Detrás de una imagen podemos ver muchas cosas.
Lo que se esconde en una fotografía es una moneda escondida debajo de una alfombra. Sabes que hay algo ahí, pero no puedes saber con total seguridad dónde está, ni cómo es, ni el valor que tiene.
Lo que se esconde en una fotografía es una moneda escondida debajo de una alfombra. Sabes que hay algo ahí, pero no puedes saber con total seguridad dónde está, ni cómo es, ni el valor que tiene.
Puedes imaginar que su valor es incalculable.O simplemente no lo tiene.
El valor de un instante está en lo que puedes creer que
vale. Si observas una fotografía, lo primero que haces inconscientemente es
transportarte a ella. Luego tiendes a asociarla con algo que hayas vivido.
Cuando consigues meterte en ella y te identificas con lo que ves, ya formas
parte de la imagen. Eres tú.
Eres un niño al lado del mar. Estás pensando. Has
conseguido parar el ritmo loco de la vida. Ves los fotogramas de una película a
cámara lenta. Te preguntas el porqué de la rapidez con la que se te escapa la
arena entre los dedos.
Te miras las manos. Ves unos dedos sucios y unas palmas
sorprendentemente negras. La vida se encarga de ensuciarte las manos, piensas. De vez en cuando conviene lavárselas para seguir.
Y hay algo que la vida hace además, ahí, escondida en la rapidez con la que nos
lleva. Es llenarte de indiferencia.
Nos convierte en muertos que peregrinan sin sentir, sin
vivir, sin disfrutar de lo que ahora estás viendo. ¿Por qué no me he dado
cuenta de que estar ahí, sentado en esa playa sin gente, en una fría tarde de
otoño me hace feliz? ¿Por qué busco la felicidad en las cosas complicadas si
las sencillas me la proporcionan?
Y la tarde va pasando. Ya se va haciendo de noche. Las
gaviotas buscan su cena entre las olas. Las olas reclaman su terreno en forma
de marea…y el mar te susurra cosas. Notas su aliento haciéndote cosquillas en
los tímpanos. Habla suave pero muy claro.
Te dice que de vez en cuando hay que parar. Si dejas
que la vida te lleve a un millón de kilómetros por hora…puede ser que acabes en
la estación, en la parada o en la casa equivocada.
Porque la vida es un conductor borracho.
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