Han pasado muchos años
desde que, en la pantalla de aquél PC, apareció como por arte de magia, una
cosa llamada navegador. Pinchabas en un icono en el escritorio del Windows 98 y
poco a poco (tardabas en descargar los datos por aquel 1999) te conectabas con
el mundo.
De aquella sólo tenías “sota,
caballo o rey”, es decir, Explorer o Navigator. Y las páginas todavía eran una
ínfima parte de las que tenemos ahora: Terra, Altavista, la revista de El
Jueves…etc.
Un año más tarde descubrí
que ya no hacía falta llevar CDs o cassettes (todavía los teníamos) para
intercambiarlos con los compañeros de la Facultad de Económicas o algún amigo
de un amigo de Derecho. Existía un programa, un programa sencillo que se
llamaba NAPSTER. Desde ahí, y con mucha paciencia (la había a raudales, no como
ahora que todo lo queremos ya), conseguías descargarte alguna canción.
Esas sensaciones de estar
comunicado con el mundo, con gente a la que nunca habías visto, ni verías en tu
vida, de compartir, de ayudar a colaborar en la red, etc…eran indescriptibles.
Era como descubrir un doblón de oro debajo de tu cama.
Más tarde surgieron más
programas de intercambio: eMule, Torrent, etc… Mejoraban lo que el pionero
NAPSTER había abierto: el intercambio. Y con la llegada de la velocidad, del
cable, del ADSL, de la fibra óptica…todo esto se perfeccionó hasta el punto de
lo que tenemos ahora mismo.
Todos estos programas de
intercambio de archivos, nunca fueron ni son ilegales. Tan legítimo era el
derecho a la copia privada como lo había sido la propiedad que ostentabas sobre
un cassette o un CD. Podías compartirlo a cambio de no lucrarte con su difusión.
Había surgido una nueva
era. Un nuevo modelo de negocio. Las productoras (EMI, Warner, BMG Ariola, etc…)
sólo tenían un único camino: cambiar el modelo de negocio. Pasar de vender algo
material, un soporte, a vender un servicio: la escucha o el visionado. ¿Qué
hicieron? Intentaron defenestrar la imagen del intercambio (lo que veníamos
haciendo desde la época de los cromos) inventando la palabra “piratería”.
Todas las Sentencias y
Resoluciones en varias instancias (Tribunales Superiores de Justicia, sobre
todo), no les dieron la razón. Decían que banco y en botella es la leche. Que
intercambiar no es un acto de apropiación indebida del material. Que es un
préstamo.
Como, la realidad es
tozuda, vieron que “Muerto el perro, se acabó la rabia”. Intentaron dirigirse
(coaccionar, sobornar) a los Gobiernos ya que los jueces no les daban la razón.
Y llegaron a comprar a una ministra: Ángeles González Sinde, quien con la
colaboración del gobierno actual (antes oposición), sometieron a una votación en
las Cámaras (literalmente, con nocturnidad y alevosía en aquella noche de marzo
de 2011) para crear una Comisión Administrativa (gente del gobierno, sin
jueces, ¿para qué? NO nos dan la razón!!) que pudiese cerrar páginas web.
El peligro no está en que
a ti o a mí, nos consideren “piratas” por hacer algo a lo que los jueces le dan
legitimidad.
El peligro es que esa
potestad es tan grande que la tentación de cerrar páginas “no afines” o
críticas con el gobierno, el sistema o lo que ellos consideren que es contrario…a
ellos, lo pueden hacer. Primero con una Ley ilegal y ahora con un Reglamento
escondido en una disposición.
¿Podemos hacer algo? ¿Es
imposible esquivar esta patochada? Sí, es muy fácil. En realidad, como dice
José Jover, abogado experimentado en derecho digital, “es un brindis al sol”,
es ponerle puertas al mar.
Un ejemplo, es este MANUAL DE DESOBEDIENCIA LA LA LEY “SINDE”.
NO tengáis miedo en aplicar lo que nos cuentan en él.
No es ilegal. Nos enseñan a navegar de forma anónima. Es ligero, fácil y
entretenido de leer. Es muy útil, creedme. Aprended a cambiar tus DNS, a
configurar un proxy, a configurar y utilizar Tor para navegar anónimamente, a
entender para qué sirve una red privada virtual (VPN), y a hacer copias de webs
de enlaces mediante Httrack.
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