sabes qué pasó después.
O puede que
en el fondo intuyas algo pero tu cabeza quiera esconderlo en el bosque del
vino, del cuerpo dulce y de los corazones batiendo.
Nada que te
dé una pista…
Y cuando un
enorme signo de interrogación se cierne sobre la camilla, oyes una puerta que
se abre. Una puerta vieja moviéndose en unos goznes podridos por la humedad y
por miles de ratas royendo la madera. Moviéndose poco a poco, como la figura
que se está acercando a la camilla.
Por el
rabillo del ojo ves-intuyes que lleva algo en la mano y no te gusta nada.
…y cuando se
inclina sobre ti, el cerebro percibe un olor antes de que puedas ver su cara.
Un tatuaje en la oreja. Unos ojos verdes oscurecidos por unos pensamientos más
negros que la noche. Y ese perfume que te provoca una excitación insconciente.
El signo de
interrogación de repente desaparece. En su lugar se va difuminando la niebla.
Y te acuerdas
de lo que pasó esa noche.
Cuando
estabas en la ducha. El vapor te acariciaba la piel. Acuérdate de la sensación
del vaho en tus pulmones, de cuando abres la puerta, de la luz apagada…de un
animal de bello rostro, acuchillando y acuchillando y acuchillando encima de la
cama a un camarero ya muerto.
No, no
apartes la mirada. Mira las sábanas. Eran blancas y ahora parecen algo como…sí,
dilo, parecen los sacos de un matadero de animales. Algo cae. No es sólo
sangre.
Pero lo peor
no es lo que ves. Es lo que sabes que va a pasar. Que tus pies están
paralizados. Que ella es muy rápida y que lleva algo en la mano. Lo mismo que
lleva el animal que está mirándote ahora: es una jeringuilla.
Luego no
puedes ver nada más.
Y ahora reza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario