sábado, enero 28, 2012

La vida es un conductor borracho


Detrás de una imagen podemos ver muchas cosas. 
Lo que se esconde en una fotografía es una moneda escondida debajo de una alfombra. Sabes que hay algo ahí, pero no puedes saber con total seguridad dónde está, ni cómo es, ni el valor que tiene.

Puedes imaginar que su valor es incalculable.O simplemente no lo tiene.
El valor de un instante está en lo que puedes creer que vale. Si observas una fotografía, lo primero que haces inconscientemente es transportarte a ella. Luego tiendes a asociarla con algo que hayas vivido. Cuando consigues meterte en ella y te identificas con lo que ves, ya formas parte de la imagen. Eres tú.

Eres un niño al lado del mar. Estás pensando. Has conseguido parar el ritmo loco de la vida. Ves los fotogramas de una película a cámara lenta. Te preguntas el porqué de la rapidez con la que se te escapa la arena entre los dedos.

Te miras las manos. Ves unos dedos sucios y unas palmas sorprendentemente negras. La vida se encarga de ensuciarte las manos, piensas.  De vez en cuando conviene lavárselas para seguir. Y hay algo que la vida hace además, ahí, escondida en la rapidez con la que nos lleva. Es llenarte de indiferencia.
Nos convierte en muertos que peregrinan sin sentir, sin vivir, sin disfrutar de lo que ahora estás viendo. ¿Por qué no me he dado cuenta de que estar ahí, sentado en esa playa sin gente, en una fría tarde de otoño me hace feliz? ¿Por qué busco la felicidad en las cosas complicadas si las sencillas me la proporcionan?

Y la tarde va pasando. Ya se va haciendo de noche. Las gaviotas buscan su cena entre las olas. Las olas reclaman su terreno en forma de marea…y el mar te susurra cosas. Notas su aliento haciéndote cosquillas en los tímpanos. Habla suave pero muy claro.

Te dice que de vez en cuando hay que parar. Si dejas que la vida te lleve a un millón de kilómetros por hora…puede ser que acabes en la estación, en la parada o en la casa equivocada.  
Porque la vida es un conductor borracho.

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